El matrimonio Andalusí

La familia musulmana era patriarcal, al igual que la cristiana y judía, siendo la base de la misma el matrimonio celebrado entre el hombre y la mujer. El matrimonio se formaliza mediante la firma de un contrato entre los contrayentes en el que se regula la dote a percibir por la novia y otros aspectos de la relación matrimonial como podían ser, las causas de divorcio, el establecimiento del domicilio conyugal, no modificar el mismo sin consentimiento de la esposa, permitir la visita de los familiares de la novia, el tiempo que el marido podía ausentarse del domicilio, obligación del marido de no tomar concubinas sin el conocimiento y aprobación de la esposa, limitar su número, exigir al marido a proporcionar ayuda doméstica, etc…

Para entender hoy en día algunas de estas condiciones, hay que saber que el matrimonio musulmán es polígamo, pudiendo el hombre tener hasta cuatro esposas pero sin límite alguno en lo que se refiere a las concubinas siempre que pudiera mantener a todas ellas de forma adecuada y digna. Ello nos puede dar una idea de que únicamente los hombres de las clases más pudientes podían permitirse estos lujos.

Además de la firma del contrato indicado, la boda suponía, como hoy en día, grandes gastos para el banquete, el peinado de la novia, los músicos, los regalos, etc.

Como ya alguno estará pensando, muchos de los matrimonios Andalusíes, al igual que a lo largo de gran parte de la historia y en todo tipo de religiones, tenían fines económicos, sociales e incluso políticos, surgiendo el amor entre los contrayentes (si surgía) a lo largo del tiempo. El día de la boda se determinada previa consulta a los astrólogos y en un intento de garantizar el éxito de esta aventura.

Se permitían los matrimonios mixtos, pero no con la igualdad debida: El hombre podía casarse con mujeres que no fueran musulmanas (cristianas o judías) pero la mujer siempre debía hacerlo con un musulmán. De hecho, emires y califas como Abderramán II o Al Hakem II e incluso el propio general Almanzor se casaron con mujeres cristianas.

En Al Ándalus existía un floreciente mercado de esclavos donde los hombres de clase alta se nutrían de mujeres para su harem. Hablamos de las concubinas. Estas normalmente eran esclavas, podían pasar a convertirse en cónyuge legítimo de su dueño e incluso podían darle hijos lo que, en este caso, les otorgaba el privilegio de no poder ser vendidas. A las concubinas se las identificaba según su origen étnico-geográfico: negras, bereberes, rummies, siendo éstas últimas las más apreciadas pues procedían de territorios cristianos (norte de España, Europa), muchas de ellas hechas cautivas en operaciones de guerra o compradas en el correspondiente mercado. Con las concubinas negras se evitaba en la medida de lo posible tener descendencia por el evidente color de piel del futuro vástago.

En la concubina se apreciaba la belleza y la inteligencia, siendo muchas de ellas educadas en toda serie de artes y saberes. Compartían aposentos con las cónyuges legítimas y disfrutaban de libertad de movimientos, a diferencia de éstas, por todas las estancias de la casa de los señores. A las fiestas únicamente asistían las concubinas, quedando al margen de estas lúdicas actividades las esposas, las cuales eran depositarias del honor de la familia. La esposa tenía derechos y obligaciones y la concubina estaba al servicio de su dueño. Gran diferencia. Más de un hombre mataba o vendía sin miramiento alguno a aquella concubina que él entendiera que le había hecho ofensa. De forma inmediata, era sustituida por otra u otras compradas en el mercado.

En las clases altas y pudientes, la mujer casada no tenía necesidad de trabajar y pasaba la mayor parte del tiempo en el interior de la casa, saliendo de ella en contadas ocasiones para acudir al juez, al cementerio, a la mezquita, a los zocos o a los baños. En las clases sociales más bajas, la esposa tenía mayor libertad de movimientos y tenían trabajos remunerados como empleada de hogar, comadrona, matrona, nodriza, lavandera, hilandera y tejedora, trabajando también en el campo si eran de familia campesina. Tampoco faltaban las depiladoras, tatuadoras, plañideras, cantoras, echadoras de cartas e incluso maestras y médicos especializadas en mujeres y niños. La mujer, con independencia de su estatus social, podía tener propiedades y dinero.

La autoridad paterna en la familia Andalusí también queda reflejada en el nombre de los hijos habidos en el matrimonio. Junto al nombre propio del niño o niña, se menciona el nombre del padre o abuelo separados por el término «Ben» o «Ibn» (hijo de). Por cierto, los nombres de varón más comunes en Al Ándalus coinciden con el de profetas y personajes importantes de los textos sagrados: Ayyub (Job), Sulaiman (Salomón), Ibraim (Abraham), Musa (Moisés), Yayha (Juan), Isá (Jesús), Yusuf (José) y el más habitual de todos, Muhammad (Mahoma).

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