El inicio del declive de Al Ándalus

El 10 de agosto del año 1002 fallece Almanzor, el cual a mi parecer y como ya he indicado en alguna que otra ocasión, uno de mis personajes favoritos de la historia de España por su vinculación con tierras Sorianas y por ser el mejor, más audaz y temido general de Al Ándalus. Es el punto de inicio del declive de Al Ándalus.

Le sucede su hijo Abd al Malik (Amir al Muzaffar, “El Triunfador”) (1002 – 1008), al cual, el califa Hisham II, concede los mismos poderes absolutos que otorgó en su día a su padre. Durante los seis años que duró su mandato, mantuvo la misma línea de gobierno que su gran antecesor. Dirigió el pueblo y a la clase política con mano dura y mantuvo el constante acoso a los reinos cristianos contra los que llevó a cabo ocho mortíferos ataques siendo no obstante vencido en alguno de ellos. 

Abd al Malik, desde muy joven, acompañó a su padre Almanzor en multitud de incursiones contra territorio cristiano y gozaba de una extraordinaria valentía y amplia experiencia en combate. Fallece el 20 de octubre del año 1008, a la edad de 33 años, consecuencia de una enfermedad. Siempre existirá la sospecha de haber sido  envenenado por su hermano “Sanchuelo”, el cual le sucedió en el cargo de forma inmediata, al día siguiente de su fallecimiento.

Abderramán ibn Sanchul, conocido como “Sanchuelo”, hijo de Almanzor habido con una de sus mujeres, Abda, hija del rey Sancho Garcés II de Pamplona. El apodo de “Sanchuelo” le es dado por su gran parecido físico con su abuelo materno. Nada tuvo que ver este personaje ni con su padre ni con su hermano. Se dedicó fundamentalmente a disfrutar en palacio, junto al califa Hisham II, de los placeres de la vida, del vino y de las mujeres. Consiguió incluso que el Califa, que carecía de descendencia, le nombrara su heredero legítimo, lo cual no gustó a los otros pretendientes Omeyas, eliminando éstos el problema con su asesinato a los pocos meses de su mandato. Personaje mediocre, soberbio y de vida desordenada. Indigno sucesor de su padre. Subió al poder en octubre del año 1008 y fue decapitado por los rebeldes el 3 de marzo de 1009. Su cadáver fue embalsamado y crucificado en una de las Puertas de Córdoba.

Así, de esta forma tan rápida y sangrienta finaliza la estirpe en el poder del más temido general de todos los tiempos y comienza la rápida desintegración de Al Ándalus. La lucha por el poder es constante y al menos diez Califas son proclamados y depuestos en el periodo comprendido entre el año 1009 y 1031, fecha en la que se da por extinguido el Califato de Córdoba comenzando el periodo de los Reinos de Taifas.

Es el momento adecuado para que los reinos cristianos comiencen su hegemonía sobre la península y de esta situación sabe aprovecharse perfectamente Fernando I, Rey de León y último Conde de Castilla.

Fernando I, siendo consciente de la debilidad tanto económica como militar en la que han quedado los nuevos Reinos Islámicos, inicia una interesante estrategia político militar con el objetivo de desestabilizar a su enemigo y reconquistar territorio. Así, utilizando métodos tan básicos como la agresión militar directa o simplemente la  amenaza, el Conde Castellano, a cambio del pago de cuantiosos tributos (llamados “parias”), lleva a cabo una política de pactos de no agresión y alianzas de protección militar con diferentes reinos musulmanes.  De esta manera obtiene importantes beneficios económicos para financiar su ejército, rompe la estabilidad económica, social y política de sus enemigos, logra intervenir en sus asuntos internos y potencia los enfrentamientos entre los diversos reinos musulmanes. Su objetivo final, la reconquista del territorio con el menor enfrentamiento bélico posible y por tanto con el menor coste económico. En consecuencia, gran parte de las plazas fuertes que custodiaron la Estremadura Soriana como Gormaz y otras cercanas, son entregadas sin violencia a los cristianos en el año 1060.

Al morir Fernando I, su hijo Alfonso VI, Rey de Castilla, mantiene la misma estrategia aumentando la presión en el pago de las parias, la injerencia en los asuntos internos y desestabilizando a la sociedad y gobernantes islámicos hasta el punto más extremo. En el año 1085, la ciudad de Toledo, símbolo por excelencia del poder musulmán en la península, es tomada de forma definitiva por los cristianos.

La reconquista de Toledo supone un duro golpe para los Reinos de Taifas que sobreviven, los cuales se dirigen a los Almorávides solicitando ayuda militar para liberarse del yugo impuesto por Alfonso VI. En el año 1.094, un cronista de la época escribe sobre la pérdida de Toledo: “Andalusíes, arread vuestras monturas, el quedarse aquí es un error. Los vestidos suelen comenzar a deshilacharse por las puntas y veo que el vestido de la península se ha roto desde el principio por el centro”.

 Los Almorávides eran una confederación de tribus nómadas bereberes, originarios de la zona más al sur del Sáhara y las vegas de los ríos Senegal y Níger. Gente del desierto dedicada al pastoreo y a la protección de las caravanas que cruzan su territorio. Fieros guerreros, islámicos extremistas y con una enorme capacidad militar. Les caracteriza sus turbantes azules y la cara oculta tras un velo, dejando únicamente a la vista sus ojos. Muchos de ellos son de raza negra. Conquistaron a sangre y fuego el norte de África entre los años 1055 y 1080 (Fueron los fundadores, en el año 1070, de la excepcional y tan especial ciudad de Marrakech).

Acudiendo a la llamada de auxilio de los Reinos andalusíes de Badajoz, Sevilla y Granada, en el año 1086 cruza el Estrecho un temible ejército Almorávide compuesto por unos 7.500 soldados sedientos de sangre y a los que se unen tropas de los Reinos auxiliados. Unos 30.000 efectivos en total. Alfonso VI, lejos de asustarse, reúne un ejército de unos 20.000 soldados curtidos en mil y una batallas. El 23 de octubre de 1086 se enfrentan ambos ejércitos en la llanura de Sagrajas (al nordeste de Badajoz), sufriendo los cristianos una contundente derrota.

El grueso de las tropas Almorávides abandona la península tras la victoria lograda, dado que el hijo y heredero del emir Almorávide fallece en el norte de África y es posible que haya motines y revueltas para ocupar el poder. Se mantiene en Al Ándalus un pequeño contingente de 3.000 soldados para contener cualquier agresión cristiana.

En el año 1088, de nuevo los Almorávides acuden a la península para enfrentarse al ejército de Alfonso VI el cual amenaza y ataca a los Reinos de Valencia y Murcia. En el mes de junio, los Almorávides sitian la ciudad de Aledo, donde se encontraba acantonado el ejército cristiano. No logran su objetivo y levantan el cerco impuesto a la ciudad tras más de cuatro meses. De nuevo los Almorávides se repliegan al norte de África.

En junio del año 1090 los Almorávides desembarcan de nuevo en Al Ándalus y con un objetivo muy claro y distinto de los anteriores: reducir y someter a los Reinos de Taifas y conquistar Al Ándalus. Entre los años 1090 y 1094 se hacen con el control de los Reinos de Granada, Sevilla, Almería y Badajoz. En el 1102 cae Valencia y en el 1110 Zaragoza. En 20 años, los Almorávides reunifican Al Ándalus y recuperan todo el territorio perdido al sur del Tajo. Toledo permanece en manos cristianas, pero el territorio reconquistado por Alfonso VI en la cuenca del Tajo y al sur de este río, se pierde. Durante este periodo, la actividad de reconquista por parte de los cristianos se paraliza drásticamente.

