De nuevo por Irlanda

Tras tres meses desde nuestra última visita, de nuevo volamos a la Isla Esmeralda pues tira mucho nuestra hija que allí está estudiando durante diez meses, tiran mucho los viajes en familia, pero también, no nos engañemos, tira mucho una buena pinta de Guiness y nunca mejor dicho, bien tirada.

Poco comentaré de nuestros días en Dublín, ciudad ya conocida por nosotros en nuestro anterior viaje y del que di buena cuenta en anterior crónica. Esta vez hemos visitado más la zona de la ciudad menos turística, la situada al norte del río Liffey, más allá de donde acaba la famosa y céntrica calle de O´Conell. Según avistábamos alguna torre de una iglesia o monumento, hacia ella nos dirigíamos y así sucesivamente, sin rumbo prefijado, lo que fuera surgiendo. En mi opinión, es una buena manera de conocer una ciudad.

Ello no ha impedido pasear de nuevo por las zonas más céntricas, comerciales y conocidas y volver a degustar unas buenas pintas de Guiness en nuestro Pub favorito “The Celt” y en algún otro que entras por casualidad y siempre con acierto.

Esta vez nos hemos alojado en los apartahoteles “Staycity” los cuales son más que recomendables y en cuya planta de calle, mezcla de recepción y bar, la actividad es frenética la mayor parte del día. Su situación es muy buena y está situado muy cerca, entre otras, de las concurridas y animadas calles de Capel St., Mary St. o Parnell St.

Como ya es costumbre, me gusta salir a pasear la ciudad cuando despierta, por lo que a las 7 de la mañana ya estoy plenamente activo conociendo las costumbres mañaneras en Dublín.  Al lado de nuestro alojamiento hay un edificio que parece un antiguo mercado y actualmente es utilizado como almacenes de frutas. Decenas de furgonetas descargan su mercancía donde la marca España se mezcla con la marroquí y la de otros muchos países latinoamericanos. En uno de los extremos localizo un bar y entro sin dudarlo a tomar un café para despejarme. El olor a fritanga es intenso y la grasa parece que chorrea por techos paredes y suelo. Tras la barra, un tipo con la mediana edad ya pasada y de momento ocioso pues no hay ningún cliente. Una descomunal plancha ocupa gran parte del interior de la barra y se encuentra caliente pues, imagino, los fruteros no tardarán en entrar a desayunar los típicos huevos con beicon y salchichas.

Con arrojo pido un café con leche y el camarero me invita a sentarme en una barra pegada a la ventana de la calle. Al poco aparece con una enorme taza de negro café y ante mi petición de leche, me señala una jarrita que reposa en la barra donde me encuentro. La superficie de tan nutritivo líquido no cumple con el dicho de “blanco como la leche”.  No le hago asco alguno y con total naturalidad me corto el café y lo endulzo con un azúcar que, igual que la leche, vaya usted a saber cuánto tiempo lleva en ese mostrador y vaya usted a saber qué esconde en su interior.

Entablo animada conversación con el camarero, el cual se declara un apasionado de España y a la que volverá en dos semanas de vacaciones con su familia. Acabado el café, el tipo me hace un gesto diciendo que no le pague, pero no acepto su invitación alegando que está ahí trabajando muy duro desde primerísima hora de la mañana. Con una sonrisa, me dice que son 3,30 euros. Si lo llego a saber, acepto la invitación pues vaya precio tiene el café en estos lares. Abandono el local algo sorprendido, no solo por el precio del café, sino por mi elocuencia con el camarero y su conocimiento de España, aspectos estos dos últimos que se repiten a lo vivido día anterior con el taxista que nos trasladó desde el aeropuerto.

Este viaje introducimos como novedad dos días de estancia en la ciudad de Cork, a la cual llegamos tras dos horas y media de trayecto en tren y donde centraré esta crónica no solo por los sorprendentes lugares visitados sino también por los escalofriantes y perturbadores hechos de los cuales fui testigo directo.

Cork es la segunda ciudad más importante de Irlanda, con unos 150.000 habitantes y se encuentra dividida en tres bloques debido al desdoblamiento del río Lee.  

Sus calles son muy comerciales y bulliciosas, con infinidad de comercios y pubs donde degustar productos de la zona. Cuenta con dos catedrales, la anglicana y la católica, además de multitud de otros templos los cuales, todos merecen una visita a sus alrededores. Importancia especial le dan al “English Market”, que no deja de ser un mercado tradicional como los nuestros y que desgraciadamente cada día son más difíciles de ver. Por supuesto que no debes dejar de visitarlo, tiene todo muy buena pinta.

