Zamora enamora. Noviembre 2023

Zamora no se ganó en una hora, pero está a una hora de Madrid. En AVE, por supuesto.

Los primeros indicios de la existencia de la ciudad datan de comienzos de la Edad de Bronce. En la Edad de Hierro, el pueblo celta de los Vacceos permanece en este mismo asentamiento, el cual se encuentra situado en un cerro que domina el río Duero que facilita la protección y defensa de sus habitantes. Con la entrada del imperio romano en la península, surge la figura del lusitano Viriato, declarado en la actualidad héroe de la ciudad por la belicosidad mostrada frente a los romanos. Dedicado al pastoreo, Viriato se convirtió en el terror de los romanos derrotando a los ejércitos de ocho cónsules, obstaculizando y retardando la ocupación romana de la provincia de Zamora. Su táctica fue la guerra de guerrillas. Los romanos únicamente pudieron acabar con Viriato prometiendo el oro y el moro a tres de sus colaboradores, los cuales no tardaron en cortar la cabeza a este pastor guerrero. Cuando sus asesinos fueron a cobrar lo prometido, el cónsul romano, con gran desprecio, se limitó a indicar que “Roma no paga a traidores”. De ahí la famosa frase que todos hemos escuchado en alguna ocasión.

Poco rastro queda de la presencia musulmana en la ciudad, salvo, ni más ni menos, el propio nombre, no sólo de la ciudad, sino el de toda la provincia.  Los musulmanes denominaron la ciudad como “Samurah”, ciudad de las turquesas, del que deriva el actual nombre de Zamora. Es la única capital de Castilla y León con toponimia árabe.

 Su presencia aquí apenas duró 200 años, con extensos tiempos de abandono de la ciudad y siempre en el centro de duras batallas con los cristianos, por lo que fueron constantes los cambios de poder de la ciudad entre uno y otro bando. Los últimos latigazos islámicos, los propinó, como no, el caudillo Almanzor en los años 981 y 984 y 986 y 989. En el mes de septiembre del 981, sitia la ciudad sin poder conquistarla y arrasa la región en un intento de obtener su rendición. En febrero- marzo de 984, Almanzor vuelve sobre Zamora y la ciudad le es entregada por el rey Ramiro III ante la imposibilidad de defenderla por encontrarse en guerra contra el rebelde Bermudo II quien finalmente asume en el poder. Bermudo llega a un acuerdo con Almanzor, el cual le devuelve la ciudad, pero manteniendo en su interior tropas musulmanas las cuales son finalmente expulsadas en el 986. No tarda en reaccionar Almanzor por la ruptura del pacto por parte de Bermudo y ese mismo año ocupa la ciudad, la cual es saqueada y destruida sin contemplaciones. En el 988, Almanzor fija de nuevo como objetivo la ciudad de Zamora, volviendo a ser arrasada ya sin excesiva dificultad por encontrarse muy debilitada por el ataque del 986.

El hijo de Almanzor, Abd al Malik al Muzaffar, siguiendo el ejemplo y los pasos de su padre, arrasa la ciudad de Zamora en el año 1005.

Parador

En el año 1055, Fernando I de León reconstruye y fortifica la ciudad, repoblándola con gentes traídas de León, Asturias, Galicia, Cantabria y mozárabes de Mérida y Toledo. A su muerte, la ciudad de Zamora es concedida a su hija Urraca, la cual, en el año 1072, sufre el ataque de su hermano Sancho II, primer rey de Castilla, el cual pierde la vida a los pies de su muralla poniendo así fin al asedio impuesto por Castilla a la ciudad y que duró siete meses y 6 días. Este episodio bélico dio lugar al famoso dicho “Zamora no se ganó en una hora”. Ni en una hora, ni en los seis largos meses de asedio. Castilla no consiguió su objetivo.

Comienza aquí el verdadero desarrollo de la ciudad, llegando a su momento más esplendoroso a lo largo de los siglos XII y XIII, periodo en el que se construyen innumerables iglesias y monumentos del austero y frío estilo románico y que nos han dejado absolutamente sorprendidos en nuestra visita. Vayas donde vayas, podrás ir viendo iglesias cada cual más impresionante. No te has recuperado del esplendor de una de ellas, cuando ante tus ojos aparece otra y otra más allá, y otra un poco más allá, es sorprendente. Y todo ello mezclado con un espectacular puente románico sobre el río Duero (S. XII), varios lienzos de las murallas medievales (XI a XIII), multitud de palacios del siglo XV y el castillo del siglo XI.

La ciudad de Zamora guarda en su interior 22 iglesias románicas, catedral incluida, lo que ha dado lugar a ser conocida como la “Ciudad del Románico”. Es la ciudad del mundo con mayor número de iglesias de este estilo.

En una de esas iglesias, el Cid fue nombrado caballero, residiendo además por un tiempo en lo que hoy se llama la Casa del Cid (s. XI), una de las pocas construcciones románicas de uso civil que se conservan en nuestro país.

Casa del Cid

Dando un giro total a esta crónica, creo que ya está bien de tanto rollo medieval, pues, como podréis apreciar, últimamente me da por escribir o reescribir la historia de este país. Espero no haber sido demasiado denso y que los datos facilitados hayan despertado vuestra curiosidad o, al menos, vuestro espíritu viajero.

Tras un viaje de hora y diez minutos, el AVE nos deposita en la ciudad de Zamora a las 12,30 de la mañana y vamos andando hasta el apartamento turístico que hemos reservado. A los pocos metros, en una tienda de productos agrícolas, nos recibe un cartel de lo más sugerente que no hace sino recordarme a mi infancia cuando compraba pollas en el mercadillo de los jueves de Soria. En aquellos tiempos, me ruborizaba cuando el vendedor me preguntaba “cuantas pollas quieres”. Mucho ha llovido desde entonces.

Tras unos 25 minutos de caminata, nos recibe Gustavo, el dueño del apartamento donde vamos a estar alojados. Un tipo ya entrado en años, elegante y muy simpático, que nos abre el pisito, nos sitúa dentro de la ciudad y nos recomienda algún bar de tapas y algún otro para desayunar.

El apartamento está fenomenal. Situado en la plaza de Sagasta, en pleno centro de la ciudad, en la calle más comercial y muy cerca de la plaza mayor. Tiene un gran mirador de cristal que da a la calle principal y que da luz natural al pequeño salón. Nadie ha debido aburrirse sentado en este mirador, pues son miles de personas las que pasan a diario por debajo del mismo. Sin duda, un lugar estratégico para cotillear a los vecinos paseantes. La obra es reciente y está muy limpio. Hemos acertado de pleno.

Plaza de Sagasta

Sin mucho entretenimiento, salimos a la calle a conocer la ciudad y nos sorprende la poca gente que hay paseando. La verdad que es casi la hora de comer y algo tendrá que ver. Llegamos a la Plaza Mayor casi en el acto y nos sorprende la empinada calle de Balborraz, la cual ostenta el título de ser una de las doce calles más bonitas de España y que en la Edad Media era una de las entradas a la ciudad después de atravesar el puente sobre el río Duero. El nombre de esta calle proviene del árabe “bab al ras” que significa “puerta de la cabeza”. Al parecer, en este lugar se colgaron las cabezas de los caudillos musulmanes muertos en una batalla celebrada en el año 901 en un intento frustrado de ocupar la ciudad. Dicha batalla duró cuatro días y es conocida y recordada como “Día de Zamora”.

Calle Balborraz

Continuamos hacia la zona de la catedral y el castillo, haciendo paradas en los numerosos miradores con vistas al río Duero. Todo es espectacular. La ciudad está perfectamente cuidada, todo muy ajardinado, limpio y cuidado al detalle. En la zona del castillo no hay nadie y es una maravilla.

En este primer paseo ya hemos podido disfrutar de varias iglesias románicas, muy cuidadas, con impecables fachadas y del Parador de Turismo, antiguo palacio del siglo XV y edificado sobre la antigua alcazaba árabe de la que no queda resto alguno.

Puente románico sobre el Duero

Paramos a comer en una terraza de la Plaza Mayor, cara al sol y cara a la iglesia románica de San Juan Bautista de mediados del siglo XII situada en el centro de la plaza. Probamos una pequeña tapa de arroz a la zamorana, unas croquetas y rabas. Todo bastante bueno. La ciudad nos empieza a gustar más aún. Café en una terraza distintas con vistas a otra iglesia, esta vez la de San Vicente, de finales del XII y comienzos del XIII. Me da la impresión de que la torre está algo inclinada, pero a lo mejor es cosa mía.

Iglesia S. Juan Bautista
Torre Iglesia S. Vicente

Breve descanso en el agradable apartamento y con las últimas luces volvemos a la calle a patear la ciudad. Comenzamos nuestra andadura por la céntrica calle de Santa Clara, ya mucho más animada y con todos los comercios abiertos. Me tienta comprar una manta zamorana pero mi joven acompañante me mira como si ya me estuviera haciendo viejo y puede que tenga razón. Es la típica manta para el sofá mientras ves la televisión, me dice. Me doy cuenta de que yo poca televisión veo y lo dejo para otro momento. Yo más pensaba para alguna fría noche al raso, pero bueno…

En este paseo nos damos cuenta de la abundancia y riqueza de edificios modernistas que hay en Zamora. Muy coloridos, con fachadas muy ornamentadas y todo bastante bien conservado. También nos llama la atención la cantidad de edificios completos que se venden, posiblemente consecuencia del fallecimiento de sus propietarios y de la falta de interés de los herederos en su conservación y ocasionado por la intensa despoblación que también sufre esta provincia.

Seguimos descubriendo más iglesias, las murallas de la ciudad y quedamos encantados con la escultura del artista local, Baltasar Lobo, bautizada como “Maternidad”.

«Maternidad». Baltasar Lobo

Es momento de cenar a base de tapeo y nos adentramos en la estrecha y concurrida calle de Herreros, donde los bares de tapas se suceden uno detrás de otro. En el Bar Los abuelos, tomamos unas berenjenas, oreja, pinchos morunos y champiñones. Todo muy rico.

Aún nos da tiempo para un último paseo antes de irnos a nuestro refugio situado en pleno centro. Una espesa niebla se ha apoderado de la ciudad.

Castillo

A las 8.30 de la mañana, cámara en mano, estoy ya paseando por las solitarias calles de Zamora. La niebla no ha levantado y la humedad es muy alta. Vuelvo a la zona del castillo y entro a la catedral que está abierta. Se trata de una catedral románica, construida en tan solo 23 años, entre el 1151 y 1174, la más antigua de Castilla y León. Destaca su cimborrio con escamas de piedra y el campanario que hacía las veces de torre defensiva y de vigilancia. Su interior es austero y me llama la atención el coro de madera, la capilla de la Virgen de la Esperanza, la del Cristo de las Injurias y dos sepulcros en la pared cuyos eternos moradores, el Sr. Lope Rodríguez Olivares (alcalde de la ciudad) y Alfonso García (Sacerdote), fallecieron respectivamente en los años 1402 y 1409.