Desde tierras aragonesas, Alfonso I El Batallador, en el año 1118 conquista Zaragoza a los Almorávides, quedando así liberada definitivamente la parte oriental de la actual provincia de Soria. El aragonés, en el año 1119 funda la ciudad de Soria. Se pone así punto final a la dominación musulmana en los territorios que pertenecen en la actualidad a la provincia de Soria.

Por parte de los Castellanos, sobre el año 1133, ya reinando Alfonso VII y en un momento en que el imperio Almorávide comienza a dar signos de debilidad, se retoma con fuerza la actividad militar contra los musulmanes. La acción militar va acompañada de la misma estrategia política aplicada por sus antecesores, es decir, alianzas militares tanto con facciones Almorávides como andalusíes, fomentando además el enfrentamiento entre todas las partes implicadas. Castilla comienza de nuevo su actividad de reconquista del territorio y son muchos los Sorianos que nutren este ejército ahora victorioso.

La Guerra Bereber

No hay duda de que uno de los pilares más importantes del gobierno de Almanzor fue su ejército, uno de los más especializados, preparados y temidos de Al Ándalus.

Se trataba de un ejército moderno, profesional y absolutamente leal a su General y compuesto fundamentalmente por tropas bereberes traídas del norte de África, mercenarios cristianos, tanto españoles como de otros países europeos, mercenarios del África negra, así como abundante personal civil reclutados para una campaña en concreto y numerosos grupos de voluntarios movidos generalmente por motivos religiosos.

Se trata de un ejército muy potente tanto a nivel ofensivo como defensivo, absolutamente fiel y por qué no decirlo, prácticamente invencible.

Así, Almanzor consiguió crear un ejército con un total de unos 70.000 efectivos, de los cuales, 45.000 eran jinetes y 25.000 infantes de a pie.

Los jinetes tenían fama contrastada en combate. Los mejores, sin duda, eran los jinetes bereberes por su dominio del caballo y la ligereza de su equipamiento militar, lo que les dotaba en combate de una velocidad y libertad de movimientos que sorprendían a los cristianos. Los jinetes eran considerados de rango superior al de los infantes, tenían derecho a una mayor parte del botín, el caballo era de su propiedad y normalmente iban acompañados por un escudero que portaba en una mula su equipaje, armas y proyectiles.

El jinete iba protegido por una cota de malla que les cubría hombros y cuello, casco metálico, portaba escudo y utilizaba normalmente lanzas, hachas de doble filo y sable curvo. También eran muy eficaces en el manejo del arco a pleno galope.

Si bien el caballo del bereber y su equipamiento de guerra era más pequeño y ligero que el de los cristianos, existían también caballeros bereberes muy del estilo del enemigo, con caballos muy protegidos, más grandes y fuertes para que aguantaran además el peso del jinete ataviado con pesadas armaduras.

Los infantes, las tropas de a pie, también se protegían con escudos, casco y protectores de cuero o malla. Su arma personal era la espada corta, pero también portaban hachas, mazas, lanzas cortas arrojadizas u otras más largas con las que frenar a la caballería cristiana. También existían especialistas en el uso de armas concretas como arqueros, lanzadores de jabalina o verdaderos maestros en el manejo de la honda.

La táctica de guerra más habitual consistía en rápidas incursiones de caballería en territorio cristiano, con el objetivo de obtener botín, restar fuerzas al enemigo, generar inestabilidad e inseguridad, evitar asentamientos cerca de las fronteras, así como sembrar el pánico y el terror entre la población cristiana. En estas rápidas intervenciones las prácticas más habituales consistían en arrasar los cultivos, talar los bosques, robar ganado, asesinar a la población civil y secuestras a hombres, mujeres y niños para ser esclavizados. La caballería era fundamental en este tipo de guerra contra los cristianos pues otorgaba rapidez, velocidad y el factor sorpresa en la acción.

Cuando el ataque consistía en el asalto de una ciudad o fortaleza, las tropas islámicas se asentaban en los alrededores sin esconderse, a la vista, observando y controlando los movimientos de su enemigo, generando con su simple presencia miedo, terror e inseguridad a los defensores.  Al poco tiempo, levantaban el campamento para asolar la zona circundante, cortar comunicaciones y suministros y provocar así el aislamiento de los asediados. Finalizadas estas tareas, volvían al asentamiento inicial para el definitivo asedio y posterior toma del objetivo.

En los asedios se utilizaban piezas de artillería que lanzaban flechas, piedras o granadas incendiarias. También se utilizaban otro tipo de máquinas para superar las murallas de ciudades y fortalezas, ya fuera por su parte superior con grúas elevadoras, escalas, torres de asedio, a través de ellas, utilizando taladros y arietes o por su parte inferior con obras de minado. Puede que resulte más curiosa la opción de atacar las murallas por su parte inferior, para la que se utilizaban dos técnicas diferentes. Una de ellas consistía en la simple excavación de un túnel bajo la muralla para penetrar en el recinto y una segunda en la que excavaba un túnel por debajo y se llenaba de material combustible al que se le prendía fuego y provocaba el derrumbe de parte de la muralla.

Para poder atacar las murallas, las tropas se acercaban a la misma protegidos por los llamados “abrigos colectivos”, donde se incluyen todo tipo de escudos, parapetos o techumbres móviles y que podían ser desplazados a mano o con ruedas.

En contra de lo que pudiera parecer, la batalla campal se evitaba si era posible. No obstante, se dieron muchas de ellas y en las que el ejército islámico se organizaba en perfecta formación, situando en vanguardia a los infantes, posteriormente a los arqueros y honderos, quedando la caballería en retaguardia y en los flancos.

Las tropas portaban estandartes con figuras de animales poderosos como dragones, leones o águilas y existían grupos de músicos que, a ritmo de tambor, acompañaban a las tropas en sus desplazamientos e incluso en el propio combate, lo que aumentaba, si cabe, el pánico cristiano.

Los ataques contra territorio cristiano se comenzaban a preparar en primavera, para que todo estuviera listo para el verano, con el buen tiempo. En esta época del año, los ejércitos pueden obtener suministros y víveres durante la campaña y la movilidad es mucho mayor. Se enviaban mensajeros por todo Al Ándalus para movilizar a las tropas y se preparaba el abastecimiento de alimentos, tiendas y diverso equipamiento militar. Antes de partir hacia el frente, las tropas desfilan en la ciudad de Córdoba recibiendo el homenaje y el aliento del pueblo.

Durante el trayecto hasta la frontera, Medinaceli, que duraba entre 12 y 13 días, se van uniendo a la comitiva las tropas movilizadas provenientes de todos los rincones de Al Ándalus, así como los grupos de voluntarios. En esta ciudad, cuartel general de la frontera, cargaban las armas pesadas de asedio, dirigiéndose desde ahí hasta Gormaz donde se adentraban ya en tierra de nadie dispuestos a castigar con crueldad y sin piedad a los cristianos. 

Para finalizar, no debemos olvidar la importancia de la Marina andalusí, la cual fue utilizada por Almanzor en la campaña de destrucción de Santiago de Compostela. Las embarcaciones de guerra en esta época rondaban los 500 barcos apoyadas por otras tantas naves menores. Trasportaban infantes, caballos y diversa maquinaria de guerra para los asedios. Por supuesto tenían capacidad propia de ataque pues se instalaban en la mismas muchas de las máquinas de guerra utilizadas por la infantería.

