No es por hacerme el importante, pero la improvisación en mis viajes de fin de semana suele tener buenos resultados. Así, me propongo recorrer una determinada zona porque en alguna ocasión he leído algo o porque simplemente pasé por allí un día con algo más de prisa y me pareció ver algo parecido a un castillo, torre o ruina en algún punto distante o simplemente te dejas llevar por el instinto y estás convencido que la zona merece la pena.
Por ello, acompañado de mi más fiel, querida, atrevida y nada temerosa copilota, la madre de mis hijos, decidimos este caluroso fin de semana del 5 y 6 de noviembre conocer lo que fue la frontera entre Castilla Y Aragón situada al sur del río Jalón, tierra ocupada y densamente poblada por los musulmanes hasta su conquista por el rey de Aragón Alfonso I el Batallador a comienzos del siglo XII.
Llegados hasta Alcolea del Pinar, carretera convencional hasta Maranchón donde ponemos rumbo norte a través de carreteras comarcales más estrechas y reviradas. Nos metemos de lleno en la Sierra de Solorio, que alberga uno de los sabinares más extensos de Europa y donde abundan pequeños pueblos aquejados de un grave problema de despoblación.
Entre espléndidos bosques de sabinas centenarias nos desplazamos y visitamos Codes, Iruecha, Villel de Mesa y Sisamón.
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En Villel de Mesa hay un espectacular castillo roquero del cual hay pocas noticias sobre su historia. Los restos actuales son cristianos, si bien algunos estudiosos indican la existencia anterior de una torre o atalaya árabe. En el siglo XII se erige el castillo cristiano propiedad de Manrique de Lara, pero a comienzos del XIII pasa ya a manos de la familia de los Funes, de origen navarro y que llegan a esta zona participando en la repoblación. El castillo está enclavado en el valle del río Mesa, punto estratégico de paso y frontera entre Aragón y Castilla, por lo que tuvo gran importancia en la guerra entre ambos reinos, apoyando los Funes a uno u otro bando según el devenir de la guerra y su propia conveniencia.
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En Sisamón, pueblo de atractivo nombre, existen restos de otro castillo, pero no tan conservado como el anterior. Los pueblos se encuentran muy desiertos, incluso da sensación de cierto abandono, igual me equivoco. En compensación, el paisaje es precioso y sin duda merece la pena recorrer también las calles de estos escondidos pueblecitos para disfrutar del entorno y conocer la realidad del mundo rural en nuestro país.
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Una vez atravesada la Sierra de Solorio llegamos a Cetina, pueblo ya muy cercano a la autovía A-2, donde sorprende la amplitud y luminosidad de sus calles a pesar de tener una población inferior a los 600 habitantes. Destaca el palacio castillo del siglo XIV donde, como curiosidad, se casó en el año 1634 el famoso escritor Francisco de Quevedo con una señora viuda y con hijos, ya entrada en años pero con rico patrimonio, Dña. Esperanza de Mendoza. No fue esta señora del agrado del escritor, pues el matrimonio apenas duró tres meses, hasta que Quevedo huyó de Cetina para seguir disfrutando de los placeres de la vida como solo él sabía hacerlo.
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Aprovechamos la parada en este pueblo para tomar un café en una terraza donde aparece un anciano con grandes manojos de guindillas recogidas de su huerto hace un momento y nos las ofrece avisándonos de que “son de las que pican”. Las guindillas las guardé en la nevera y a los pocos días pude probarlas con un buen plato de lentejas. Realmente picaban y mucho. Tanto picaban, que creo que el abuelo Cetinero las ha estado regando con Tabasco demasiado tiempo.
Con las últimas luces visitamos Ariza sin tener mucho que decir sobre este pueblo.
Cae la noche y ante la patente falta de actividad y alojamientos cercanos por esta zona, optamos por ir a Calatayud e intentar reservar alguna habitación en algún hotelito.
En Calatayud es sábado por la noche y no hay forma de aparcar salvo a las afueras, a no más de 10 minutos andando del centro. Encontramos habitación en el primer hotel que probamos y rápido salimos a las calles para hidratarnos y disfrutar del buen tapeo de esta ciudad. Ya bien entrada la noche, paseamos por las calles ahora desiertas y que formaron parte en su día del original barrio musulmán. El espíritu bereber nos envuelve, se hace con nuestras personas y simplemente nos dejamos llevar…
A primera hora de la mañana del domingo comenzamos a deambular por las calles de Calatayud y sobre las 11 horas contratamos una visita guiada a la ciudad, pues siempre viene bien para saber dónde te encuentras. En la Plaza de España hay un pequeño y antiguo local en el que nuestro guía tiene instalado su negocio llamado “La Sobresaliente”. El guía, de cuyo nombre no quiero acordarme o simplemente no recuerdo, es un libro abierto de historia de la ciudad y con un sentido del humor que tardas en entender. Pero con humor, que es lo que importa. Y con un humor algo negro, lo que no sé si influenciado por la celebración de una prueba de Duatlón, tan popular en estos tiempos y que tiene colapsada la ciudad entera. Tampoco yo acabo de entender esta obsesión por este tipo de celebraciones deportivas en medio de las ciudades, entre asfalto, contaminación y ruidos de coches. ¡Con todo el campo que hay!