Casualmente hay algún evento religioso. Comienza a sonar el órgano y de la sacristía salen en procesión al menos 15 sacerdotes. Se sitúan en el coro, una mujer comienza a cantar y los sacerdotes se unen a los cánticos. Tras media hora, nueva procesión de los sacerdotes a la sacristía y vuelve a reinar un profundo silencio en el interior de la catedral. La verdad que ha estado muy bien. Comienza a entrar gente en la catedral, son las diez de la mañana y abandono el recinto con espíritu totalmente renovado.

Interior Catedral

Siguiendo las indicaciones del día anterior de nuestro casero Gustavo, nos dirigimos hacia al antiguo mercado de abastos y en uno de los laterales se encuentra la cafetería Merlú donde desayunamos un exquisito chocolate con churros.

A las 12,30 nos personamos en la Plaza Mayor donde hemos contratado un free tour por la ciudad. Nos dirige un tal Quique, extremeño, el cual, durante hora y media nos ameniza el paseo con muchísima información sobre la historia, curiosidades y anécdotas de la ciudad de Zamora.

Muralla

Comida en el restaurante La Rúa (sito en la Rúa Los Francos), donde degustamos una torta de queso y un sabrosísimo y contundente arroz zamorano cocinado en cazuela de barro. Dicen de esta variedad que se trata de una de las recetas de arroz más antiguas que existen, siendo sus ingredientes, que le dan un toque intenso y meloso, además de arroz, pimentón y productos de la matanza del cerdo muy picaditos. Lo más reconocible, el chorizo, la oreja, el tocino y la panceta. No teníamos conocimiento de la existencia de este tipo de arroz, pero será sin duda una excusa más para volver a esta ciudad. Quedamos encantados.

Rápida visita en la zona de la catedral al museo de Baltasar Lobo y nueva caminata a la estación de tren para, justo una hora después, llegar a la capital de España. Es momento para empezar a pensar en otros viajes que, seguro, darán para otras muchas historias.

Interior de la Catedral
Estatua de Viriato

La ilusión recuperada. Vuelta a la normalidad.

Tras el desastre del frustrado viaje a Marruecos y habiendo transcurrido un mes desde el fatídico día, por fin me entregan el Land Rover arreglado y revisado. Al parecer las crucetas de la transmisión estaban rotas. No entiendo nada de mecánica, grave error, por lo que desconozco si la avería ha sido o no muy grave y si de verdad hubiera sido posible un arreglo rápido de urgencia el día de la rotura, viernes y en la provincia de Almería. Ni lo sé y creo que tampoco quiero saberlo. En su día ya tomé la irrevocable y creo que acertada decisión de no embarcar en el Ferry y dejar la aventura africana para otro año. Aun así, la situación ha costado digerirla y de hecho, creo que seguimos con el tema algo atragantado. Los hechos ocurridos entre el 5 y 6 de octubre los veo ahora como una lejana pesadilla. En escasas 28 horas tuvimos muchísimas sensaciones y anécdotas que quedan para el permanente recuerdo de cada uno. Para los míos y los de mi hijo Fernando. Muchos recuerdos negativos, pero también alguno positivo y sin duda una experiencia más que ha servido para reforzar nuestro espíritu aventurero el cual no ha decaído ni un ápice.

Imagino que la espinita acabará saliendo y qué mejor forma de comenzar la extracción, que disfrutando de diferentes rutas en lo que queda de otoño y durante el invierno. Siempre es muy satisfactorio una buena ruta con mucha agua y barro. Hace que olvides penurias pasadas. Aprovecharemos estos meses para coger ritmo y fuerza al volante y para que mi aprendiz asimile conceptos y se enfrente a situaciones invernales adversas y complicadas. Lo necesitaremos para nuestra próxima aventura intercontinental.

Al día siguiente de recoger el Land Rover Defender del taller, no puedo esperar mucho para probarlo y me lanzo a la carretera sin destino fijo. Por asfalto va muy bien, incluso lo noto con más brío de lo habitual, posiblemente debido a un factor psicológico fruto de la tensión de cientos de kilómetros de asfalto camino de Almería con la máquina averiada.

Cerca de Almazán, en Fuentelcarro, animado por la lluvia que lleva cayendo desde el inicio del viaje y lo caído en los últimos días, decido abandonar el asfalto y recuperar una vieja ruta, para mi muy conocida, pero que llevo algún tiempo sin disfrutar.

Son caminos rápidos, muy mojados y con algunos tramos de mucho barro que atravieso sin dificultad alguna. El Land Rover va muy bien. Sin vibraciones ni ruidos sospechosos y con mucha fuerza.

A los pocos kilómetros veo en el camino un turismo parado y sus ocupantes no hacen nada por moverlo cuando llego a su lado. Se me acercan dos chavales jóvenes, uno de ellos con pinta de gitano, muy moreno y tatuado. Los rasgos del otro personaje no son agitanados, pero lleva en su pecho una chapita con el lema “Yo soy gitano”. Me bajo del Land Rover y se me acerca el tipo moreno preguntando si tengo un alambre o similar, pues se les ha roto el tubo de escape y lo lleva arrastrando. Alambre no llevo, pero me dirijo hacia mi vehículo para darle alguna cincha o pulpo por si pudiera servirle. El tipo se me acerca mucho por la espalda y durante algunos segundos, me da la impresión de que he caído en alguna trampa para ser saqueado, al estilo medieval, en un camino de tierra en mitad del monte.

Nada más lejos de la realidad, son dos chavalillos muy jóvenes tirados en medio del monte con un viejo y repintado Renault Megane, al que ni más ni menos se le ha partido el tubo de escape por la mitad. Me cuentan que han puesto el gato para poder acceder a los bajos, pero no son capaces pues el terreno está muy blando y no es fiable ya que se hunde. Para evitar riesgos, desecho la posibilidad de nuevo intento con el gato y les indico que mueva el coche para situarlo al borde de la cuneta y poder acceder más fácil. Tampoco es posible. Llueve con fuerza. Realmente yo no tengo mucha idea, pero estos dos chavalillos mucha menos. Así que no me queda más remedio que asumir la responsabilidad de pensar algo para ayudarles. Digo yo que con tantos años y miles de kilómetros a mis espaldas se me ocurrirá algo. Indico al conductor que meta el coche en la cuneta situando una rueda en el borde del camino y la otra en la ladera de la cuneta. De esta manera los bajos quedarán más accesibles desde la parte más profunda de la cuneta, a modo de foso de taller. El chico duda y con determinación le indico que no se preocupe, que yo luego tiro del coche para sacarlo de la cuneta. Con mucha indecisión el chico monta en el Renault y le voy dirigiendo para situar el coche en el lugar adecuado.

Colocado el coche, el moreno debe tumbarse debajo y el señorito pone su abrigo a modo de manta pues el barro y el agua corre por la cuneta y no debe querer mancharse. Le voy indicando cómo funciona el cierre de la cincha que le he dado y le facilito además un pulpo por si es más fácil ya que lleva garfios en los extremos.

Tras unos minutos de jadeos y esfuerzos del moreno en los bajos del vehículo, parece que ha conseguido atar el escape al chasis y toca sacar el coche de la cuneta a la pista. Mientras vigilo los bajos del turismo, Voy indicando al conductor…despacio, derecha, recto… más despacio, para, un poco a la izquierda, hasta que finalmente y como era de esperar se queda atascado en la arena blanda de la cuneta. Con ánimo, le digo al otro chaval que empujemos y tras un par de intentos, el coche sale al camino.

La fina lluvia sigue mojándonos, lo que hace sentirme aún mejor. Prueba superada. Los chavales, ya mucho más tranquilos, me dicen que uno de ellos es de Almazán y el moreno de Aranda de Duero el cual ha venido a pasar unos días con su amigo. El moreno, con su pinta de malote, pero con gran emoción, me dice “menos mal que has aparecido porque ya no sabíamos qué hacer”. Bajo ese temible y desafiante aspecto, existe un niño, un niño inocente, bueno, agradecido y emocionado, no cabe duda. Querían invitarme a almorzar, lo que en Madrid viene siendo un aperitivo, pero lo rechazo con la excusa de estar necesitado de liberar mi estrés de la capital y  aventurarme en solitario por el monte.

Con el convencimiento de haber hecho una gran labor, retomo con brío mi ruta, haciendo rugir los 165 caballos que llevo escondidos en el motor. Si bien ha llovido mucho estos días, el terreno ha absorbido mucha agua y está en un estado perfecto. Aun así, hay grandes balsas de agua en los caminos, con barro moderado y divertido que permiten disfrutar de las primeras derrapadas de la temporada. Parece que voy recuperando la ilusión perdida hace un mes y de nuevo me fusiono con el Land Rover. Ya recuperada la ilusión, amigos, dará para otras muchas historias. Estoy convencido de ello.

La ilusión perdida. 28 horas de aventura.

La preparación de un viaje de 10 días al Sáhara marroquí tiene su aquel. El pasado 24 de mayo tomamos la decisión de disfrutar de un nuevo viaje a estas tierras y fijamos como fechas las del 6 al 15 de octubre. Por delante tenemos cuatro meses y medio para preparar el coche e ir pensando en todo lo que hay que llevarse.

Se inicia así un periodo en el que el viaje está permanente en tu cabeza y comienzas a hacer listas de todo lo necesario e imprescindible. Listas siempre abiertas y ampliadas de forma continua hasta que finalmente van tomando un contenido más definido. Lo más importante, la revisión del vehículo, aceites y diversos líquidos por si hay pérdidas, verificación de pasaportes, carta verde el seguro, documentación con datos personales y del vehículo para entregarlos en los diferentes puntos de control militares con los que podamos encontrarnos, obtener la moneda local, contratación de datos móviles para estar en contacto con la familia y amigos y un largo etcétera al que hay que añadir la comida, bebida, menaje, aseo, botiquín, material de acampada……..

Este viaje es especial pues desde el comienzo se determina que seremos cien por cien autónomos y prescindiremos de noches de hotel salvo fuerza mayor. No puede faltar de nada y debemos estar preparados para cualquier contingencia que pueda ocurrir a mil kilómetros de la frontera en algún punto remoto y aislado del desierto.

Cada vez que visitas un supermercado o tiendas de cualquier género, viene a la mente el viaje y vas haciéndote poco a poco con todo lo necesario para la aventura. Además, siempre aprovechas la situación para introducir alguna mejora en el coche o para adquirir algún artículo que siempre has pensado que vendría bien para las rutas. Nuevas cinchas para anclar el equipaje, cargadores con USB y enchufe tradicional, nuevo bidón de agua para aumentar la capacidad de almacenaje, etc…

Organizar los menús requiere también de tiempo y dedicación, sin duda alguna. Por supuesto prevalece la comida ya preparada o enlatada, pero se intenta llevar, dentro de lo posible, una dieta relativamente equilibrada. Carne, verduras, pasta, arroces, patés, atún (que no falte) e importante, sardinas, que dan mucha fuerza y energía. El agua potable que no falte, teniendo capacidad para transportar 70 litros. También los zumos son importantes para evitar deshidratación y recibir una dosis de glucosa. Y sí, también cerveza, toda la que se pueda, pues es increíble la sensación de degustar una de ellas, o varias, muy fría y tras un día entero de pistas por el desierto. Además, y puede que extrañe a alguien, es moneda de cambio. Una buena nevera instalada en el vehículo siempre ayudará a poder darte estos caprichos con temperaturas superiores a los 45 grados.