En alguna que otra crónica de este blog, “Rutas por la Estremadura Soriana”, se describen los caminos y parajes por los que se desplazaban los soldados bereberes desde Medinaceli a Gormaz, última fortaleza islámica antes de penetrar en zona de guerra. No tienes excusa para disfrutarla y trasladarte a época andalusí. Pero eso ya, amigo, es otra historia.

VIKINGOS EN AL ÁNDALUS

Cuando tuve conocimiento de que los vikingos habían atacado en varias ocasiones el territorio de Al Ándalus, me quedé bastante sorprendido y decidí investigar algo al respecto. Sin perjuicio de la consulta y estudio de sesudos documentos y trabajos elaborados por los mejores historiadores de nuestro país, me instalé en el cómodo sofá de mi casa durante muchas horas alternas para hacer un maratón de capítulos y temporadas de la famosa serie televisiva “Vikingos”. Todo ello para intentar ponerme en situación y conocer a estos hombres provenientes del frío y que tuvieron el valor suficiente para atacar y enfrentarse a los curtidos y feroces ejércitos Califales.

Pongámonos en situación: Los Vikingos son originarios de la zona de Noruega, Dinamarca y Suecia. Si bien son más conocidos por su brutalidad y afición al saqueo, también fueron grandes navegantes y comerciantes, así como expertos agricultores y ganaderos.

El término Vikingo, buscando su significado más amable o romántico, significa “Guerrero del mar”, pero traducido a la cultura europea podemos denominarlos simplemente como “Piratas”. Piratas agresivos, violentos y muy crueles. Realizaban incursiones muy rápidas y en muchas ocasiones contra objetivos indefensos. Tampoco ponían reparos para enfrentarse a ejércitos organizados y al saqueo de pueblos o ciudades perfectamente protegidas. Masacraban y esclavizaban poblaciones sin escrúpulo alguno. Los Vikingos eran una sociedad muy militarizada y con una arraigada cultura donde la actividad de  guerra y el saqueo estaba bien visto e incluso honraba a los que la practicaban.

La valentía de estos personajes, su crueldad, agresividad y sus amplios conocimientos de navegación, los convirtieron en temibles durante los 300 años que se ha venido denominando como la “Era Vikinga” (más o menos entre el año 793 y el 1066). Con sus rápidos barcos de bajo calado y timón desmontable, surcaban tanto mares y océanos como remontaban ríos para saquear poblaciones situadas en lo más interior del territorio. Barcos muy ágiles, sin camarotes ni bodegas, con una capacidad media de entre 40 y 50 hombres. Hombres fanáticos, temibles e insaciables, armados con hachas de metro y medio, espadas de doble filo, arcos y jabalinas. Nadie estaba a salvo de sus violentos ataques.

 Desde finales del siglo VIII hasta mediados del XI saquearon las costas de toda Europa. Países actuales como Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Siria, Rusia, Ucrania y muchos otros fueron objeto de conquista y/o pillaje por parte de los Hombres del Norte. Y tampoco quedó libre nuestra península ibérica de su temida visita:

La primera de ellas fue en el año 844. Se realizó un primer desembarco en la costa asturiana, cerca de Gijón y en la costa gallega, a la altura de La Coruña. Tras saquear varias aldeas cristianas, los Vikingos son expulsados, pero prosiguen su camino hacia el Sur desembarcando en Lisboa donde se enfrentan al ejército islámico durante trece días. Los hombres del norte abandonan Lisboa, pero lejos de poner fin a su aventura, prosiguen rumbo sur remontando el Guadalquivir. Al mismo tiempo, un grupo de sus naves continua por la costa llegando hasta Cádiz donde toman el puerto.

Los que remontan el Guadalquivir instalan su campamento en lo que hoy viene a llamarse Isla Menor, espacio que los musulmanes dedicaban a la cría de caballos por sus buenos pastos. Al día siguiente se realiza una primera expedición hasta Coria del Río donde saquean el pueblo y asesinan a su población. Tres días más tarde, el objetivo es la ciudad de Sevilla donde desembarcan y saquean la ciudad durante siete días. Los hombres y ancianos que no pudieron o no quisieron huir fueron eliminados y las mujeres y niños hechos cautivos. Después de dejar a buen resguardo su preciado botín en Isla Menor, vuelven de nuevo a la ciudad de Sevilla, ya desierta, donde únicamente pueden asesinar a unos ancianos impedidos refugiados en una mezquita.

 Con caballos robados de Isla Menor, se distribuyen por los alrededores de Sevilla para internarse en el territorio y proseguir su actividad de saqueo y asesinatos.

Durante estos terribles acontecimientos, el entonces Emir, Abderramán II, reúne un potente ejército movilizando tropas desde todos los puntos de Al Ándalus. El enfrentamiento se produce el 11 de noviembre en una zona de gran llanura situada al Sur de Sevilla denominada Tablada, donde, al parecer, hoy en día existe un aeródromo.

Los Islámicos aplastan a los Vikingos matando a más de 1.000 de ellos y haciendo prisioneros a otros 400, los cuales son ejecutados allí mismo, en el campo de batalla. Las cabezas Vikingas adornaron durante algún tiempo los mostradores de las carnicerías de los Zocos y muchas otras fueron colgadas de las ramas de las palmeras de la Tablada. Los Vikingos supervivientes, tras 42 días en tierras sevillanas, huyen en sus barcos al mar y en su camino de vuelta aún intentan nuevos desembarcos en Niebla, El Algarbe y Lisboa.

En su precipitada huida de Sevilla, algunos de ellos se quedaron en tierra sin posibilidad de embarcar en las naves, dispersándose por tierras de Carmona y Morón de la Frontera. Una vez localizados estos grupos por el ejército de Abderramán II, tuvieron que rendirse para salvar la vida, adoptaron el Islam y se dedicaron a partir de entonces a la cría de ganado e industria lechera. En Sevilla y Córdoba se degustaron exquisitos quesos elaborados por este pequeño grupo de Vikingos.

Consecuencia de este terrible ataque Vikingo, Abderramán II ordenó amurallar la ciudad de Sevilla e instaló puestos de control a lo largo de toda la costa atlántica. Además, ordenó aumentar y mejorar su flota de guerra, la cual, desde entonces, patrulló constantemente las costas para prevenir nuevos ataques de los piratas.

Entre los años 858 y 861 de nuevo aparecen en nuestras costas los temidos barcos Vikingos. 62 naves según las crónicas del momento. Primer desembarco en tierras gallegas donde saquean varios pueblos e incluso ponen sitio a la ciudad de Santiago de Compostela. Finalmente son rechazados por tropas cristianas. Prosiguen camino en dirección sur, se enfrentan a la flota musulmana y echan anclas en la desembocadura del Guadalquivir, abandonando rápidamente la zona pues son conocedores de que acude a su encuentro un numeroso ejército islámico. Se desplazan hasta Algeciras donde desembarcan, pero antes de ser expulsados por el ejército musulmán, tienen tiempo para saquear la ciudad e incendiar su mezquita. En su reconstrucción posterior, las puertas de la nueva mezquita de Algeciras fueron construidas con la madera de los barcos Vikingos capturados en este episodio. Desde Algeciras se desplazan hasta la costa murciana y remontan el río Segura llegando hasta la ciudad de Orihuela, la cual saquean e incendian. Su siguiente objetivo fueron las Islas Baleares, mientras otra parte de ellos remonta el río Ebro y a través de sus afluentes logran desembarcar en la ciudad de Pamplona donde hicieron prisionero al mismísimo rey García Iñiguez. Este rey fue posteriormente liberado tras el pago de un alto rescate de muchas decenas de miles de monedas de oro. Sobre este ataque al Reino de Navarra existe otra versión que indica que los Vikingos accedieron desde Francia donde tenían una base estable.