Visita obligada al pequeño pueblo de Cobh, al que puedes trasladarte en tren de cercanías en unos 20 minutos. El trayecto en tren merece la pena por los paisajes, pudiéndose apreciar la inmensidad de lo que viene siendo considerado el puerto natural más largo del mundo. En el puerto de Cobh, el 10 de abril de 1912, hizo su última parada el Titanic antes de poner rumbo a los infiernos. También desde aquí, entre los años 1815 y 1970, partieron 3 millones de emigrantes irlandeses rumbo a todos los rincones del planeta, siendo además punto de partida para 40.000 convictos, hombres y mujeres, con destino Australia.  

De nuevo nos sorprende este pequeño pueblo con una tremenda catedral y casas pintadas de mil colores. Espectacular.

Cobh
Cobh

Tras comprar un bocadillo en uno de los múltiples supermercados de la zona y que devoramos sentados en un banco ante la vigilante mirada de media docena de enormes cuervos negros  y con actitudes depredadoras e incluso amenazantes hacia nuestra comida, nos acercamos hacia la zona del puerto donde sale un pequeño ferry que nos llevará a Spyke Island, la llamada Alcatraz Irlandesa.

Hace bastante frío, unos 2-3 grados, mientras el guía nos cuenta a la intemperie y en unos 45 minutos la historia de la isla. Posteriormente, disponemos de unas dos horas y media para deambular por la isla de forma libre. Aprovechamos para visitar y pasear por el patio de armas, las celdas del siglo XIX, otras más modernas, el edificio de castigo, las murallas, una exposición de cañones y vehículos de guerra, etc.

El lugar está bastante bien conservado y en más de una ocasión se te pone la piel de gallina al entrar en las celdas en las que los presos se hacinaban como animales o en aquellas donde los torturaban y mataban a palizas o al estar en el lugar exacto en el que habían sido acribillados a balazos un grupo de presos o donde un vigilante había sido asesinado a sangre fría en alguna revuelta.  Siento escalofríos por el simple hecho de pensar el horror y sufrimiento que ha habido durante cientos de años en este lugar y en el que hoy me encuentro como un turista sonriente, gastando bromas y haciendo fotografías.

En cualquier caso, disfrutamos mucho de la visita, lo pasamos genial e incluso nos dio tiempo para tomarnos un refresco y algún bollito en el bar, así como para comprar la típica foto que te hacen a la entrada del presidio. En mi ficha de delincuente reza el delito “disturbios”.

Sobre la historia de Spike Island hay mucho que hablar, pero intentaré hacer un resumen: En el siglo VII se instalaron unos monjes fundando un Monasterio el cual fue arrasado por los Vikingos a comienzos del s. IX. Hay constancia de asentamientos monásticos en la isla hasta el siglo XVI. En el año 1650 es utilizado por primera vez como prisión y como lugar de espera de los condenados antes de ser trasladados a las colonias de Norteamérica, Jamaica y Barbados.

En el año 1779 se comienza la construcción de la primera fortificación para proteger la entrada a la bahía junto con otras dos situadas también en lugares estratégicos. Es entre 1804 y 1850 cuando se construye el fuerte que podemos ver en la actualidad, dándole forma de estrella para evitar ser blanco fácil de los cañones enemigos y aumentar los ángulos de fuego en su defensa.

Ya en 1847, en la época de hambruna en Irlanda, se utiliza de nuevo como prisión llegando a albergar a 2.500 prisioneros en condiciones infrahumanas. Entre el año 1847 y 1883 murieron en Spike Island la friolera de 1.300 prisioneros por todo tipo de causas, sobre todo violentas y otros 750 bajo las manos del cirujano del presidio al que tildan las crónicas de borracho y aficionado al opio. En 1850 se construye el edificio de castigo en el cual los presos eran torturados, apaleados y encadenados 23 horas y media al día.

En 1914 la isla es utilizada como campo de entrenamiento para las tropas inglesas y como presidio para 1.400 irlandeses durante la guerra de independencia de Irlanda. Si bien Irlanda obtiene la independencia de Gran Bretaña en el año 1921, las tropas inglesas se mantienen en Spike hasta el año 1938, fecha en la que la isla pasa definitivamente a soberanía irlandesa.

La Isla es utilizada a partir de ese momento como base del ejército irlandés y en 1985 es habilitada de nuevo como prisión, pero esta vez para delitos menores. En agosto de ese año se produce un breve, pero muy violento motín, que dio la vuelta al mundo y que provocó el incendio de varios edificios cuyas ruinas aún hoy pueden contemplarse. La prisión fue cerrada de forma definitiva en el año 2004.

Durante la vuelta en ferry, cae una fina lluvia que no impide que los tres españolitos nos mantengamos en la zona exterior disfrutando de las vistas y el tiempo húmedo. Ya de vuelta a Cobh, nos tomamos una buena pinta y el típico café irlandés en un pequeño pero acogedor pub y en un intento de asimilar la visita realizada. Vuelta en tren a Cork donde, tras un largo paseo, cenamos un exquisito estofado de ternera, fish and chips y un lomo de ternera de una calidad excelente.