Como hemos decidido prescindir de hoteles, siempre lo hacemos, el material de acampada es un aspecto para tener muy en cuenta. Tomamos la decisión de dormir al raso siempre que el tiempo lo permita, por lo que mi copiloto, hoy convertido en piloto, necesita una cama plegable y algo de ropa ligera para soportar los calores extremos. En cualquier caso, la tienda de campaña siempre a mano por si llueve, sopla un viento infernal o te pilla alguna tormenta de arena.

Equipaje

Con el coche cargado hasta los topes, mi hijo y yo iniciamos el viaje de nuestra vida el jueves 5 de octubre a las 13.45 horas. La actitud mental, aunque puede que a alguno parezca una tontería, es muy importante. Debemos tener muy claro que vendrán complicaciones, momentos duros e incómodos, pero tendremos que adaptarnos, mantener siempre la calma y afrontarlos con buen ánimo, pues son elementos del viaje que siempre están presentes, aparecen con frecuencia y muchas veces sin previo aviso.

Tras el habitual y desagradable atasco de la M-30 y primeros kilómetros de la nacional IV, por fin cogemos ritmo en la marcha y adoptamos una velocidad de entre 100 y 110 km/hora con la cual el Land Rover responde a la perfección. A las 16 horas paramos a tomar un bocadillo en un bar de carretera cerca de Valdepeñas y continuamos marcha relajados y con muy buen espíritu. Nos adelanta una numerosa caravana de 4×4 de nuestros hermanos portugueses lo cual siempre gusta y anima aún más si cabe nuestro espíritu aventurero y las ganas de embarcar con destino al desierto.

A los 300 km de nuestra salida comienza un ruido sospechoso en el tren delantero que dura muy pocos segundos, pero que nos obliga a parar y revisar los bajos del coche sin que detectemos nada raro. Continuamos la marcha sin mayores contratiempos y en el Km. 390 cedo el pilotaje a mi hijo para que vaya cogiendo el sentir del coche pues hace algunas semanas que no lo hemos utilizado. Estos coches, cuanto más los conduces, más sencillos y suaves son de manejar.

Primeros síntomas

Si bien comienza a anochecer, continuamos la marcha pues nos proponemos hacer noche en la localidad de Tabernas y así poder darnos una vuelta por este desierto en las primeras horas del día siguiente. Pero el coche vuelve a hacer ese ruido sospechoso e incluso suena en el interior un leve golpe seco y realmente preocupante. Nueva parada, pero no se ve nada raro y el coche sigue rodando bien.  

Reducimos la marcha con gran preocupación y llegamos a la localidad de Tabernas sobre las 21,15 horas. Ya es noche cerrada. Localizamos por internet un par de hostales y nos acercamos a ellos a ver si hay habitaciones. Aparcamos en una céntrica calle donde hay algo de movimiento de chicos jóvenes, africanos y donde flota en el ambiente un dulce y penetrante olor a María, lo cual nos pone en alerta en lo que se refiere a la seguridad de nuestro vehículo cargado hasta los topes.

El tipo del hostal, mayor y con pinta de rufián pesetero, nos dice que no tiene habitaciones libres, pero nos ofrece un piso que él tiene y donde podríamos pasar la noche. La verdad que la propuesta y la forma de realizarla no nos da mucha confianza, pero aún así, le preguntamos si hay parking donde dejar el coche. Al parecer no hay parking en el pueblo y nos recomienda que lo aparquemos en la plaza del Ayuntamiento donde hay cámaras de seguridad. Nos debe ver cara de subnormales y nos comenta que incluso donde tenemos el coche aparcado a escasos metros del hostal también hay cámaras… En ese instante, pasa por la calle un nuevo grupo de jóvenes que no nos dan mucha confianza, al menos en lo que a su aspecto se refiere.

Desistimos del ofrecimiento del rufián y nos retiramos a las afueras del pueblo para intentar buscar algún sitio donde dormir. El tiempo ya corre en nuestra contra. A través del Google maps intentamos localizar sitios cercanos como casas rurales, albergues, apartamentos turísticos ya más aislados del pueblo y con parking en la puerta para nuestro coche. Llamada tras llamada a teléfonos donde la atención deja mucho que desear e incluso con la sensación de que todo ello era la misma empresa, se nos informa que está todo completo.

Ya sabemos todos que Tabernas es un pueblo turístico que vive de los espectáculos de indios y vaqueros. Pero de ahí a que un jueves por la noche no haya ninguna habitación disponible en el propio pueblo ni en 20 km. a la redonda es difícil de entender y asumir.

Llegando a Tabernas

No acabamos de creernos que esa actitud mental positiva que he comentado al principio de esta crónica, ya tendríamos que ponerla en práctica en la primera noche fuera de casa y en nuestra propia nación. Optamos por salir de nuevo a la autovía y parar en el primer hostal de carretera que apareciera. Alguno habrá en los 30 kilómetros que quedan hasta la ciudad de Almería. Me viene a la cabeza las muestras de sorpresa que mostraron amigos y conocidos cuando les comentaba que nos íbamos de viaje sin ningún tipo de reserva. Pues sí, esto es así, pero tan pronto y en la pequeña localidad de Tabernas no me lo esperaba.

Arrancamos de nuevo y todo el tren delantero del Land Rover es una caja de ruidos. Parece que la parada de más de una hora en este pueblo hostil no le ha sentado nada bien. Nueva revisión de bajos para intentar detectar algo raro, pero a primera vista nada se ve. Se mueve ligeramente la barra de suspensión de la dirección, pero tras consultarlo con los expertos no es un problema grave.

Con más precaución que nunca iniciamos la vuelta a la autovía y ningún hostal a la vista. A 5 kilómetros de la ciudad de Almería, suena un golpe seco, muy fuerte y preocupante por toda la parte baja del coche, algo parecido a una explosión. Con bastante susto y preocupación paramos de inmediato en un arcén bastante inseguro y tomo los mandos por si el coche comenzara a quedarse sin dirección o sin frenos o si explotara de repente. En el momento del ruido fuerte conducía mi hijo y vaya susto que se llevó, creo que más que yo, pues esos golpetazos se transmiten a través del volante, caja de cambios, pedales, etc… Revisando los bajos se aprecia bastante aceite por la zona de la caja de cambios y otras zonas vitales de nuestro Land Rover.

La entrada en Almería es como la de un soldado herido que viene directamente del campo de batalla. Todo son ruidos chirriantes durante el rodaje del coche, da la sensación de que vibra la caja de cambios, la transmisión y el ruido del motor ha cambiado ligeramente. Es en este momento cuando somos conscientes de que nuestro viaje ha finalizado y es momento de mantener la calma y saber afrontar esta situación tan dura y complicada.

Aparcamos el coche en un parking y reservamos a las 23.30 horas una habitación en el modesto hotel La Perla, en pleno centro de Almería.

Un funesto silencio se apodera de nosotros pues no nos podemos creer que el viaje se ha acabado. Ha finalizado antes de que comenzara, es algo increíble. Es el momento de mantener el tipo, intentar ser positivos y asumir que hasta aquí hemos llegado. Intentamos darnos ánimos entre nosotros. Era algo que podía ocurrir y desgraciadamente ha ocurrido.

No hay forma de encontrar a medianoche ningún sitio donde comer en Almería, por lo que nos sentamos en el único chiringuito abierto, muy cerca del hotel, donde nos tomamos unos tercios de cerveza e intentamos digerir nuestra triste situación. La terraza está a rebosar de gente joven y me llama la atención una pegatina en todas las mesas donde se indica que está prohibido fumar, que no hay WC y que no se puede pagar con tarjeta, sólo en efectivo. La pegatina me asquea profundamente, no lo puedo evitar.

Desde la terraza donde nos hemos instalado vemos un local abierto, algo parecido a una tienda de comestibles y allí nos dirigimos a comprar algún sándwich o algo parecido. Se trata de una tienda similar a un “chino” de Madrid, pero atendido por españoles, abierto 24 horas y donde podemos tomar en una pequeña barra dos enormes raciones caseras de lomo con roquefort y lomo a las finas hierbas que por su abundancia son difíciles de terminar. Lo redondeamos con un enorme y sabroso panini y un par de bebidas, todo a un precio que daban ganas de pagar el doble al chico que iba a estar de servicio la noche entera.

Sobre la una de la mañana nos acomodamos en nuestro hotel donde cuesta conciliar el sueño por toda la experiencia vivida en este largo día.

Fieles a nuestra cita con el resto de los miembros de esta expedición, acudimos a las 10 horas al puerto de Almería con un renqueante, tembloroso y ruidoso Land Rover. Breve encuentro de varios minutos, pues deben comprar aún los billetes de embarque, palabras de ánimo y un fraternal abrazo para desearles un buen viaje. Un nudo en la garganta me ahoga. Vaya situación complicada. No nos lo acabamos de creer. El ferry está a escasos metros y nosotros nos quedamos en tierra. Estos viajes son así.

Llamada al taller de Soria para informar que recibirá el Land Rover en unos días y posterior llamada al seguro para recibir la asistencia típica en estas situaciones. El taxi y la grúa no tardan en llegar, pero con tiempo suficiente para vaciar la mayor parte de nuestras pertenencias pues el seguro nos indica que ponen a nuestra disposición un coche de alquiler. Se quedan en el Land Rover la nevera lleva de bebidas, los 70 litros de agua y el material de acampada. Finalmente, en Almería no hay coches de alquiler disponibles y el taxi que nos ha venido a recoger al puerto nos lleva a Madrid donde llegamos a las 17.30 horas. Pedro, el taxista, es un tipo bastante amable, madrileño de nacimiento, muy profesional y creo que era unos de los capos del mundo del taxi almeriense por la infinidad de llamadas y distribución de los servicios de recogida que realizó durante el viaje.

Durante el viaje en taxi a Madrid, he recibido infinidad de mensajes y llamadas de amigos y familiares para apoyarme en momentos tan delicados. Todos ellos habían sido informados previamente de la situación a través de las redes sociales pues eran conocedores de esta aventura y de nuestra ilusión por ella. Casi todos, por no decir todos, sois lectores de mis crónicas en esta página, por lo que aprovecho para agradeceros las llamadas de apoyo y llenas de cariño que me habéis realizado. De verdad, mil gracias.