En el año 966, una nueva expedición Normanda compuesta por unos 28 barcos invade las llanuras de Lisboa donde son vencidos y expulsados tras un sangriento encuentro con las tropas del entonces Emir Al Hakam II.

En el 971 volvieron a dejarse ver barcos Vikingos por las costas españolas pero la ya potente y experimentada escuadra islámica impide cualquier desembarco.

Además de lo aquí indicado, en crónicas cristianas quedaron reflejados otros ataques de los Vikingos a tierras gallegas. De forma resumida y para que ningún posible lector gallego de este artículo se sienta olvidado, mencionaré las más importantes:  Años 968-970:  A través de la ría de Arosa, desembarcaron en Xunqueira y permanecieron tres largos años saqueando tierras gallegas. En este periodo, la ciudad de Orense quedó arrasada.

En el año 1014 se produce otro ataque a tierras gallegas, en concreto a la ciudad de Tuy, la cual es saqueada e incendiada sin contemplaciones. Destruyen la catedral de esta ciudad.

En el 1028 atacan internándose de nuevo por la ría de Arosa.

Si bien Galicia fue sin duda la zona de la península ibérica más frecuentada por Vikingos, en todas sus incursiones se encontraron con una feroz resistencia de los reinos cristianos, lo cual imposibilitó el establecimiento de colonias o reinos tal y como ocurrió en muchos otros países europeos. Los Vikingos acabaron cristianizándose y siguieron frecuentando tierras gallegas normalmente como punto de escala en sus viajes hacia Tierra Santa, ya fuera como peregrinos o como cruzados. En Galicia se dirigían a Santiago a venerar los restos del apóstol, permaneciendo en este territorio en ocasiones semanas o meses antes de proseguir su viaje a Jerusalén. Estas visitas, a pesar de no ser ya considerados como paganos, no eran muy bien recibidas pues continuaron con su actividad de pillaje y saqueo. Ha quedado constancia de su presencia en los años 1.108, 1.111, 1.152, 1.189 y 1.217, si bien es posible que hubiera otras muchas

Abderramán III. El guerrero.

La actividad guerrera del gran Abderramán III fue incesante en sus 50 años de reinado. En sus primeros veinte años de gobierno, pacifica Al-Andalus restaurando la autoridad y prestigio de los Omeya. Pone fin a las rebeliones de Toledo, Zaragoza y declara la guerra sin cuartel al rebelde Omar ben Hafsun al cual finalmente derrota. Participa personalmente y de forma muy activa en las acciones de guerra.

Su actividad contra los cristianos fue asimismo muy intensa y eficaz, pero con resultados desiguales. Abderramán III fue consciente del peligro del avance cristiano. En el año 912 éstos habían alcanzado la línea del Duero tomando posiciones en las fortalezas de Osma y San Esteban de Gormaz. Por ello decide reforzar la vigilancia de las fronteras y establece una gran línea defensiva al Sur del Duero.

En el año 916, su ejército es derrotado por el Rey de León, Ordoño II, en un intento de tomar la fortaleza cristiana de San Esteban de Gormaz. El cuerpo de su general derrotado, Ahmad Ben Muhamad, fue decapitado por las tropas vencedoras y expuesta su cabeza en las murallas de San Esteban de Gormaz junto con la cabeza de un jabalí. Gran afrenta para un musulmán. En el verano del año 920, en venganza por dicha derrota, Abderramán III dirige personalmente su ejército hacia Medinaceli para posteriormente arrasar Osma y San Esteban de Gormaz. Se adentra además en el Reino Navarro y devasta su territorio. Los navarros sufrieron una de sus peores derrotas.

En el año 921, el ejército califal es derrotado de nuevo por el Rey de León Ordoño II, el cual se adentra en territorio islámico llegando a escasos 20 Km. de Sigüenza.

En el año 924 dirige Abderramán III un ataque contra los navarros. Arrasa hasta los cimientos la ciudad de Pamplona y aniquila casi por completo al ejército Navarro, el cual, tras esta derrota, no tuvo capacidad de volver a presentar batalla a los musulmanes en los siete años siguientes.

En el año 933, Abderramán III ordena a su ejército atacar Osma en represalia al ataque del año anterior contra la fortaleza de Madrid realizada por el rey Ramiro II de León. Las tropas cristianas, que esperaban este ataque de venganza y estaban preparados, vencieron a las fuerzas musulmanas causando un gran número de bajas y provocando su inmediata retirada.

Al año siguiente, en el 934, Abderramán III dirige personalmente sus tropas de nuevo contra la fortaleza de Osma poniendo asedio a la misma. Casualmente, su mayor enemigo del momento, el Rey Ramiro II de León, se encontraba en el interior del castillo el cual rechaza un enfrentamiento en batalla campal. Las tropas califales devastan el territorio, llegando incluso hasta Burgos donde el día 6 de agosto pasan a cuchillo a los 200 monjes que residían en el Monasterio de San Pedro de Cardeña. El Califa se da por satisfecho y regresa a Córdoba con sus tropas sin lograr la rendición de Osma.

En el año 939, Abderramán proclama la Guerra Santa, recluta un ejército de 100.000 hombres y parte de Córdoba el 29 de junio hacia la localidad de Simancas, nueva fortaleza donde los cristianos se habían hecho fuerte al norte del río Duero. Allí les espera para presentar batalla una coalición de tropas leonesas (lideradas por el Rey Ramiro II), castellanas (al mando del Conde Fernán González) y navarras (Reina Toda). En su avance, la columna de soldados islámicos se extiende a lo largo de 55 kilómetros. El 14 de julio las tropas ya se encuentran en Toledo donde descansan hasta el día 18 para dirigirse al norte cruzando la Sierra de Guadarrama a través del Puerto de la Tablada. El 19 de julio se produce un eclipse solar prácticamente total, causando terror a las tropas y presentimiento de mal augurio para la campaña militar.

En su desplazamiento hacia Simancas, el ejército destruye y saquea todo a su paso. Llegados a Simancas, el enfrentamiento comienza el 6 de agosto y se prolonga durante tres o cuatro días. Las tropas musulmanas son vencidas. En su retirada, el ejército musulmán arrasa todas las poblaciones y campos por los que atraviesa, pero son de nuevo diezmados en los alrededores de Tiermes (Soria) al sufrir una emboscada atravesando una zona de barrancos y gargantas. El propio Abderramán estuvo a punto de perder la vida en esta emboscada. Lo que sí perdió ese día nuestro personaje fue un rico ejemplar del Corán que portaba en todas sus batallas, su malla de oro y lo que es más importante, las ganas de volver a intervenir personalmente en batalla alguna, lo cual jamás volvió a realizar.

A través de Atienza, el malogrado ejército califal logra llegar a Córdoba el 14 de septiembre, donde Abderramán III ejecuta en público a 300 de sus generales por la derrota y deshonra sufrida. Cuentas las crónicas que la causa de este desastre militar, además del buen hacer de las tropas cristianas, fueron numerosos errores tácticos de los generales musulmanes, la traición de muchos de ellos, así como la falta de experiencia militar de muchos de los soldados voluntarios.