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Tras una introducción sobre los asentamientos Celtíberos y Romanos en el territorio de Calatayud, su posterior abandono a partir del siglo IV, la fundación de la ciudad por los musulmanes en el siglo IX y la reconquista por El Batallador en el año 1120, entramos a visitar la Colegiata de Santa María, edificada por orden del propio rey guerrero sobre la antigua mezquita de la ciudad. El edificio actual data del siglo XVII y es el ejemplo perfecto del mudéjar aragonés. Llama la atención su tremenda torre de 70 metros de altura.
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Nos detenemos en el exterior de la iglesia de San Andrés (la actual data del siglo XIV) la cual es la iglesia más antigua de la ciudad y con una torre que nada tiene que envidiar a la de la Colegiata. Parece ser que también fue fundada en el mismo tiempo en el que El Batallador conquistó la ciudad y algunos aventuran que realmente se trata de una mezquita reutilizada. Resguardando uno de los laterales, saludamos a Alfonso I El Batallador el cual se encuentra allí presente en forma de escultura en bronce. Este valiente, tras la batalla de Cutanda en la que derrotó con firmeza a las tropas musulmanas, reconquistó todo el valle del Jalón y del Jiloca quedando así abierta la ruta hacia el Levante. El 24 de junio de 1120, los musulmanes le entregaron las llaves de la ciudad de Calatayud. La primera referencia escrita a esta ciudad es del año 862, cuando el emir Muhamad I, por cierto, fundador de Madrid, ordena su reconstrucción. Estos casi 260 años de presencia musulmana han dejado una huella profunda y difícil de borrar en la moderna ciudad actual.
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Nuestro guía tiene libre acceso a la Iglesia de San Pedro de los Francos, por lo que me siento muy privilegiado al poder visitar su interior donde, en el año 1461, se celebraron las Cortes del reino de Aragón y el futuro rey Fernando el Católico fue proclamado heredero de la Corona. El templo original también es del tiempo del Batallador, el cual ordenó su construcción como agradecimiento a los Francos que le ayudaron en su tarea de reconquista y que optaron por instalarse definitivamente en este nuevo territorio para empezar una nueva vida. El templo actual es del siglo XIV y destaca su muy inclinada torre en su lado derecho. La inclinación es muy patente, en concreto un metro y medio sobre la propia calle y no es algo reciente. En el año 1840 su campanario fue demolido como medida de seguridad, pues en el palacio situado justo enfrente se alojaron una noche la reina Isabel II y su regente madre Mª Cristina. Toda precaución es poca, no vaya a ser que tras cientos de años de inclinación se derrumbara precisamente ese día.
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La causa de la inclinación de esta torre y la de otros muchos edificios de la ciudad, los más famosos los de la Plaza de España, es debido a que el suelo de Calatayud se compone fundamentalmente de yesos y calizas que se reblandecen y provocan simas en el subsuelo por el contacto con el agua, no solo de la lluvia, sino incluso la del cercano río Jalón que permeabiliza la zona poco a poco. Sin duda todo un reto para los modernos y actuales arquitectos.
Cinco castillos rodean el casco antiguo de Calatayud y para su disfrute existe un mirador en la parte alta. El mejor conservado es el castillo del Emir Ayyud que data del siglo IX. En algún otro viaje anterior subimos hasta uno de los castillos, si bien esta vez nos limitamos a contemplarlos desde la distancia y dejamos para futuras visitas la subida a este espectacular castillo que parece bastante bien conservado.
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Finalizada la visita, tomamos un buen aperitivo en el afamado Mesón de la Dolores, situado en uno de los edificios más antiguos de la ciudad (fines del siglo XV, comienzos del XVI) y sobre el que han sabido conservar a la perfección el sabor decimonónico de sus instalaciones como hospedería. Es más, en mis próximas visitas a Calatayud, que las habrá, ya he elegido este sitio como alojamiento.
Ya sabes, si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores, que realmente no es quien te imaginas y a lo que se dedicó, pero eso, querido lector, ya es otra historia.