Puerto de Almería

Escribo estas líneas dentro de las 24 horas siguientes a nuestro regreso a casa. Estoy desolado, frustrado. Tengo una sensación de profunda derrota y no acabo de adaptarme a la vida normal, me encuentro totalmente desubicado. A mi hijo le pasa lo mismo. Menos mal que es fin de semana y disponemos de dos días de duelo antes de incorporarnos a nuestra vida anterior. Estos viajes es lo que tienen. En cuestión de minutos pueden estropearse y así ha sido. Unas veces la causa es la mecánica y otras el “bicho marroquí”, otro de los grandes fantasmas de estas aventuras. Es importante saber desde el primer momento en el que inicias el viaje, que, de forma inesperada, puede ocurrir cualquier cosa que lo frustre. Además, debo sentirme afortunado, pues una avería de este estilo en pleno desierto sí puede convertirse en un grave problema de supervivencia personal y de alto riesgo para el vehículo. En cualquier caso, también íbamos preparados para ello.

Pero amigos, me aplico mi propia medicina y ya estoy pensando en mi próximo viaje a Marruecos que, con total seguridad, dará para otras muchas historias.

ATRAPADOS EN EL CANAL DU MIDI. AGOSTO 2023.

Entre los días 18 y 26 de agosto de 2023, en plena ola de calor de una intensidad jamás registrada, con temperaturas diurnas de 42 grados y mínimas nocturnas de 23 y 25 grados, iniciamos nuestro viaje a Francia para disfrutar de una tranquila travesía de 80 km. por el Canal Du Midi entre las localidades de Castelnaudary y Carcassone.

De camino hacia el punto de inicio de esta aventura, hicimos parada con noche incluida en la bonita ciudad de Pau, la cual recorrimos de punta a punta y disfrutamos de una espléndida vista de los Pirineos que se encuentran a tan solo 50 km. de distancia. Esta ciudad y el territorio que la rodea, debido a diversas uniones dinásticas, perteneció al Reino de Navarra en el siglo XV, convirtiéndose en capital de dicho reino a partir del 1512 cuando Fernando el Católico ocupa el reino de Navarra situado al sur de los Pirineos. Es en este momento cuando el rey de Navarra Enrique II instala su Corte en esta ciudad y donde su nieto Enrique III de Navarra, acaba convirtiéndose ni más ni menos que en rey de Francia como Enrique IV. La referencia a esta estirpe de reyes de origen navarro es constante por las calles de la ciudad.

En esta ciudad abundan las iglesias que daban cobijo a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela y cuyas plantas actuales pertenecen en su mayoría al siglo XIX, fruto de continuas remodelaciones a lo largo de los siglos. La joya de la ciudad es el castillo, que data del siglo XII, si bien sufrió una seria remodelación en el siglo XIV. Los reyes navarros se instalaron en este castillo y aquí nació el mencionado rey de Francia Enrique IV.

Llama la atención que en cualquier ciudad de Francia existe un monumento a los caídos en las múltiples guerras en las que se ha visto inmersa esta nación y en Pau concretamente, se recuerda a los soldados caídos en las dos guerras mundiales, la guerra de Marruecos, Argelia y Túnez. En este monumento, sorprendentemente, hay una placa especial dedicada a los españoles muertos y que defendieron la causa francesa en estas guerras. Ya que hablamos de guerras, no puedo dejar de comentar que, además de estos bélicos y pétreos monumentos, en la actualidad es habitual ver soldados franceses patrullando las calles, armados hasta los dientes y en formación propia de vigilancia y control de una ciudad destruida por la guerra. Da algo de miedo la verdad.

Tras degustar la débil e insulsa cerveza francesa y cenar una generosa hamburguesa, nos retiramos a nuestro modesto hotel situado en pleno centro, para recuperar la energía gastada en este primer día de insoportable calor.

A la mañana siguiente, buen desayuno a base de café, zumo y cruasán, antes de retomar camino hacia Castelnaudary donde a las 14 horas tomamos posesión de nuestro barco de la más alta gama y con el que recorreremos parte del Canal Du Midi durante siete días.

Para situarnos, el Canal Du Midi es un canal artificial y navegable que conecta el Atlántico con el Mediterráneo, evitando así el paso de mercancías por el Estrecho de Gibraltar. Fue construido entre los años 1.666 y 1.681 y en el que participaron 12.000 obreros. Tiene una longitud de 241 km, una anchura de 20 metros  y una profundidad media de 2 metros. En cuatro días, pasajeros, mercancías y correos podían ser transportados de una punta a otra, siendo las embarcaciones de transporte tiradas por caballos a través de los caminos habilitados de forma paralela al Canal. Consta de un total de 63 esclusas para hacer frente a los desniveles del terreno. Para entenderlo, el sistema de esclusas es idéntico al más famoso de los canales, el Canal de Panamá.

Bajo un calor sofocante nos instalamos en nuestro bote de 15 metros de eslora, los capitanes asignados reciben una breve clase de formación sobre su manejo y nos disponemos a pasar la tarde en el pueblo de Castelnaudary donde casualmente celebran fiestas por ser las jornadas del Cassoulet (guiso de alubias y carne de pato o cerdo). El pueblo rebosa vida, miles de personas en las calles, puestos de cerveza y comida en las calles, música en directo… y todo vigilado por patrullas del ejército en permanente movimiento, alerta y listos para intervenir en cualquier momento. Damos rienda suelta a la alegría típica de los momentos previos al inicio de un gran viaje…

De vuelta al muelle donde se encuentra nuestro barco, nos damos cuenta de que el aire acondicionado no funciona correctamente y los técnicos se afanan por arreglar el problema. Cae la noche y el problema sigue sin resolverse y nos facilitan un aparato de aire portátil para no morir de calor.

A la mañana siguiente deberíamos comenzar nuestro recorrido, pero no es posible pues los que dicen ser técnicos siguen buscando la avería del aire acondicionado. Aprovechamos esta incidencia para volver al pueblo para comprar pan y exquisitos quesos en los puestos de la calle. Qué voy a decir de los quesos franceses, simplemente son una delicia y cuanto peor huelen mejor saben. Compramos 6 kilos de Cassoulet enlatados que finalmente viajaron a Madrid pues, pensando en su posterior digestión, fue imposible su degustación en el viaje por causa del sofocante clima.

El aire acondicionado sigue sin funcionar con normalidad a pesar de tener a tres inútiles técnicos metidos en el barco revisando el sistema. Al parecer solo funciona de forma parcial, de tal forma que hay camarotes que no tienen aire. Nos ofrecen cambiarnos a otro barco de igual calidad, pero al revisarlo los técnicos, se dan cuenta de que tiene el mismo problema con el aire acondicionado. Esto ya nos mosquea porque queda claro que estos francesitos no revisan los barcos antes de entregarlos al cliente, lo cual unido al olor vomitivo de los baños del muelle, nos sitúa en la realidad que nos rodea y desvela la calidad del servicio contratado.

En cualquier caso, con el aire acondicionado a medias y con varias horas de retraso, por fin zarpamos con alegría y la moral muy alta para enfrentarnos a las primeras esclusas donde a la dificultad de enhebrar el barco para situarlo correctamente hay que añadir el trabajo de amarrarlo para evitar golpes y movimientos no deseados.  

Plácida y divertida navegación a más de 40 grados en el exterior, con un sol de justicia y un interior del cascarón de al menos 50 grados con elevado porcentaje de humedad, son las primeras notas que nos iban a perseguir durante el resto de nuestra travesía.

Las cocineras en el abrasador interior del cascarón cocinando para diez personas, paradas a comer cobijados en la sombra de enormes árboles que bordean el canal, saludos con otros aventureros embarcados y de todas las nacionalidades, saludos con infinidad de ciclistas que pedalean por el camino lateral del canal, paradas recomendadas donde desplazarse al pueblo andando es tarea de titanes debido a las altísimas temperaturas, desaparición prematura de las reservas de cerveza española, consumo excesivo de agua potable dado la permanente y sorprendente sudoración en la que nos encontramos, son sólo algunas de las anécdotas del viaje, pues el destino nos tenía preparada alguna que otra sorpresa añadida.

Noches amarrados en la salvaje orilla del canal sin servicio de luz ni agua, noches en los muelles de Bram y Carcassone con dichos servicios, noches en las que los mosquitos celebran una fiesta previa al festín cuando ven llegar el barco con diez personas totalmente sudadas, noches de cenas romanas en familia con ambiente muy divertido, noches en las que el mediocre aire acondicionado refresca y permite dormir con unos ventiladores que los técnicos farsantes ponen a nuestra disposición para reírse de nosotros, noches con sus días de calor africanos que convierten este viaje en un viaje aventura poniendo a prueba la capacidad de resistencia personal de cada uno de los diez viajeros.

Y más supervivencia cuando la nevera del cascarón comienza a fallar, llegando a apagarse totalmente en varias ocasiones pues el sistema eléctrico (el alternador) del barco definitivamente tampoco funciona. Y aún así, supimos sobrellevarlo con ilusión y alegría, logrando sobrevivir a base de humor pensando por dónde íbamos a meterle el barco, la nevera y, se me olvidaba, la barbacoa y el internet que tampoco funcionan, a los simpáticos francesitos que muy uniformados y sonrientes nos dieron la bienvenida hace ya varios días.

Y estas condiciones curten. Y curten mucho. Te acostumbras a los 43 grados del día y los 25 de la noche. Te acostumbras a la permanente sudada totalmente desbocada durante las 24 horas del día. Te acostumbras a unos baños (WC) donde su uso ponía a prueba la propia resistencia del individuo, no solo por su reducido tamaño y la dificultad de hacer desaparecer los residuos, sino también por la temperatura brutal reinante en el cubículo. Te acostumbras a protegerte de los mosquitos en cuanto cae el sol…. te acostumbras a todo, incluso a vestir únicamente con pantalón corto, gorro y calzado.

Ya en el retorno, éramos otros. Marineros curtidos, lobos de mar, diestros en el manejo del cascarón en las esclusas, diestros en lanzar amarras cual jinete de la pampa argentina, diestros en conocimientos de navegación, con la piel curtida por el sol, con la piel endurecida por las picaduras, maestros de la cocina francesa, maestros en la cata de quesos y vinos, maestros en reconocer los primeros síntomas de deshidratación, maestros en el arte de la vida, maestros en sobrevivir.

Y con todo ello, nunca me hice la pregunta más peligrosa que puedo hacerme a mí mismo en un viaje y que siempre me preocupa: ¿Y qué hago yo aquí? Al revés, lo que iba a ser un idílico y tranquilo viaje de lujo por las aguas del Canal, se ha convertido en un viaje aventura, algo extremo que no esperaba, pero me ha gustado y sorprendido gratamente. En varias ocasiones expresé mi sorpresa por la dureza del viaje y por la resistencia de todos y cada uno de los diez participantes en este evento. Este viaje sin duda ha sido un entrenamiento para mi próximo viaje aventura a Marruecos en el mes de octubre, el cual, después de ésta, estoy convencido que será coser y cantar a pesar de que nos enfrentaremos a condiciones duras y extremas o al menos eso espero.

