La última en solitario.

Sábado, 30 de noviembre de 2019, uno de los otoños más lluviosos y fríos de los últimos años. Hacía mucho que el tiempo no acompañaba para una buena y solitaria ruta por la provincia de Soria explorando nuevos territorios.

Tengo idea de visitar un torreón islámico que tengo localizado en el pueblo de Chaorna, en la zona sur de Soria, en Tierras de Medinaceli. Se trata de una zona para mi desconocida y voy con muchas ganas pues no ha parado de llover desde hace días. Llego a Maranchón (Guadalajara) donde tomo carretera (GU 406) en dirección norte para adentrarme en tierras sorianas.

La carretera transcurre por una zona espectacular y me interno poco a poco en el mayor bosque de sabinas de Europa situado en la Sierra de Solorio. Paso de largo por pueblos como Codes e Iruecha, haciendo la más firme promesa para, en un futuro, explorar detenidamente toda esta zona.

Hago parada en el pueblo Soriano de Judes donde me doy un paseo por sus calles principales sin que note la más mínima presencia humana. En la Plaza Mayor me entretengo admirando la iglesia y una casa cuya arquitectura me llama la atención. Hace frio y llueve intermitentemente.

Judes
Judes

Pongo rumbo hacia mi destino principal, pero al poco de salir de Judes veo un embarrado camino de arcilla que se interna en el bosque de sabinas. No me lo pienso dos veces y me adentro de lleno en ese inesperado camino para, después de muchos kilómetros, mucha lluvia, mucho barro y varias cruzadas con salidas del camino incluida (todo es llano), llegar al pueblo de Arcos de Jalón sin excesivos contratiempos. Visito el casco antiguo y en la Plaza Mayor disfruto del exterior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción (siglo XVI -XVIII) en cuya fachada hay una más que decorada placa con los oriundos del pueblo caídos en la Guerra Civil. Hay unos cuantos… Arcos de Jalón no quiere olvidar a sus vecinos.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Arcos de Jalón

Cuando España estaba dominada por los musulmanes, Arcos de Jalón era una ciudad muy poblada y próspera que albergaba un importante enclave militar que, junto con Medinaceli, Somaén y Montuega, controlaba el valle del río Jalón, vía de comunicación entre la Meseta y el Valle del Ebro. Esta localidad, incluso una vez reconquistada, mantuvo un altísimo porcentaje de población musulmana hasta comienzos del siglo XVI. Por hacernos una idea, hay una crónica en la que los únicos cristianos del pueblo, el cura y el alcalde, enviaron un documento a su Obispado en el que comunicaban la ausencia total de parroquianos en cualquier acto religioso.

En un acto de responsabilidad, compro agua, pan y embutido en un super rural de los auténticos y me dirijo al cerro donde se ubica el Castillo cuyos restos actuales, edificados sobre una fortificación árabe anterior, datan del siglo XIV.

Del Castillo se mantiene la Torre del Homenaje y algún tramo de la muralla original. Desde el alto, si retrocedes mil años, sorprende el amplio territorio que se domina y a fecha actual puedes disfrutar de la visión del Arcos de Jalón moderno y antiguo separados por las ruinas en las que me encuentro.

Arcos de Jalón
Arcos de Jalón. Barrio antiguo
Arcos de Jalón

Por asfalto me dirijo finalmente hacia mi destino inicial, Chaorna, a unos 13 km. La carretera atraviesa un paraje espectacular y en ocasiones me recuerda a las dehesas extremeñas. Voy con mucha calma, sin prisa alguna, disfrutando de la soledad y el paisaje.

Tras una curva, aparece la primera visión del pueblo de Chaorna, entre desfiladeros, mimetizado con el paisaje y presidido en su punto más alto por el torreón árabe que busco. Me impresiona mucho. Creo estar llegando a una de las zonas más bonitas y desconocidas de la provincia de Soria.

Paro en la entrada del pueblo donde hay un ensanchamiento en la carretera con zona de juegos infantiles donde devoro un par de bocadillos. Justo enfrente, a unos 50 metros de donde me encuentro, se abre una puerta y sale una señora que se queda un buen rato mirándome con curiosidad. No hay más atisbo de vida. Hace mucho frio, el viento es infernal y la señora cuando se cansa de cotillear cierra la puerta y vuelve al calor de su hogar. Nunca más tuve noticias de ella. Ni de ella ni de nadie más.