Si bien nuestro Califa no vuelve a intervenir personalmente en guerra alguna, refuerza las fronteras con tropas perfectamente equipadas y ordena a sus generales que incrementen los ataques contra los cristianos, lo cual se lleva a cabo de manera periódica y eficaz.

Los cristianos aumentan la presión en la frontera del Duero, por lo que, en el año 946, se establece en Medinaceli la capital de la Marca Media. La ciudad se fortifica y se convierte en cuartel general administrativo y militar de esta zona de frontera donde se deposita la maquinaria de guerra y las tropas se acantonan, abastecen y reagrupan para acosar de forma continuada a los cristianos. Un cronista árabe del momento dejó escrito sobre Medinaceli: “Dios hizo de esta villa una ayuda para los musulmanes y una fuente de angustia para los infieles”.

Abderramán III. El personaje.

Emir y primer Califa independiente de Al Ándalus. Nace el 7 de enero del 891. Hijo y nieto de mujeres cristianas españolas. Su abuelo, el Emir de Córdoba Abdalá I, contrae matrimonio con Oneca, hija del Rey de Pamplona Fortún Garcés, con la cual tiene un hijo, Mohamed. Éste, a su vez, tiene un hijo, nuestro Abderramán, con Muzna, mujer cristiana de origen vascón. Por sus venas corre sangre árabe únicamente en una cuarta parte, característica propia de muchos, muchos, incluso la mayoría, de Emires y Califas de Al Ándalus.

De cuerpo recio, algo rechoncho, de baja estatura, ojos azules y cabellos rojizos. Ante sus tropas intentaba no bajarse del caballo para ocultar su baja estatura. Se teñía el pelo de negro para parecer un auténtico árabe.

Abderramán III, no conoció a su padre pues éste fue asesinado el 28 de enero del 891 por su hermano Al Mutarrif y en una temprana lucha por la sucesión. Aún no había fallecido el entonces Emir, padre de ambos, el cual, dicen, estaba confabulado en este fratricidio. El Emir, arrepentido por el asesinato de su hijo primogénito, se hace cargo de la educación de su nieto y le acoge para su crianza en palacio. Años más tarde, en el 895, el propio Emir ordena ajusticiar a su hijo Al Mutarrif acusado de conspiración y nombra sucesor al niño Abderramán al cual se le prepara de manera concienzuda para sus futuras funciones.

Al fallecimiento de su abuelo, Abderramán III asume el cargo de Emir el 15 de octubre del año 912, con 21 años. Se trata de un personaje inteligente, ambicioso, cortés, benévolo, generoso, poco devoto y tolerante. Implacable, cruel y sanguinario con sus enemigos.

En el año 929 Abderramán III se autoproclama Califa y Príncipe de los Creyentes. Ostenta el poder absoluto en el ámbito político, militar y religioso, dispensa justicia, es árbitro infalible y contra sus decisiones no cabe recurso alguno. Implacable con sus enemigos, ordena ejecutar a varios tíos suyos, hermanos de su padre, e incluso a uno de sus propios hijos, todo ellos acusados de conspiración. A su hijo Abdalá lo mandó ejecutar en el salón del trono estando él presente junto con los dignatarios de la corte.

Califa prolífico pues tuvo unos 18 hijos varones y 16 hijas. Siguiendo las costumbres de sus antecesores, pasada la infancia, salvo el nombrado sucesor, no se les permitía vivir en palacio ni ostentar cargos de importancia al objeto de evitar rebeliones o conspiraciones. Se les concedía una buena vivienda, tierras y dinero suficiente para llevar una vida lujosa y cómoda adecuada a su condición.

Abderramán III ordena construir en el año 936 la ciudad de Medina Azahara la cual convierte en símbolo de su poder político, militar y religioso. Allí se trasladaron los 3.750 esclavos que daban servicio al califa y su harem compuesto por 6.300 mujeres. Como es de suponer, con un harem tan nutrido, gran parte del personal doméstico de palacio eran eunucos. Los eunucos eran esclavos, normalmente europeos y desde muy jóvenes eran castrados por especialistas judíos. Dado lo delicado de la operación quirúrgica de castración, era frecuente que estos desgraciados no salieran con vida de esta. Muchos de estos eunucos, una vez fallecido el califa, obtenían la libertad y ocupaban importantes puestos en la Administración obteniendo un buen estatus social.

Abderramán III fallece en Córdoba el 15 de octubre del año 961 tras 50 años de largo reinado. Pacificó Al Ándalus, defendió firmemente las fronteras y fue símbolo del poder absoluto. Los poetas de su entorno lo calificaron en sus obras de justo, generoso, valiente, noble, inteligente, con grandes dotes militares y sediento de la sangre de sus enemigos. Bajo su mandato, convirtió la ciudad de Córdoba en referencia mundial de civilización, arte y cultura. Sin duda, uno de los mejores gobernantes de Al Ándalus.

Llevaba un diario donde reflejaba los días felices de los que disfrutó en su vida. Quedaron anotados únicamente catorce de ellos.

ALMANZOR. MUERTE Y SUCESIÓN

El 21 de mayo del año 1002, Almanzor, tras el protocolario desfile con sus temidas tropas en la ciudad de Córdoba, se dirige de nuevo hacia el Norte para llevar a cabo su aceifa número 56 contra territorio cristiano.

En Gormaz cruza el río Duero y a través de Huerta del Rey y Salas de los Infantes llega al actual pueblo de Canales de la Sierra (La Rioja), desde donde se dirige al Monasterio de San Millán de la Cogolla el cual es saqueado e incendiado sin contemplaciones. En su camino no encuentra oposición alguna. Su fama le precede y el territorio por el que se desplaza su ejército se encuentra prácticamente desierto lo cual facilita aún más su destrucción.

Durante el transcurso de esta campaña, su enfermedad de artritis gotosa se agudiza cayendo gravemente enfermo. Ello le obliga a poner fin a la incursión de castigo y retornar cuanto antes a Medinaceli para ser tratado por los médicos. En este regreso, Almanzor es transportado en litera por sus tropas y todos son conscientes de que posiblemente no pueda volver a territorio cristiano para seguir imponiendo su política de muerte, terror y destrucción.

Así, desde San Millán de la Cogolla se inicia por su ejército una rápida retirada, cruzando la Sierra de Cameros posiblemente a través de Tobía, Anguiano y Viniegra, entrando finalmente en la actual provincia de Soria por Montenegro de Cameros. En otra ocasión dedicaré una entrada a este último viaje de Almanzor por tierras sorianas pues es realmente interesante.

En este apresurado retorno, en Calatañazor, las tropas islámicas hicieron parada para hacer noche siendo su retaguardia atacada por, ahora sí, envalentonadas tropas cristianas lideradas por el Conde castellano Sancho García, los cuales eran conocedores del motivo de la rápida e inesperada retirada del temido ejército musulmán. De esta escaramuza, en la cristiandad, siglos después, se escribieron crónicas que aseguraban que en dicha batalla Almanzor fue derrotado y herido de muerte y a lo cual pocos historiadores dan veracidad. Así, la conocida expresión “En Calatañazor Almanzor perdió su tambor”, es de muy dudosa credibilidad. Almanzor guerreó y atemorizó al mundo cristiano durante veinticinco años de forma continuada y nunca, nunca, conoció la derrota.

La última noche la pasó Almanzor en el Castillo de Berlanga, falleciendo al día siguiente en el actual término municipal de Bordecorex, a los pies de una atalaya hoy llamada “El Tiñón” y que formaba parte del sistema de vigilancia del entramado defensivo de la Estremadura Soriana. Es el 10 de agosto del año 1002.