 Durante la navegación y de vez en cuando, venían imágenes a mi mente de una película protagonizada por Klaus Kinski llamada Fitzcarraldo y en la que navegan por el río Amazonas  con el objetivo de construir en mitad de la selva un teatro de ópera. Es posible que estos pensamientos, pues debe hacer por lo menos 30 años que vi esa película y nunca la había recordado, fueran fruto del inicio de alguno de los innumerables procesos de deshidratación a los que me enfrenté.

Finalizada la travesía y ya entregada la chalupa a los organizadores con reclamación de daños y perjuicios incluida, ponemos rumbo a nuestra nación, en concreto a San Sebastián, donde llegamos con tiempo suficiente para darnos una excelente comilona en Casa Pantxika, el cual recomiendo y situado en el mismísimo puerto, a base de 5 kilos de rodaballo, tres docenas de sardinas y otras exquisiteces del Cantábrico. Nada como recuperar fuerzas posteriormente en nuestro querido y más que conocido hotel NH Collection de la ciudad.

No queda más que agradecer a todos los integrantes de esta aventura su participación en la misma, con especial mención a Natalia por su especial arte, paciencia y dedicación en los fogones, a Bernard por capitanear el barco y llevarnos a puerto seguro, a los hijos de ambos, María, Marcos y Pablo por su colaboración en las tareas diarias de a bordo, a Lorena, por su buen humor, siempre pendiente de la intendencia y la mejor pinche de cocina,  y a mis hijos Marina, Fernando y Clara por su colaboración en el día a día y por haber demostrado ser dignos hijos de su padre.

Y esto es todo amigos. Si me preguntas si lo disfruté, te diré que por supuesto. Pero si me preguntas si te lo recomendaría, pues también, pero mi respuesta daría para otras muchas historias…

POR EL CERRO DE SAN JUAN CON UNA SEGUIDORA

La verdad que muchos lectores no tengo. Es más, creo que tengo pocos, pero muchos
de los que tengo, puedo decir que son “fieles” seguidores. Y en concreto dos de ellos
me han demostrado su fidelidad este verano de 2023.
El primero de ellos, Rafa (tocayo mío casualmente), atento siempre a mis publicaciones
y enviándome en muchas ocasiones comentarios en privado sobre su contenido,
realizó este verano una mezcla de mis rutas hacia la zona Sur de Soria para acabar
comiendo con toda su familia en el restaurante marroquí de Monteagudo de las
Vicarías. Durante la comida me envió una foto mostrando su total satisfacción no
sólo de la ruta y pueblos que habían visitado, sino también por el festejo gastronómico
con el que finalizaron. Es más, durante el trayecto, variaron la ruta en varias ocasiones
lo que les permitió conocer nuevos sitios y que no eran nombrados en mis artículos.
Esa es la idea, así de simple. Gracias Rafa.


La segunda de ellas, María, fiel lectora, pero siempre ocupada y con poco tiempo para
consultar el blog de La Huella Bereber, aprovechó alguna de sus jornadas laborales de
agosto con poco trabajo (es lo normal), para ponerse al día con mis publicaciones.
Durante varios días me enviaba mensajes poniéndome al día de lo que iba leyendo, a
lo cual yo le advertía que no se saturara, que si me leía mucho, al final siempre es lo
mismo…
Mis advertencias debieron caer en saco roto, pues cuando María ha tenido unos días
de vacaciones me comentó que quería hacer una determinada ruta, en concreto una
que subía al Cerro de San Juan y visitar los pueblos de alrededor. Pero la propuesta era
aún más osada. Quería que la llevara yo en persona para explicarle curiosidades de la
zona y además en mi vehículo Land Rover. Mi respuesta positiva no se hizo esperar y a
los dos días la recogí de su domicilio instalándose como copilota en el Defender.
La expedición tuvo una duración de 5 horas y la verdad que lo pasamos realmente
bien. A los pocos días me envió su crónica del día, la cual reproduzco tal cual con su
previa autorización. Gracias María.

«30 de Agosto de 2023
Esta vez, me lleva de ruta la Huella Bereber en su Land Rover Defender, así que el
traslado entre un pueblo y otro es por caminos de tierra. También van dos hijos de la
Huella. La ruta es la siguiente:
Soria  Garray  Fuentecantos  Portelrubio  Fuentelsaz de Soria  Aylloncillo
 Pedraza  Cerro de San Juan  Cubo de la Sierra  Gallinero  Lumbreras 
Los Rábanos

La primera parada es en Garray, para comprar comida en “El Puchi”, muy citado en los
artículos de la Huella Bereber, compramos pan, jamón, lomo, queso y un Kojak para la
hija.
Desde allí cogemos un camino y llegamos a Fuentecantos y paramos en la Iglesia de
San Miguel Arcángel, muy bonita.

Iglesia de Fuentecantos


Seguimos hasta Portelrubio y llegamos también hasta la iglesia, que está en lo alto y
con vistas a todo el pueblo, que da la sensación de estar completamente vacío, salvo
una nave que vemos abierta, el resto parece todo abandonado y me gusta bastante.

Iglesia de Portelrubio
Vistas desde la Iglesia de Portelrubio

Vamos hasta Fuentelsaz de Soria, se aprecia un poco más de vida, vemos a una
persona. De camino a la iglesia, que también está en lo alto, pasamos por la casa de la
persona, es un señor más bien anciano, con el que luego hablamos. Llegamos hasta la
iglesia, en cuyo interior hay una miniexposición de fotos antiguas del pueblo.
De vuelta nos paramos a hablar con el señor que nos cruzamos antes, se llama Máximo
Los Santos, tiene 88 años, nos cuenta que sus hijos son los dueños de la Bocatería y el
Bandalay de Soria, y define su pueblo como “noble, sencillo y elegante”.
Nos cuenta que los molinos de viento situados en el Cerro de San Juan dan suficiente
como para haber remodelado la iglesia, hacer buenas fiestas de pueblo, etc, esto,
según dice la Huella, es frecuente en la zona.

Iglesia de Fuentelsaz de Soria

Seguimos la ruta y llegamos a Aylloncillo. Nos paramos en un sitio al lado del lavadero,
hay una casa en venta, debe llevar mucho tiempo en venta porque hasta el letrero está
borrado. Me da la sensación de que este pueblo también está vacío.
Cuando hago este resumen y por casualidad, la encuentro en internet por 50.000
Euros.

La huella Bereber y el Hijo, mirando la casa en venta


Vamos hasta Pedraza de Soria, y de nuevo a la iglesia, en lo alto, con una llegada muy
bonita a pie a través de un camino estrecho. La iglesia es bonita y las vistas también
aunque se ve algún chalet moderno, que debe ser muy cómodo para vivir pero que
para mi gusto afea lo que veo.

La Huella e Hijos andando hacia la Iglesia de Pedraza de Soria


Seguimos por un camino de tierra que sale desde la misma iglesia y llegamos al
objetivo del viaje del día, el Cerro de San Juan, al que yo creo que no podré llegar en
otro coche que no sea el Defender de la Huella, el mío se ensucia….
De camino al cerro, se ve un pueblo con muy buena pinta, Portelárbol, no entramos,
queda pendiente para otra ruta.
En el propio cerro sacamos la comida y las sillas y mesas que la Huella lleva en su
Defender y nos la comemos, está todo buenísimo y tenemos suerte con el tiempo,
ligero viento, sol, nada de frío.
Las vistas desde el Cerro son una pasada, como dicen la Huella e hijos hay unas vistas
de 360º que permiten ver gran parte de la provincia, como un Google maps en real.

Vistas de Portelarbol desde el camino que sube al cerro de San Juan

Comida en el Cerro de San Juan


Acabamos de comer y seguimos el tour, llegamos a Cubo de la Sierra, tiene una plaza
grande coronada por la iglesia, que me recuerda mucho a la distribución de Trancoso,
con la iglesia y las casitas de colores, aunque debe ser cosa mía, eso queda lejos. Nos
mojamos brazos (yo) y cabeza (La Huella y el Hijo) en la fuente-bebedero de la plaza, el
agua está helada. Hay unas casas que dan bastante envidia.

Mojándome los brazos en la fuente- bebedero de Cubo de la Sierra

Seguimos y llegamos a Gallinero, y flipo con la iglesia, pero ¿qué es esto? ¿Qué hace
esta iglesia tan grande en un pueblo tan pequeño? El pueblo tiene muy buena pinta y
aunque está cerrado hay bar y todo, la Disko-Taska Trankas, que luego leo en internet
que es el bar rural de moda.

Iglesia Gallinero

Pegado a Gallinero está Lumbrerillas, luego leo que Lumbrerillas es realmente un
barrio de Gallinero, paramos en la iglesia y unas casas, todo en ruinas.

Iglesia y casas de Lumbrerillas


Emprendemos el camino de vuelta, pasamos por Almarza aunque no paramos, y de
ahí, ya por carretera nacional vamos a Los Rábanos donde nos espera el resto de
familia de la Huella y mía.
Y así a lo tonto y sin hacer muchos kilómetros he conocido un montón de pueblos que
tenía apuntados como pendientes de visitar, espero que la Huella me reserve otro día».

Elche sorprende.

Hablar de Elche es hablar de palmeras. De muchas palmeras. Unos 70.000 ejemplares en el casco urbano y unos 200.000 en todo el término municipal. Ni más ni menos. Casi una por habitante. Se trata del palmeral más grande de Europa y a nivel mundial únicamente es superado por algunos pocos palmerales árabes.

La especie de palmera más numerosa en Elche es la Phoenix Dactylifera, traída a esta árida tierra por los musulmanes en los primeros tiempos de su ocupación, allá por el siglo VIII. En cualquier caso, con anterioridad a la presencia árabe en la península, ya hay constancia de la existencia de palmeras en Elche y prueba de ello son vasijas decoradas y huesos de dátiles hallados en diversos yacimientos íberos.

Fueron los musulmanes los creadores de lo que hoy en día se conoce como el Palmeral de Elche. Abderramán I ordenó construir una gran red de acequias para su riego, la cual, 1.250 años después, se mantiene prácticamente intacta y en pleno funcionamiento. En los mejores tiempos de Al Ándalus, se contabilizan un millón de palmeras que proporcionaban, no solo una rica fuente de alimento para la población humana y animal en forma de dátiles, sino también material de construcción para casas, cubrimiento de techos, capazos, escobas, alfombras y un largo etcétera.

Son las aguas salobres del río Vinalopó las que riegan desde hace siglos este enorme oasis en el que también se entremezclan olivos centenarios, granados y ricos huertos con las hortalizas más diversas. Es algo único en el planeta.

Hoy en día, dejando aparte la industria datilera, con ocasión de la Semana Santa, las hojas de palma blanca ilicitanas son distribuidas a todos los rincones de nuestra península, llegando incluso al propio Vaticano.