Chaorna
Chaorna

Recorro a pie todos y cada uno de los rincones del pueblo. Se trata de un lugar espectacular, muy recomendable. Subo por una empinada, estrecha y resbaladiza cuesta hasta la iglesia y desde ahí al torreón. En el alto disfruto un buen rato del paisaje y de la absoluta soledad del lugar. Dejo volar unos minutos la imaginación con la visión que tendrían los soldados bereberes allí asentados y posteriormente sus repobladores vascos.

El torreón ha sido restaurado y merece la pena su visita aunque no sea posible acceder al interior. Data del siglo XI, tiene una altura de doce metros y los muros son de un metro de grosor.

Chaorna. Torreón árabe
Chaorna

 Comienzo la bajada por el mismo estrecho y resbaladizo callejón. En cuestión de una milésima de segundo y sin esperármelo, me veo estrellado en el suelo y con un fuerte golpe en la muñeca y la cadera. Maldigo mi suerte y agradezco no haberme roto nada. Me levanto sucio, mojado y dolorido. No hay nadie, me siento muy solo, vaya golpe me he dado. Sigo mi peligrosa bajada cojeando y con muchísima prudencia, no quiero verme en situación delicada y embarazosa. Hace ya muchos años, como medida de seguridad ante imprevistos que puedan ocurrirme fuera del vehículo, tomo la precaución de llevar el móvil en el bolsillo aunque sea para desplazarme unos pocos metros. Lo que no tengo en cuenta es que en esta zona de la España deshabitada no siempre hay cobertura. Pero bueno, dicen que para emergencias siempre hay cobertura, no lo tengo del todo claro.

 A los pocos minutos ya se ha calentado el cuerpo y deja de dolerme. Sigo andando por todo el pueblo y en otro extremo hay una curiosa chimenea de ladrillo rojo, junto a una fuente y una casa que debió ser en tiempos una fragua. Repito, creo que he descubierto uno de los pueblos más bonitos de la provincia. Sencillamente espectacular.

Chaorna
Chaorna

Chaorna

Vuelvo por la carretera por la que he venido en dirección Arcos de Jalón. A los pocos kilómetros veo un camino de tierra en buen estado con un cartel que indica “Arcos de Jalón”. Por supuesto opto por este camino. El firme es muy bueno, de grava blanca muy asentada y húmeda, por lo que impongo un ritmo fuerte donde disfruto de los 160 CV del motor japonés del Nissan. En estos terrenos, la verdad que este coche tiene un comportamiento excelente y es realmente divertido. Por las señalizaciones del camino, debe ser utilizado para el mantenimiento de un oleoducto que está soterrado al margen y de los túneles de la línea férrea del AVE. Cruzo por debajo de la vía del tren y el camino va empeorando poco a poco, si bien aún es muy accesible a pesar de los enormes charcos de agua y zonas embarradas.

Paso por el despoblado de Avenales y mantengo rumbo oeste, hacia Medinaceli, mi único punto de referencia conocido en todo este territorio. Me oriento con una simple brújula direccional situada en el salpicadero del coche por lo que realmente no sé exactamente en qué punto me encuentro y es divertido ir alternando los caminos buscando la dirección correcta.

En Velilla de Medinaceli me cruzo con tres seres humanos a los que pregunto si voy bien encaminado hacia la Ciudad del Cielo. Parece que sí y siguiendo sus indicaciones, vuelvo de nuevo a la soledad de los caminos. El día está muy gris, son las cuatro de la tarde y parece que anochece antes. Cae una lluvia intensa y muy fina.

A lo lejos, en una loma se dibuja la figura de una iglesia. La estampa es misteriosa, el cielo está plomizo y no hay signos de vida humana. Me voy acercando poco a poco y tomo el desvío que me lleva a este pueblo. El camino de acceso está en fuerte pendiente y con mucho barro, atravieso una primera línea de casas y aparezco de repente en una enorme plaza rectangular sin asfaltar, en cuesta y con la iglesia presidiendo desde la parte más alta. Se trata de un despoblado. Las casas, aún en pie, no están en muy mal estado. Hay grafitis en las paredes, muchos de ellos groseros. Me invade una sensación de congoja, el silencio es total, hace mucho viento y se oye el golpear de una chapa contra algún muro. Se me eriza la piel al bajarme del coche. Me siento observado.