Almanzor llega cadáver a Medinaceli, siendo enterrado en un lugar nunca encontrado hasta ahora y envuelto en un manto elaborado por sus propias hijas y cubierto con el polvo que de sus ropajes Almanzor conservaba y guardaba después de cada victoriosa batalla. Cuenta la leyenda, que, sobre su tumba, se colocó una lápida de mármol blanco donde se podía leer el siguiente epitafio: “Sus hazañas te enseñarán sobre él, como si lo vieras con tus propios ojos. Por Alá que jamás volverá a dar el mundo nadie como él, ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar”. Acertado resumen de su figura. Punto final al azote de la cristiandad. Comienza el declive de Al-Andalus.

A Almanzor le sucede su hijo Abd al Malik (Amir al Muzaffar “El Triunfador”) (1002 – 1008). Éste consiguió que el califa Hisham II le concediera los mismos poderes que otorgara en su día a su padre, de tal manera que, durante los seis años que duró su mandato, fue continuador de la misma política de su gran antecesor. Recordemos que el Califa fue una marioneta dirigida por Almanzor.

Dirigió el pueblo y a la clase política con mano dura y llevó a cabo ocho ataques contra territorio cristiano, pero sin tanto éxito como su padre pues fue derrotado en alguna que otra ocasión.  Abd al Malik, desde muy joven, acompañó a su padre Almanzor en multitud de incursiones contra territorio cristiano y gozaba de una extraordinaria valentía y amplia experiencia en combate. Fallece el año 1008 consecuencia de una enfermedad. Siempre existirá la sospecha de que fue envenenado por su hermano “Sanchuelo”, el cual asume el poder de forma inmediata, al día siguiente de su fallecimiento.

Abderramán ibn Sanchul conocido como “Sanchuelo”, hijo de Almanzor y Abda, hija del rey Sancho Garcés II de Pamplona. El apodo de “Sanchuelo” era debido al gran parecido físico que tenía con su abuelo materno.

Nada tuvo que ver “Sanchuelo” ni con su padre ni con su hermano. Se dedicó fundamentalmente a disfrutar en palacio, junto al califa Hisham II, de los placeres de la vida, del vino y de las mujeres. Consiguió incluso que el Califa, que carecía de descendencia, le nombrara su heredero legítimo, lo cual no gustó a los otros pretendientes Omeyas, siendo éste el motivo de su asesinato a los pocos meses de su mandato. Personaje mediocre, soberbio y de vida desordenada. Indigno sucesor de su padre. Subió al poder en octubre del año 1008 y fue decapitado por los rebeldes el 3 de marzo de 1009. Su cadáver fue embalsamado y crucificado en una de las Puertas de Córdoba.

Almanzor. El guerrero.

Además de hábil político con ciertos tintes sanguinarios y pocos escrúpulos, Almanzor destacó por sus dotes militares. Realizó 56 campañas victoriosas entre los años 977 y 1002. Cincuenta y tres de estas acciones lo fueron contra las tropas cristianas y con excelentes resultados. En estas campañas, asedió, saqueó, incendió y asoló multitud de ciudades y fortalezas de los diferentes reinos cristianos. Muchas de ellas con sus ciudadanos en el interior. Almanzor y su ejército nunca conocieron la derrota.

Para lograr el poder absoluto y ante la crisis sucesoria abierta en Al Ándalus por la minoría de edad del que debiera ser nombrado Califa, Al Hakem II, a Almanzor no le tembló el pulso para asesinar al pretendiente al cargo de Califa, Al Mughira y encarcelar de por vida al Chamberlán Al Mushafi. Allanado el camino en el ámbito político, Almanzor se alía con el general Galib, comandante en jefe de todos los ejércitos, visir y Chamberlán de Al Ándalus, llegando incluso a casarse, para afianzar sus relaciones, con una de las hijas del general llamada Ismá.

La alianza Galib – Almanzor obtiene unos excelentes resultados militares en diferentes campañas contra los cristianos, pero pronto surgen las diferencias entre ambos, debido a la creciente desconfianza de Galib al percatarse de las verdaderas intenciones de su yerno.

Fue en el castillo de Atienza donde ambos colosos tuvieron un encuentro en la primavera del año 980. Galib, espada en mano, intenta asesinar a Almanzor, el cual únicamente sufre heridas en un brazo y logra huir del lugar arrojándose al vacío por una de las ventanas del castillo.

Esta osadía acabaría pagándolo muy caro Galib, pues Almanzor, en represalia, arrasa y toma Medinaceli, cuartel general de su suegro, para posteriormente, en el verano del año 981, enfrentarse ambos ejércitos en tierras sorianas, en la localidad de Torrevicente. Cuentan las crónicas que Galib, que contaba ya con 80 años, en plena refriega se retiró momentáneamente con su caballo para hacer de vientre y fue encontrado muerto a los pies de su caballo. Ello provoca el desconcierto de sus tropas, lo cual aprovecha Almanzor para masacrarlo y alzarse rotundamente con la victoria. El cuerpo de Galib fue decapitado, desollado, rellenado con algodón y crucificado posteriormente en una de las puertas de la ciudad de Córdoba. Almanzor, a su llegada a Córdoba, se presentó ante su esposa Ismá, hija del general Galib, con la cabeza ensangrentada de su suegro y la arrojó con desprecio a los pies de la mujer diciendo: “la voluntad de Alá se ha cumplido”.

Tras esta decisiva batalla, Almanzor adopta el apodo de “Al Mansur”, “El Victorioso”, con el cual pasará definitivamente a la historia.

Eliminado Galib, Almanzor ya no tiene rival y ejerce las funciones de Califa sin límite alguno y con poder absoluto tanto en lo político como en lo militar.

Almanzor reorganiza el ejército y lo nutre fundamentalmente de tropas bereberes del norte de África las cuales le eran absolutamente leales. Además, cuenta con tropas mercenarias cristianas y del África negra. Moderniza y profesionaliza el ejército, convirtiéndolo en el más potente, agresivo y temido de la historia de Al-Ándalus y por qué no decirlo, invencible. Asimismo, en numerosas campañas, este ejército profesional era apoyado por personal civil y por nutridos grupos de fanáticos voluntarios movidos generalmente por motivos religiosos y que eran lanzados a miles contra el enemigo siendo los primeros en regar con su sangre el campo de batalla y provocando un desgaste importante a las tropas cristianas.

En época de Almanzor, su ejército estaba compuesto por un total de unos 70.000 efectivos, de los cuales, 45.000 eran jinetes y 25.000 infantes de a pie. Este ejército estaba dividido en tropas de infantería, caballería y marina, además de los cuerpos encargados de las máquinas de asedio. El cuerpo de marina contaba con unos 500 barcos a los que hay que añadir otras naves menores y que servían de apoyo a los grandes.

Era tal el terror que imponía a los cristianos el simple hecho de saber que Almanzor se dirigía hacia su territorio que, en muchas ocasiones, las tropas no encontraban oposición alguna en su camino y las ciudades y fortalezas eran abandonadas previamente por sus habitantes y defensores. Ello no impedía que las ciudades fueran arrasadas hasta los cimientos, los montes fueran talados, las cosechas quemadas, el agua envenenada, el ganado robado y los prisioneros de guerra fueran pasados a cuchillo a excepción de mujeres y niños los cuales eran apresados para ser vendidos como esclavos. El objetivo de Almanzor era realmente simple: Sembrar el terror, demostrar su poder y desestabilizar al contrario. Y sabía muy bien cómo hacerlo. En raras ocasiones dejó tropas acantonadas en las zonas arrasadas.