Río Vinalopó

Dos ilustres personajes pertenecientes a mi familia me unen a esta tierra, mi tío Sebastián (d.e.p.) y mi suegro Antonio, ambos ilicitanos de nacimiento.

Y es con ocasión del reconocimiento a la trayectoria profesional del segundo de ellos por parte del Club Rotario de Elche, lo que ha provocado nuestra visita a esta singular ciudad, fundada, como no, por los musulmanes y al poco tiempo de su desembarco.

Celebra el Club Rotario de Elche una velada en el precioso hotel Huerto del Cura, donde sus miembros, ciudadanos y empresarios de reconocido prestigio, presentan sus proyectos sociales para el nuevo ejercicio y homenajean a varios ilicitanos por la importancia y valía de su labor profesional.

Hotel Huerto del Cura
Elche moderno

Y entre los reconocidos, mi suegro Antonio, el cual, en su discurso de agradecimiento, con tono firme y seguro, declara su independencia en lo que se refiere a ideologías políticas y destaca con energía el poder de la sociedad civil como base fundamental de nuestra sociedad actual.

Su mensaje deja una huella profunda en todos y cada uno de los asistentes al evento, de tal forma que, en las posteriores intervenciones, los ponentes inspiran sus palabras en las de Antonio. Y no es para menos. Su intervención fue simplemente genial. Enhorabuena Antonio.

Durante toda una mañana disfrutamos de forma rápida pero intensa de la ciudad de Elche, donde el ayer homenajeado ejerce hoy como guía turístico, deleitándonos con una entretenida y completa información histórica de la ciudad y su relación con la familia.

Antiguo Casino

Son muchos los edificios familiares por los que pasamos y por tanto muchos los personajes, usos, costumbres y anécdotas que nuestro improvisado guía va comentando. Incluso nos identifica algún inmueble cercano a la plaza del Ayuntamiento y que perteneció a la familia de mi tío Sebastián. No cabe información más completa sobre esta original ciudad.

No debemos olvidar otros edificios y lugares singulares de Elche, como el Palacio de los Altamira (s.XV), construido sobre la antigua fortaleza árabe y utilizado como alojamiento real por Jaime II, Pedro IV y los RRCC; la Torre de la Calahorra (XII), en origen una de las puertas de acceso a la ciudad almorávide; la Basílica de Santa María (XVII), construida sobre la antigua mezquita; los restos de la muralla árabe y los restos arqueológicos de unos baños árabes (XI) recientemente descubiertos en la plaza del antiguo mercado; y un espectacular parque municipal perfectamente cuidado y donde la temperatura disminuye considerablemente gracias a la frondosidad y abundancia de palmeras y otras muchas especies.

Torre Calahorra
Basílica de Sta. María
Baños árabes
Palacio de los Altamira y restos muralla árabe

También tenemos tiempo para los importantísimos momentos gastronómicos de cualquier viaje, visitando, degustando y comprando en el mercado municipal unos embutidos típicos para cocinar un buen arroz con costra y una mojama de atún con una pinta estupenda. El momento culinario estelar llega en la cercana localidad de Santa Pola, en forma de arroz y otras delicias servidas en el Club Náutico en un ambiente estupendo y con muy buena compañía. Pero eso ya, amigos, como viene siendo habitual, es otra historia.

Palacio de los Altamira

Sevilla. De fiesta.

Como últimamente no paro, bueno, no paramos, nos hemos acercado a Sevilla este último fin de semana del mes de mayo con la excusa de acudir al concierto de los Hombres G, los cuales se encuentran de gira celebrando sus 40 años en activo. Casi nada.

Este grupo nunca fueron de mi plena devoción, pero sí es cierto que tienen 7 o 8 canciones que me hacen vibrar, saltar y cantar como el fan más entregado. Además, cualquier motivo es bueno para pasar un fin de semana original y distinto con buenos y fieles amigos.

Nuestra aventura comienza el sábado por la mañana en la estación de Atocha y a bordo de un AVE que, sinceramente, necesitaría alguna que otra actualización en los vagones. Dado que la salida se retrasa y las paradas en el recorrido son constantes, nos da tiempo suficiente para organizar nuestro próximo viaje a territorio Galo y realizar un par de visitas al vagón de cafetería, el cual, con el paso del tiempo, convertimos en cervecería.

El retraso en la llegada a nuestro destino supera la media hora, por lo que la empresa ferroviaria procederá a devolvernos el importe íntegro del billete. Sin duda es un buen comienzo.

Alcázar
Plaza de España

En el taxi que nos lleva al hotel, qué raro, surge un tema sobre Soria y el taxista se mete de lleno en la conversación y nos informa que en Sevilla hay mucho personal soriano. Al parecer, el dueño de la empresa donde trabajaba su padre era de Soria y él ha visitado la provincia en varias ocasiones. Añade que, muchos sorianos que emigraron aquí en busca de una mejor calidad de vida, eran contratados en comercios de Sevilla donde dormían bajo los mostradores.

Oído este último comentario, me veo en la necesidad de informar a todos los pasajeros que mi bisabuelo fue uno de esos sorianos que llegó a Sevilla a la edad de 11 años y durmió muchas noches debajo del mostrador del comercio donde lo colocaron de aprendiz. Fue su padre, mi tatarabuelo, un curtido y austero pastor trashumante, el que dejó allí a mi bisabuelo y a otros muchos de sus hijos en un intento de mejorar su futuro. Y lo consiguió.

Llegamos a la hora perfecta para iniciar un paseo por la ciudad y tomar un aperitivo para acabar comiendo de tapas en La Bodeguita Plaza del Duque a base de cazón, gambas a la plancha, ensaladilla, carrilleras y entrecot fileteado. Vaya, que si vas por Sevilla tienes que comer ahí sí o sí. Y encima el camarero era un tío estupendo y los de la mesa de al lado también eran de Madrid, venían al concierto y compartieron sus gominolas con nosotros. ¿qué más se puede pedir?

Gran paseo después de comer por la calle Sierpes hasta la zona de la Catedral y vuelta al hotel para descansar una hora antes de salir hacia la zona del concierto.

Catedral de Sevilla

¿Y qué decir del concierto? Lo que pasó en aquella explanada es difícil de describir sobre todo cuando sonaron las canciones más cañeras como “Al Capone de la Mafia”, “Marta tiene un marcapasos”, “Visite nuestro Bar” o la más pedida de todos, “¡Sufre Mamón! “. Memorable el saxo del grupo y momentos para olvidar cuando tocaron de forma seguida varias canciones pedorras, ñoñas y con mucho sentimiento.

En cualquier caso, salimos con una amplia sonrisa, realmente satisfechos, pero algo doloridos y contracturados por todas las horas de pie en menos de medio metro cuadrado con escasa o nula posibilidad de realizar movimiento alguno. El próximo concierto, sentado y en zona VIP.

Iniciamos vuelta hacia el centro de la ciudad y milagrosamente, tras un buen rato caminando, podemos contratar un Uber que nos salva de una larga, penosa e imposible caminata de varias horas hasta nuestro hotel.

En Sevilla proliferan las camionetas transformadas en bar donde puedes degustar hamburguesas, perritos y demás delicatessen, por lo que antes de acostarnos y de camino al hotel, paramos en uno de ellos para pedir unos perritos calientes especiales, de tamaño descomunal y servidos en tiempo récord por dos tipos poco comunicativos.

Lo mejor de los hoteles donde nos hospedamos, siempre de la cadena NH, es que tienen unos desayunos abundantes y variados que sirven para recuperar las fuerzas gastadas durante la noche anterior y en la que intentamos emularnos a nosotros mismos pero con 35 años menos.

Frutas variadas, tortillas, salchichas, beicon, jamón, queso, dulces, tostadas, zumo y cafés por partida doble hacen su efecto y nos lanzamos a explorar Sevilla con energía por la famosa calle Sierpes y la zona de La Campana, lugar en el que se encontraba el comercio donde mi bisabuelo, a finales del siglo XIX, dormía debajo de un mostrador. Rápida visita al interior de la Catedral y a la Plaza del Cabildo donde, al amparo de restos bien conservados de la muralla almohade del siglo XII, coleccionistas de monedas y billetes intercambian mercancía e impresiones.

La Campana
Plaza del Cabildo

Para disfrutar de la Giralda en todo su esplendor, no hay mejor lugar que la plaza de La Virgen de los Reyes, donde tomamos un aperitivo en primera línea de la terraza del bar Giraldilla y aprovechamos para disfrutar y comentar, entre otros aspectos, las curiosas indumentarias de los turistas de todos los rincones del planeta que inundan la ciudad. Se nos acerca un sevillano con lotería para vender, el cual, para captar nuestra atención, indica con bastante gracia que tengo pinta de torero. El comentario nos provoca una sonora carcajada, consiguiendo su objetivo el gracioso comerciante al vendernos un décimo a precio de oro.

La imagen de la Giralda es simplemente espectacular. Actualmente, torre campanario de la Catedral, en su origen alminar de la mezquita de la ciudad. Fue erigida por los almohades en el siglo XII basándose en el alminar de la mezquita Kutubia de Marrakech.

La Giralda
Mezquita Kutubia. Marrakech

No podemos abandonar Sevilla sin visitar su plaza más famosa, la Plaza de España, el lugar que fue el pabellón de España en la Expo Iberoamericana celebrada en el año 1929. Para ello, qué mejor manera de hacerlo que en coche de caballos donde el cochero, un tal José, nos va explicando de forma muy concisa, pero amena y divertida, los lugares más emblemáticos por los que vamos pasando. La Torre del Oro, los diferentes pabellones de los países participantes en la Expo, el uso actual de los mismos, el monumento al Cid Campeador, la Real Fábrica de Tabacos, el parque de Mª Luisa y finalmente la Plaza de España donde damos una vuelta entera a su interior para riesgo de algún que otro despistado turista nipón.

El Cid

¿Y qué hace en esta ciudad un monumento al Cid, el mercenario más conocido de la Edad Media, el que fue Señor de Gormaz? Pues debió tener su importancia por estos lares, pues fueron los sevillanos los que, a Rodrigo Díaz de Vivar, le bautizaron con el apodo de el Cid. Al parecer el Sr. Rodrigo estuvo por estas tierras en nombre del Rey Alfonso VI cobrando las parias al reino taifa de Sevilla, teniendo en ese momento que defender y con éxito, a los musulmanes sevillanos del ataque de los reinos de Granada y Murcia aliados con el conde de Barcelona. En su vuelta triunfante a la ciudad de Sevilla, el pueblo lo recibió al grito de “Sidi Rodrigo” y “Campi Doctor” (“Señor Rodrigo”, “sabio en batallas campales”). De la unión de estas expresiones, la primera musulmana y la segunda cristiana, surge el apodo de “El Cid Campeador”. 