La Lomeda
La Lomeda

Me quedo un buen rato cerca del coche, con las puertas abiertas, al acecho y atento a cualquier ruido o movimiento. No parece que haya nadie pero el lugar me inquieta. En el alto, presidiendo la plaza, está la iglesia con la puerta entreabierta. Un escalofrío recorre mi espalda. Con decisión y no siendo habitual en mí, no nos engañemos, me dirijo a la iglesia. A medida que me acerco, observo una ventana en el segundo piso y me imagino al chiflado de turno observándome. Me acojono yo solo. Sobreponiéndome a todo, traspaso el umbral de la iglesia. Los pelos se me ponen como escarpias pues la iglesia contiene aún bastante mobiliario pero todo está muy desordenado. Un banco, un confesionario, unas telas que cubren algo de la pared que no investigo qué es, el retablo desmontado en un lado…. El silencio es absoluto y noto mis músculos agarrotados. El miedo es libre. Al fondo hay otra puerta abierta pero no soy capaz de atravesarla, ni siquiera de acercarme a ella. Imponiéndome a mis miedos, desconozco si justificados o no, fotografío el interior de la iglesia y me voy cuanto antes. Me noto observado….

Llego al coche, arranco y me voy de este lugar con una rara sensación. El día incluso parece aún más gris.

La Lomeda. Interior de la iglesia
La Lomeda. Plaza

Este misterioso lugar es el pueblo llamado Lomeda. Es propiedad de la nobleza y en tiempos era una granja en la que vivían únicamente nueve familias. De los hijos que tuvieran estas familias, únicamente podía quedarse en el pueblo el más joven, el resto debían de abandonarlo de forma obligatoria por falta de alojamiento y medio de vida. Las familias recibían tierra y ganado para ganarse la vida, debiendo pagar una renta anual a los propietarios. Quedó deshabitado en los años sesenta del pasado siglo XX.

Sigo por caminos y la cosa empeora. El camino ya no es bueno, de tractor, con mucha agua y arcilloso. Caigo en las roderas de los tractores y voy golpeando con los bajos el centro del camino. ¡Maldita altura del Nissan! Voy totalmente tenso, el coche se va de un lado a otro, las ruedas con la arcilla pegada no agarran y el camino empeora. Son más de las 17 horas, no queda mucha luz, en algún tramo el coche se hunde en exceso y hago relucir de nuevo los 160 CV del nipón. El barro que arrancan las ruedas cae como lluvia sobre el techo, el capó y el parabrisas, perdiendo en ocasiones la visibilidad pues los limpias no dan más de sí. Vaya en la que me he metido de repente y no es momento para ello. Huele a atasco insalvable en soledad y a aventura nocturna en mitad de la nada. Me concentro al máximo. En ocasiones, viendo cómo se  cruza el coche en el camino, creo que puedo llegar a caer por un pequeño terraplén del lateral. Valoro un posible vuelco y me agarro al volante con fuerza.

De repente y sin esperarlo, a un lado veo una pequeña explanada para poder dar la vuelta y no me lo pienso dos veces. Cambio de sentido pero soy consciente de que aún no estoy libre de la posibilidad de pasar una de las peores tardes del año pues queda deshacer este impracticable camino. De nuevo la arcilla, el agua, el arrastrar y golpear los bajos al caer inevitablemente en las roderas. Supero el peor tramo de subida absolutamente embarrado donde el coche se cruza perpendicular al camino varios metros. Conservo la calma y logro encauzarlo con total delicadeza. La tensión es total.

Por fin llego a un cruce de caminos donde veo uno con buen firme y en dirección hacia Medinaceli. Tomo esta pista, está en buen estado y pronto llego a una carretera que a los pocos kilómetros me lleva directo a Salinas de Medinaceli donde paro en sus salinas para relajarme y coger unos trozos de sal como recuerdo de esta aventura. Aún me quedan unos 80 km de carretera hasta mi refugio donde llego ya de noche cerrada. La casa está helada, llueve a mares y paso la noche en la soledad más absoluta, orgulloso de poder dormir en una cama y no estar atascado en algún punto remoto y hasta las cejas de barro. Una vez en la cama, mi cuerpo recuerda el resbalón sufrido en ese callejón olvidado. Lo que no podía imaginarme era que había disfrutado de mi última aventura en solitario antes de que un bicho invisible y asesino y con parecido nombre de infantil y ridículo monigote olímpico, cambiara nuestras vidas para siempre. Pero eso, querido amigo, ya es otra historia.

Salinas de Medinaceli

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