Aquí amanece pronto o al menos es la impresión que tengo. El caso es que a las 7 de la mañana ya estoy en la calle tomando un hirviente café americano a la orilla del río Lee y con vistas al enorme edificio del Ayuntamiento. Con las pilas cargadas por el tanque de café, comienzo a pasear por la ciudad serpenteando por las inmediaciones del río, el cual cruzo en varias ocasiones por los numerosos puentes, todos ellos con estilo y diseño diferente.

Sobre las 7.30 de la mañana observo algo voluminoso que flota en el río y que es arrastrado lentamente por la corriente. A medida que me voy acercando al objeto flotante, comienzo a tener la sensación de que se trata de algo raro, pero no identifico de momento de qué se trata. Cuando llego a su altura, veo que se trata de algo envuelto en ropa y de repente me doy cuenta de que se trata de algo muy parecido a un cuerpo humano flotando boca abajo y del cual se distingue con claridad su espalda, culo y piernas. Incluso lleva zapatos. Marrones, para mayor detalle. Un escalofrío recorre mi cuerpo durante unos instantes, pero yo mismo, incrédulo, me digo que no puede tratarse de un cuerpo. Pienso en alguna pandilla de jóvenes que, con alguna Guiness de más, ha tirado un muñeco al río en mitad de la fiesta. Pienso incluso en esos monigotes de paja que, en muchos pueblos de España, sirven de Judas en alguna que otra fiesta.

Río Lee

Me quedo parado no más de dos segundos y prosigo aturdido mi paseo. La imagen del cuerpo flotando no se me va de la cabeza y a los pocos metros me detengo y echo de nuevo la vista atrás. Claramente se trata de un cuerpo, un ahogado, un cadáver que flota y que de forma triste, lenta y pesada es arrastrado por la corriente. No le veo la cabeza ni los brazos. Antes de que pudiera reaccionar veo un ciclista que se ha parado y ya está llamado por teléfono, imagino que a la policía. Me alivia pensar que ya alguien ha llamado a los servicios de emergencia y no me cabe en la cabeza que yo haya podido ser el primer ciudadano que ha visto el cuerpo flotando sobre el río…… Aún no son las ocho de la mañana y ya hay bastante movimiento en la calle. Eso sí, nadie mira el río.

Nuestro hotel está situado justo enfrente y desde una cristalera al lado de la habitación observo al ciclista esperando a la policía, al ahogado en su negro y silencioso camino hacia el puerto de la ciudad y la llegada de tres camiones de bomberos del que descienden a toda prisa al menos doce personas y dos de ellas, sin dudarlo, se tiran al agua con cuerdas y una pértiga. La corriente sigue arrastrando al ahogado y bomberos, impidiendo las instalaciones del puerto poder continuar en mi papel de testigo. Mejor así. Al poco rato llega una furgoneta mortuoria y poco más. Descanse en paz.

Cork es una ciudad que da mucho de sí y aún podemos disfrutar paseando y descubrir nuevos rincones. A las 11 de la mañana, morimos de hambre y paramos en un sitio donde, tras un rápido vistazo a la carta, parece que están especializados en desayunos al más puro estilo irlandés. El sitio está abarrotado, pero pronto nos buscan una mesa en una agradable esquinita, donde no tardamos en disfrutar un gran plato a base de huevos, salchichas, beicon, beans, morcilla, una especie de chorizo, tostadas con mantequilla y mermelada y una gran taza de café. Espero tener para el resto del día. La Guiness la dejaremos para el próximo viaje, pues amenazo con volver y seguro que dará para otras muchas historias.

Potente desayuno

5 comentarios en «De nuevo por Irlanda»

  • 22 de mayo de 2023 a las 10:47
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    Maravilloso reportaje, dan ganas de ir ya mismo!
    Muchas gracias por compartirlo.
    Besos!

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  • 21 de mayo de 2023 a las 18:58
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    Esperaba desde hace semanas tú crónica de éste segundo viaje a «nuestra» querida Irlanda, y aquí está.
    Una vez mas me has hecho viajar hasta allí sin moverme, esta vez, de casa.
    A por el tercero!!!!!!

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  • 21 de mayo de 2023 a las 10:49
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    Buenísimo artículo. Impresionan las palizas y torturas en la cárcel y sobre todo que vieras un ahogado ¡Vaya bromita!

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  • 20 de mayo de 2023 a las 13:25
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    Un interesante viaje a la bella Irlanda , que pena lo de la persona ahogada .
    Hasta tú próximo viaje

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  • 20 de mayo de 2023 a las 11:07
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    ¡¡Estupendo!! Irlanda da para mucho a pesar de ser un país pequeño.
    Volveremos, con la niña de turista….y seguro, que nos gustará mucho más..
    Y ya, ..estoy pendiente de la siguiente crónica.
    Un abrazo

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