Qué tendrá este paseo en el coche de caballos que tanto nos encantó y que provoca que mucha gente te salude por la calle y uno mismo devuelva sonriente el saludo como si nos conociéramos de toda la vida. Nuestros amables rostros, adornados con el gesto del saludo al más puro estilo de la realeza europea, queda retratado en multitud de cámaras fotográficas de turistas de todas las nacionalidades.

Finalizada la experiencia, nuestro cochero nos aconseja ir a comer a la Bodega de Santa Cruz “Las Columnas”, en la calle Rodrigo Caro, también con vistas a la Giralda, donde disfrutamos de una exquisita y amplia variedad de tapas como los buñuelos de bacalao, tacos de cazón, gambas, solomillo al Güisqui, lomo al Pedro Ximénez y berenjenas con miel. Muy bueno todo.

Regresamos al hotel a recoger las maletas y mientras hacemos tiempo para que pase una tromba de agua, tomamos un café y algún que otro licor en la terraza, lo cual ayudará sin duda alguna a relajarnos en el AVE de vuelta. Pero eso ya, amigos, es otra historia.

Plaza de España

De nuevo por Irlanda

Tras tres meses desde nuestra última visita, de nuevo volamos a la Isla Esmeralda pues tira mucho nuestra hija que allí está estudiando durante diez meses, tiran mucho los viajes en familia, pero también, no nos engañemos, tira mucho una buena pinta de Guiness y nunca mejor dicho, bien tirada.

Poco comentaré de nuestros días en Dublín, ciudad ya conocida por nosotros en nuestro anterior viaje y del que di buena cuenta en anterior crónica. Esta vez hemos visitado más la zona de la ciudad menos turística, la situada al norte del río Liffey, más allá de donde acaba la famosa y céntrica calle de O´Conell. Según avistábamos alguna torre de una iglesia o monumento, hacia ella nos dirigíamos y así sucesivamente, sin rumbo prefijado, lo que fuera surgiendo. En mi opinión, es una buena manera de conocer una ciudad.

Ello no ha impedido pasear de nuevo por las zonas más céntricas, comerciales y conocidas y volver a degustar unas buenas pintas de Guiness en nuestro Pub favorito “The Celt” y en algún otro que entras por casualidad y siempre con acierto.

Esta vez nos hemos alojado en los apartahoteles “Staycity” los cuales son más que recomendables y en cuya planta de calle, mezcla de recepción y bar, la actividad es frenética la mayor parte del día. Su situación es muy buena y está situado muy cerca, entre otras, de las concurridas y animadas calles de Capel St., Mary St. o Parnell St.

Como ya es costumbre, me gusta salir a pasear la ciudad cuando despierta, por lo que a las 7 de la mañana ya estoy plenamente activo conociendo las costumbres mañaneras en Dublín.  Al lado de nuestro alojamiento hay un edificio que parece un antiguo mercado y actualmente es utilizado como almacenes de frutas. Decenas de furgonetas descargan su mercancía donde la marca España se mezcla con la marroquí y la de otros muchos países latinoamericanos. En uno de los extremos localizo un bar y entro sin dudarlo a tomar un café para despejarme. El olor a fritanga es intenso y la grasa parece que chorrea por techos paredes y suelo. Tras la barra, un tipo con la mediana edad ya pasada y de momento ocioso pues no hay ningún cliente. Una descomunal plancha ocupa gran parte del interior de la barra y se encuentra caliente pues, imagino, los fruteros no tardarán en entrar a desayunar los típicos huevos con beicon y salchichas.

Con arrojo pido un café con leche y el camarero me invita a sentarme en una barra pegada a la ventana de la calle. Al poco aparece con una enorme taza de negro café y ante mi petición de leche, me señala una jarrita que reposa en la barra donde me encuentro. La superficie de tan nutritivo líquido no cumple con el dicho de “blanco como la leche”.  No le hago asco alguno y con total naturalidad me corto el café y lo endulzo con un azúcar que, igual que la leche, vaya usted a saber cuánto tiempo lleva en ese mostrador y vaya usted a saber qué esconde en su interior.

Entablo animada conversación con el camarero, el cual se declara un apasionado de España y a la que volverá en dos semanas de vacaciones con su familia. Acabado el café, el tipo me hace un gesto diciendo que no le pague, pero no acepto su invitación alegando que está ahí trabajando muy duro desde primerísima hora de la mañana. Con una sonrisa, me dice que son 3,30 euros. Si lo llego a saber, acepto la invitación pues vaya precio tiene el café en estos lares. Abandono el local algo sorprendido, no solo por el precio del café, sino por mi elocuencia con el camarero y su conocimiento de España, aspectos estos dos últimos que se repiten a lo vivido día anterior con el taxista que nos trasladó desde el aeropuerto.

Este viaje introducimos como novedad dos días de estancia en la ciudad de Cork, a la cual llegamos tras dos horas y media de trayecto en tren y donde centraré esta crónica no solo por los sorprendentes lugares visitados sino también por los escalofriantes y perturbadores hechos de los cuales fui testigo directo.

Cork es la segunda ciudad más importante de Irlanda, con unos 150.000 habitantes y se encuentra dividida en tres bloques debido al desdoblamiento del río Lee.  

Sus calles son muy comerciales y bulliciosas, con infinidad de comercios y pubs donde degustar productos de la zona. Cuenta con dos catedrales, la anglicana y la católica, además de multitud de otros templos los cuales, todos merecen una visita a sus alrededores. Importancia especial le dan al “English Market”, que no deja de ser un mercado tradicional como los nuestros y que desgraciadamente cada día son más difíciles de ver. Por supuesto que no debes dejar de visitarlo, tiene todo muy buena pinta.

Visita obligada al pequeño pueblo de Cobh, al que puedes trasladarte en tren de cercanías en unos 20 minutos. El trayecto en tren merece la pena por los paisajes, pudiéndose apreciar la inmensidad de lo que viene siendo considerado el puerto natural más largo del mundo. En el puerto de Cobh, el 10 de abril de 1912, hizo su última parada el Titanic antes de poner rumbo a los infiernos. También desde aquí, entre los años 1815 y 1970, partieron 3 millones de emigrantes irlandeses rumbo a todos los rincones del planeta, siendo además punto de partida para 40.000 convictos, hombres y mujeres, con destino Australia.  

De nuevo nos sorprende este pequeño pueblo con una tremenda catedral y casas pintadas de mil colores. Espectacular.

Cobh
Cobh

Tras comprar un bocadillo en uno de los múltiples supermercados de la zona y que devoramos sentados en un banco ante la vigilante mirada de media docena de enormes cuervos negros  y con actitudes depredadoras e incluso amenazantes hacia nuestra comida, nos acercamos hacia la zona del puerto donde sale un pequeño ferry que nos llevará a Spyke Island, la llamada Alcatraz Irlandesa.

Hace bastante frío, unos 2-3 grados, mientras el guía nos cuenta a la intemperie y en unos 45 minutos la historia de la isla. Posteriormente, disponemos de unas dos horas y media para deambular por la isla de forma libre. Aprovechamos para visitar y pasear por el patio de armas, las celdas del siglo XIX, otras más modernas, el edificio de castigo, las murallas, una exposición de cañones y vehículos de guerra, etc.

El lugar está bastante bien conservado y en más de una ocasión se te pone la piel de gallina al entrar en las celdas en las que los presos se hacinaban como animales o en aquellas donde los torturaban y mataban a palizas o al estar en el lugar exacto en el que habían sido acribillados a balazos un grupo de presos o donde un vigilante había sido asesinado a sangre fría en alguna revuelta.  Siento escalofríos por el simple hecho de pensar el horror y sufrimiento que ha habido durante cientos de años en este lugar y en el que hoy me encuentro como un turista sonriente, gastando bromas y haciendo fotografías.

En cualquier caso, disfrutamos mucho de la visita, lo pasamos genial e incluso nos dio tiempo para tomarnos un refresco y algún bollito en el bar, así como para comprar la típica foto que te hacen a la entrada del presidio. En mi ficha de delincuente reza el delito “disturbios”.

Sobre la historia de Spike Island hay mucho que hablar, pero intentaré hacer un resumen: En el siglo VII se instalaron unos monjes fundando un Monasterio el cual fue arrasado por los Vikingos a comienzos del s. IX. Hay constancia de asentamientos monásticos en la isla hasta el siglo XVI. En el año 1650 es utilizado por primera vez como prisión y como lugar de espera de los condenados antes de ser trasladados a las colonias de Norteamérica, Jamaica y Barbados.

En el año 1779 se comienza la construcción de la primera fortificación para proteger la entrada a la bahía junto con otras dos situadas también en lugares estratégicos. Es entre 1804 y 1850 cuando se construye el fuerte que podemos ver en la actualidad, dándole forma de estrella para evitar ser blanco fácil de los cañones enemigos y aumentar los ángulos de fuego en su defensa.

Ya en 1847, en la época de hambruna en Irlanda, se utiliza de nuevo como prisión llegando a albergar a 2.500 prisioneros en condiciones infrahumanas. Entre el año 1847 y 1883 murieron en Spike Island la friolera de 1.300 prisioneros por todo tipo de causas, sobre todo violentas y otros 750 bajo las manos del cirujano del presidio al que tildan las crónicas de borracho y aficionado al opio. En 1850 se construye el edificio de castigo en el cual los presos eran torturados, apaleados y encadenados 23 horas y media al día.

En 1914 la isla es utilizada como campo de entrenamiento para las tropas inglesas y como presidio para 1.400 irlandeses durante la guerra de independencia de Irlanda. Si bien Irlanda obtiene la independencia de Gran Bretaña en el año 1921, las tropas inglesas se mantienen en Spike hasta el año 1938, fecha en la que la isla pasa definitivamente a soberanía irlandesa.

La Isla es utilizada a partir de ese momento como base del ejército irlandés y en 1985 es habilitada de nuevo como prisión, pero esta vez para delitos menores. En agosto de ese año se produce un breve, pero muy violento motín, que dio la vuelta al mundo y que provocó el incendio de varios edificios cuyas ruinas aún hoy pueden contemplarse. La prisión fue cerrada de forma definitiva en el año 2004.

Durante la vuelta en ferry, cae una fina lluvia que no impide que los tres españolitos nos mantengamos en la zona exterior disfrutando de las vistas y el tiempo húmedo. Ya de vuelta a Cobh, nos tomamos una buena pinta y el típico café irlandés en un pequeño pero acogedor pub y en un intento de asimilar la visita realizada. Vuelta en tren a Cork donde, tras un largo paseo, cenamos un exquisito estofado de ternera, fish and chips y un lomo de ternera de una calidad excelente.

Aquí amanece pronto o al menos es la impresión que tengo. El caso es que a las 7 de la mañana ya estoy en la calle tomando un hirviente café americano a la orilla del río Lee y con vistas al enorme edificio del Ayuntamiento. Con las pilas cargadas por el tanque de café, comienzo a pasear por la ciudad serpenteando por las inmediaciones del río, el cual cruzo en varias ocasiones por los numerosos puentes, todos ellos con estilo y diseño diferente.