Otro importante objetivo en sus campañas era el de obtener un botín muy especial: esclavas. Cuentan las crónicas que durante los 25 años que atacó a los cristianos hizo esclavas a unas 100.000 mujeres las cuales eran vendidas para ser destinadas a los ricos harenes de Al Ándalus y del resto del imperio musulmán. Debemos conocer que, en esta etapa, una de las grandes bases económicas de Al Ándalus era el comercio de mujeres y niños.

Una de sus campañas más conocidas fue el saqueo y destrucción de la ciudad de Santiago de Compostela, la cual encontró prácticamente vacía y abandonada y en la que sorprendentemente respetó los restos del Santo. Las campanas de la ermita de Santiago fueron transportadas hasta Córdoba por prisioneros cristianos, donde fueron utilizadas como lámparas durante los siguientes 250 años, hasta que de nuevo fueron trasladadas a Santiago, pero esta vez por prisioneros musulmanes y una vez caída la ciudad de Córdoba.

Otra destacada campaña de Almanzor fue contra la ciudad de Barcelona, en la que durante el asedio bombardeó la ciudad con miles de cabezas de sus enemigos cristianos. La ciudad no tardó en ser tomada y saqueada. El terror y la crueldad eran sus mejores armas.

En otra ocasión, para vengarse de un ataque Navarro en el año 997 contra Calatayud, ordenó asesinar a sangre fría a 150 rehenes navarros retenidos como garantes de un tratado de paz (del 994) pactado entre los navarros y Almanzor. Uno de estos rehenes era nieto del propio rey de Navarra Sancho II, con el que tampoco hubo piedad y a pesar de estar emparentado con el propio Almanzor (recordemos que una de sus mujeres, Abda, era hija de Sancho II).

Infinidad de ciudades y fortalezas cristianas sufrieron el salvaje ataque de Almanzor, muchas de ellas incluso en más de una ocasión. Por nombrar algunas y son pocas, citaré las más conocidas: Zamora, Salamanca, León, Sepúlveda, Toro, Simancas, Osma, Ledesma, Astorga, Pamplona y un largo etcétera…

Cuentan las crónicas que, en campaña, Almanzor vestía de rojo y tenía a su disposición una litera donde reposaba a menudo buscando breve descanso por los dolores que le provocaba su insoportable enfermedad, artritis gotosa crónica, la cual acabó finalmente con su vida.

Nuestro personaje era un guerrero sin escrúpulos, dispuesto a eliminar a cualquier precio a sus enemigos cristianos e incluso a aquellos de su misma raza e incluso sangre que intentara traicionarle. Sobre el año 988, Almanzor es informado de que su hijo Ab Allah, junto con los gobernadores de Zaragoza y Toledo conspiran contra él. El gobernador de Zaragoza es decapitado y su hijo huye a territorio cristiano donde encuentra la protección del conde castellano García Fernández. El gobernador de Toledo busca y encuentra el amparo del rey de León Bermudo II. En venganza, nuestro gran general ataca en repetidas ocasiones los territorios gobernados por estos cristianos, obteniendo resultados al año siguiente cuando el conde García, para evitar la destrucción de San Esteban de Gormaz, entrega a Almanzor al desgraciado de su hijo el cual es decapitado de forma inmediata por orden de su padre.

Para llevar a cabo muchos de los ataques a tierras cristianas, Almanzor se desplazaba desde Córdoba a Medinaceli, donde se concentraban y armaban las tropas para, posteriormente dirigirse a Gormaz donde iniciaban su incursión en territorio enemigo. En anteriores crónicas aquí publicadas, “Ruta por la Estremadura Soriana”, podrás ver la descripción y los caminos seguidos por Almanzor y sus tropas desde Medinaceli a Gormaz antes de entrar en combate.

Almanzor. El personaje

Abu Amir Muhhamad Abi Amir Al Maafiri, apodado Al-Mansur, “El Victorioso”, más conocido en la cristiandad como Almanzor.

Sin duda, el mejor jefe militar que conoció Al-Ándalus en toda su historia. Entre los años 977 y 1002 dirigió e intervino personalmente en 56 campañas victoriosas tanto contra los cristianos (53) como contra los habitantes del norte de África. La sola mención de su nombre provocaba el pánico entre la población cristiana.

Almanzor fue un verdadero dictador, a la vez genial, carismático, sin escrúpulos, cruel, ambicioso y calculador. Con voluntad de hierro, hábil en la política y de indiscutible maestría militar. Durante 20 años aparece como único soberano de Al-Ándalus, lo que le permite tratar con mano dura a la población, suprimir los privilegios de las castas, humillar a la aristocracia árabe y reorganizar el ejército el cual le será absolutamente fiel durante su gobierno.

Nació en Torrox (Málaga) en el año 940 en el seno de una auténtica familia árabe de origen Yemení, de buen linaje, descendientes directos de Abd Al-Malik el cual participó personalmente con el propio Tariq (en el año 711) en la ocupación de la península ibérica. Como recompensa a la valentía demostrada por este antepasado en la toma de Carteya (Cádiz), se le concedió el castillo de Torrox y tierras aledañas. El abuelo de Almanzor fue nombrado Cadí (magistrado) de Sevilla y contrajo matrimonio con una hija del médico personal de Abderramán III. El padre de Almanzor, Abd Allah Abi Amir, teólogo, transmisor de tradiciones musulmanas y hombre piadoso, falleció en Trípoli durante el regreso de un viaje de peregrinación a la Meca. Su madre, de pura raza árabe y también de buen linaje, se llamaba Burayha.

Almanzor estudió temas jurídicos y literarios en Córdoba y pronto comienza a trabajar en la Administración redactando memorias e instancias como auxiliar de notarios y jueces. Fue nombrado administrador de los bienes de los hijos del Califa Al-Hakam II (hijo de Abderramán III), así como tesorero y curador en las sucesiones intestadas. Además, ejerció como Cadí en la circunscripción de Sevilla y Niebla. Gozaba de la protección de Subh, esposa de Al-Hakam II y madre de Hisham, futuro Califa.

En el año 976, Hisham II es nombrado Califa con 11 años. Almanzor administra sus bienes, es nombrado Chambelán y pronto comienza a asumir personalmente las funciones propias de un Califa. Le bastan cinco años a nuestro protagonista para, una vez eliminados a su estilo adversarios y opositores, asumir plenamente la dirección del Estado, el control de la economía y otro aspecto importantísimo, el control y dirección del ejército. No rinde cuentas de sus actividades, ni siquiera al Califa, el cual se encuentra recluido en Palacio, aislado del mundo exterior, llevando una vida contemplativa, rodeado de lujo y disfrutando de todos los placeres de la vida.

Su condición de “Chambelán” del Califa es lo que permite a Almanzor asumir y apropiarse del control absoluto de Al Ándalus. El “Chambelán”, es el jefe de la Casa del Gobernante y actúa como su representante en actividades políticas, diplomáticas y militares. Dirige el ejército, negocia tratados con el enemigo, dirige campañas contra los cristianos y nombra gobernadores en los distintos territorios de Al Ándalus. Lo que diferenció a Almanzor de otros muchos “Chambelán” anteriores, es que mantuvo siempre al Califa al margen de sus decisiones y sin contar en ningún momento con su opinión o control.

Así, a partir del año 981, Almanzor empieza a ejercer como un auténtico Rey, como auténtico Califa y obtiene, tras demostrar en numerosas batallas que es invencible, el apodo de “Al Mansur Bi-llah”, “El Victorioso por Alá”. Ordena riguroso protocolo regio en sus audiencias, impone que se le besen las manos a los que recibe y se atribuye los títulos de “Señor” y de “Noble Rey”.

En asuntos amorosos, el gran General Almanzor tuvo varias esposas, algunas de ellas obtenidas como moneda de cambio para afianzar acuerdos o garantizar periodos de paz. Por ser las más conocidas, nombramos a Ismá, hija del General Galib, jefe del ejército de la Marca Media y a quien finalmente Almanzor se enfrentó y venció en cruel batalla;  Oneca, hija del Conde de Castilla Garcí Fernández;  Teresa de León, hija del rey Bermudo II de León, la cual, camino a Córdoba, exclamó indignada que “una nación debe confiar la guarda de su honor a las lanzas de sus guerreros y no a los encantos de sus mujeres”;  y Abda Sánchez, hija del rey Sancho Garcés II de Navarra con la cual tuvo un hijo conocido como Sanchuelo el cual ejerció, al igual que su padre, el poder absoluto de Al Ándalus durante un breve periodo de tiempo.

Atalaya «El Tiñón»

Espectacular Atalaya situada en el término municipal de Rello (Soria).

Sin duda, se trata de la joya de la corona. Única en la provincia por su forma troncocónica, se encuentra perfectamente restaurada y es accesible hasta su piso más alto. Construida en el siglo X, consta de tres pisos, mide unos 9 metros de altura, cinco de diámetro y sus muros tienen más de un metro de grosor. Su estrecho acceso se encuentra a varios metros de altura al que se accedía con una escalera de mano siendo retirada en caso de presencia del enemigo. El paisaje desde la atalaya es espectacular y verás que hay contacto visual con el amurallado pueblo de Rello y las atalayas de Torre Melero y Ojaraca. Es el lugar perfecto para sentarse tranquilamente un buen rato, situarse, orientarse y entender y reflexionar sobre el funcionamiento del entramado defensivo de fortalezas y atalayas en la frontera del Duero.

Cuenta la historia que en este punto exacto falleció Almanzor, sin duda el general musulmán más temido por los cristianos a los que atemorizó sin descanso durante 25 años en 56 campañas de sangre y terror.

10 de agosto del año 1002, es mediodía, hace un calor infernal. Los tres soldados bereberes de la patrulla de vigilancia establecidos en la atalaya El Tiñón están en tensión. Conocen que Al Manssur bi Allah (el Victorioso de Dios), se ha visto forzado a regresar apresuradamente de su incursión en territorio cristiano por encontrarse gravemente enfermo.  Almanzor y sus tropas han hecho noche en la cercana fortaleza de Berlanga, a media jornada escasa. No tardará mucho en pasar el Gran General por la atalaya pues es el camino más seguro hacia Medinaceli donde se encuentra el cuartel general de la frontera.

Pronto divisan en el horizonte la interminable caravana de soldados que trasladan en litera al Caudillo derrotado por su grave enfermedad. Febril y semiinconsciente, Almanzor ordena hacer un alto en la Atalaya para que sus hombres descansen. En los últimos días sus tropas han sufrido un duro desgaste. Tras arrasar el Monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja), han tenido que iniciar una rápida retirada por el repentino empeoramiento de salud de su General. Además, en esta imprevista retirada, que no huida y hasta el mismo límite de la frontera que marca el Duero en Gormaz, la retaguardia del ejército ha sido hostigada constantemente por las tropas cristianas aprovechando la debilidad de “El Victorioso”.

Almanzor, Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafiri, postrado en su litera, a la sombra de su tienda, rodeado de los más allegados y siendo mudo testigo la atalaya, exhala su último suspiro. La dolorosa artritis gotosa que sufría desde hace años ha podido finalmente con él. El cuerpo es amortajado y trasladado con urgencia hasta Medinaceli donde recibe sepultura en un lugar hasta ahora desconocido. Desaparece el azote de la cristiandad. La historia lo recordará para siempre. Comienza el declive de Al Ándalus.

La Batalla de Guadalete. 1.310 años después.

En esta semana del 19 a 26 de julio, en el año 711, hace exactamente ahora 1.310 años, ocurrió un hecho histórico que cambió el rumbo de la historia de España para siempre:  Tuvo lugar la llamada batalla de Guadalete en la que se enfrentaron por vez primera las fuerzas musulmanas y las godas.

27-28 de abril del año 711. A los mandos del general bereber Tariq ibn Ziyad, cruzan el Estrecho 7.000 soldados en su gran mayoría bereberes. El desembarco se produce en Gibraltar (Yebel Tariq).

 En unas pocas semanas, se unen a estas tropas otros 5.000 soldados bereberes sedientos de sangre y saqueos. La conquista musulmana de la Península Ibérica ha comenzado.

Las tropas islámicas están totalmente motivadas pues obtendrán un buen botín de tesoros y mujeres, o bien alcanzarán el paraíso eterno en el caso de morir en batalla. Los bereberes son temibles, sanguinarios, buenos guerreros, expertos jinetes y utilizan tácticas de guerra desconocidas hasta ahora en la península. Los soldados están absolutamente convencidos de su éxito en el campo de batalla.

El grueso del ejército Godo, liderado por el rey Rodrigo, se encuentra en esos momentos en territorio navarro sofocando una rebelión y se dirigen hacia Algeciras, puede que con demasiadas prisas, en cuanto reciben la noticia del desembarco.

Los bereberes toman posiciones en la bahía de Algeciras y esperan la llegada de las tropas godas.

La batalla se desarrolla en la junta de los ríos Guadalete y Majaceite, a unos 7 km. al sur de Arcos de la Frontera y se prolonga durante días, entre el 19 y 26 de Julio de 711. El ejército bereber aplasta sin piedad al visigodo, dando muerte al rey Rodrigo cuyo cuerpo sin vida nunca apareció. Únicamente se recupera el cadáver de su caballo y una bota real. La ferocidad bereber y la destreza de sus jinetes con rápidos y cortos ataques se impone a un rancio ejército godo infestado de traidores.

Los musulmanes, ante esta gran victoria, tienen vía libre para internarse y dominar la Península Ibérica, lo cual consiguen en tan solo 10 años y sin excesivos enfrentamientos bélicos.  

Estos acontecimientos dieron lugar a la desaparición casi inmediata del oscuro, avaricioso, anticuado e invasor poder visigodo, a la presencia musulmana en España durante los siguientes setecientos años y a la unión de todos los cristianos con un mismo objetivo común, la reconquista, el germen que mil trescientos diez años después, da lugar a la España que disfrutamos todos hoy en día.

Qué menos que recordar una semana tan importante y olvidada como ésta. Mucha lista de Reyes Godos en el colegio y poco Emir o Califa andalusí. ¿Por qué en estos tiempos en los que hay días dedicados a las alitas de pollo o a los delfines huérfanos, no se recuerdan estas importantes y decisivas batallas de nuestra historia como son la de Guadalete (19-26 julio 711), Covadonga (28 de mayo de 722), Simancas (1 de agosto de 939), Alarcos (19 de julio de 1.195), Navas de Tolosa (16 de julio de 1212)?  Casi todas ellas ocurridas en el verano, con el buen tiempo, cuando se hacía la guerra en la Edad Media. Pero eso, amigo, ya es otra historia.