Sobre las 7.30 de la mañana observo algo voluminoso que flota en el río y que es arrastrado lentamente por la corriente. A medida que me voy acercando al objeto flotante, comienzo a tener la sensación de que se trata de algo raro, pero no identifico de momento de qué se trata. Cuando llego a su altura, veo que se trata de algo envuelto en ropa y de repente me doy cuenta de que se trata de algo muy parecido a un cuerpo humano flotando boca abajo y del cual se distingue con claridad su espalda, culo y piernas. Incluso lleva zapatos. Marrones, para mayor detalle. Un escalofrío recorre mi cuerpo durante unos instantes, pero yo mismo, incrédulo, me digo que no puede tratarse de un cuerpo. Pienso en alguna pandilla de jóvenes que, con alguna Guiness de más, ha tirado un muñeco al río en mitad de la fiesta. Pienso incluso en esos monigotes de paja que, en muchos pueblos de España, sirven de Judas en alguna que otra fiesta.

Río Lee

Me quedo parado no más de dos segundos y prosigo aturdido mi paseo. La imagen del cuerpo flotando no se me va de la cabeza y a los pocos metros me detengo y echo de nuevo la vista atrás. Claramente se trata de un cuerpo, un ahogado, un cadáver que flota y que de forma triste, lenta y pesada es arrastrado por la corriente. No le veo la cabeza ni los brazos. Antes de que pudiera reaccionar veo un ciclista que se ha parado y ya está llamado por teléfono, imagino que a la policía. Me alivia pensar que ya alguien ha llamado a los servicios de emergencia y no me cabe en la cabeza que yo haya podido ser el primer ciudadano que ha visto el cuerpo flotando sobre el río…… Aún no son las ocho de la mañana y ya hay bastante movimiento en la calle. Eso sí, nadie mira el río.

Nuestro hotel está situado justo enfrente y desde una cristalera al lado de la habitación observo al ciclista esperando a la policía, al ahogado en su negro y silencioso camino hacia el puerto de la ciudad y la llegada de tres camiones de bomberos del que descienden a toda prisa al menos doce personas y dos de ellas, sin dudarlo, se tiran al agua con cuerdas y una pértiga. La corriente sigue arrastrando al ahogado y bomberos, impidiendo las instalaciones del puerto poder continuar en mi papel de testigo. Mejor así. Al poco rato llega una furgoneta mortuoria y poco más. Descanse en paz.

Cork es una ciudad que da mucho de sí y aún podemos disfrutar paseando y descubrir nuevos rincones. A las 11 de la mañana, morimos de hambre y paramos en un sitio donde, tras un rápido vistazo a la carta, parece que están especializados en desayunos al más puro estilo irlandés. El sitio está abarrotado, pero pronto nos buscan una mesa en una agradable esquinita, donde no tardamos en disfrutar un gran plato a base de huevos, salchichas, beicon, beans, morcilla, una especie de chorizo, tostadas con mantequilla y mermelada y una gran taza de café. Espero tener para el resto del día. La Guiness la dejaremos para el próximo viaje, pues amenazo con volver y seguro que dará para otras muchas historias.

Potente desayuno

Primeras lecciones 4×4

Tras un vacío vital consecuencia de no arrancar el Land Rover durante 51 días con sus noches incluidas, por fin este pasado sábado 18 de febrero, han rugido los 160 caballos de su motor para pasar juntos una nueva e intensa jornada.

Esta vez voy acompañado del que ha sido durante 18 años, mi más fiel y valiente copiloto, mi hijo Fernando, el cual ya pide a gritos un cambio de papeles en las rutas más habituales. Para ello, primero tendrá que comprarse su propio Land Rover y mientras tanto y de forma provisional, podrá utilizar el mío y así aprovecho para adiestrarle en este mundo del Land Rover Defender, tanto en su uso por carretera como fuera de ella.

El Defender es un vehículo distinto a los demás. Ni mejor ni peor que otros, simplemente distinto. Por eso entiendo muy recomendable y siempre que exista esa posibilidad, como es el caso, que las primeras tomas de contacto con este duro y particular vehículo se realicen siempre acompañado por alguien con algo de experiencia. La conducción fuera de asfalto requiere de mucha práctica, sentido común y una alta dosis de prudencia que no tiene por qué estar reñida con la osadía.

Y así llevamos unos siete meses, ni más ni menos. Siete meses en los que todo lo observado como copiloto durante años hay que ponerlo en práctica. Siete meses en los que ha habido muchas dificultades, muchos nervios y muchos sudores para superar caminos rotos, embarrados, helados o pistas rápidas en buen estado. Siete meses de pocos kilómetros, pero intensos. Siete meses de clases prácticas, teóricas y de sensibilización. Hay que escuchar al coche, saber lo que te transmite, adelantarse a las situaciones. Las ruedas siempre por la parte alta, ahora hay que dejarse caer en la zanja, ahora sal de ella, ahora mantén potencia suave y constante, sin brusquedades, no muevas tanto el volante, ¡acelera, acelera! ¡frena!!!, pégate al borde del camino, ¡no tanto!

Tenía pensado alguna ruta nueva, de exploración, pero mi joven aprendiz me propone volver a la Sierra de Cebollera, “que nunca defrauda”. Y cuánta razón tiene.

Conduzco la ida por carretera y los primeros kilómetros de pista en la Sierra. A medida que tomamos altitud comienzan a aparecer grandes tramos de pista con nieve y hielo. De momento el Land Rover responde bien, por lo que cedo los mandos a mi aprendiz, el cual, con decisión y sin dudarlo, avanza por el camino cada vez más complicado.  Es su primer contacto en este medio hostil. Se concentra en la conducción y sigue al pie de la letra mis indicaciones: “Baja velocidad”, “no tan brusco”, “no frenes”, “aprovecha los laterales sin hielo para que las ruedas agarren”, etc… Los leves deslizamientos en las placas de hielo se corrigen de forma adecuada y aprovechamos para hablar de las bondades del “bloqueo de diferencial” y forma de engranarlo. No piense el lector en sesudas y técnicas explicaciones sobre el bloqueo de diferencial pues yo de eso no tengo ni idea. Todo muy simple, básico y fundamentado en mi experiencia.

Descendemos de altura por lo que el camino vuelve a la normalidad durante unos kilómetros, pero no muchos. Pronto volvemos a tomar altura en un camino a media ladera y como era de esperar, los tramos complicados y resbaladizos por el hielo hacen de nuevo su aparición.

Retomo el control del Land Rover y, frente a un tramo helado de varios cientos de metros, de forma inexplicable me paro antes de afrontarlo y nos bajamos del vehículo para valorar la situación. Andando por los primeros metros del tramo helado, empiezo a preocuparme por si el camino comienza a empeorar, no quiero verme en problemas. Comparto mis dudas y preocupación con mi veterano copiloto, el cual, sin cortarse, muestra su sorpresa por mi indecisión y exceso de prudencia, me anima a continuar y promete máxima implicación en caso de que tengamos que desatascar el coche de la nieve. Pues sí que han cambiado los papeles, sí.

Sin más comentarios y con el ánimo muy reforzado, afrontamos este primer tramo y los siguientes aún en peor estado sin ningún problema. En las zonas más complicadas aprovecho para informar de mi conducción: “reduzco”, “evito el freno”, “aquí con suavidad”, “contra volante para corregir” y otras expresiones similares con alta carga didáctica.

Paramos a comer en un refugio arreglado recientemente, el cual, desde que lo descubrimos (hace muy poco tiempo), se está convirtiendo en punto de parada y refresco para nuestras aventuras en esta tan querida Sierra. Dado que el tiempo no acompaña y no hay necesidad de refugiarse, aprovechamos para montar nuestro pequeño campamento al sol y calentar con hornillo unas lentejas y albóndigas para recuperar fuerzas. Como si de una jornada laboral se tratara, tras la pausa para comer de una hora de duración, nos internamos de nuevo en lo más profundo de la Sierra para perfeccionar la técnica de conducción en situaciones medianamente complicadas.

Atrás quedan estos divertidos caminos entre pinos, hayas y robles, para iniciar la vuelta por carretera desde el Alto del Royo. Parada en Hinojosa de la Sierra a disfrutar del espectacular paisaje donde de nuevo cambiamos los puestos en el Land Rover, pudiendo el joven aprendiz disfrutar de los últimos 25 km de asfalto.

El domingo, para aliviar las tensiones vividas el día anterior, qué mejor forma de relajarse que en la ciudad de Almazán, en el tradicional restaurante Antonio donde puedes trasladarte a los años 70 del siglo pasado y degustar unas exquisitas pochas con sepia, sopa de pescado y un somarro al horno (solomillo de cerdo) que recomiendo a todo el mundo que lo pruebe al menos una vez en la vida. ¡Qué vueltas da el fin de semana! Ayer comimos al aire libre como supervivientes en una zona remota de la Sierra y hoy en uno de los mejores restaurantes de la provincia. Siempre digo lo mismo: lo importante es saber adaptarse a cualquier situación con dignidad.

No había acabado de escribir esta crónica y llega el siguiente fin de semana, 25 de febrero. El aventajado alumno lleva toda la semana presionando para volver a Soria el fin de semana y continuar con su aprendizaje. Además, como viene siendo habitual en la provincia por estas fechas, durante la semana ha nevado generosamente.

No me tienen que insistir mucho y a las 12 de la mañana del sábado ya estamos arrancando de nuevo el Land Rover. Visita a la gasolinera e inicio camino por la tan conocida Sierra de San Marcos. Son pistas para mi muy conocidas y divertidas, sobre todo cuando el terreno está mojado. Sorprende la poca nieve que queda y por tanto aumenta el barro, las zonas blandas y resbaladizas.

No hago ni 500 metros de pista y ya cedo los mandos a mi alumno, el cual pronto se da cuenta de lo distinto que es conducir por caminos embarrados y blandos, teniendo que poner en práctica de manera instintiva todos los conocimientos y consejos recibidos hasta el momento. No hay que relajarse y le animo para que, en algunos tramos del camino donde no hay riesgo de atascar o volcar si se nos va de las manos, pegue un fuerte volantazo para cruzar el coche y corregir la derrapada. La técnica del volantazo no la tiene muy asimilada, pero tampoco hace mucha falta pues el propio coche se desliza en ocasiones de forma natural y da lugar a comentar sobre la forma de actuar y corregir.

A pesar de que nos encontramos a un par de grados de temperatura, mi joven piloto suda como si fuera pleno verano y no concedo mucho tiempo en las paradas no vaya a ser que pierda el buen ritmo y la tensión que llevamos. Llega uno de los tramos más blando, embarrado y encharcado de la ruta y nos metemos de lleno sin dudarlo.  Todo correcto hasta que a la mitad del tramo pido que se detenga para yo disfrutar también de la conducción, no lo puedo evitar. Una vez finalizado por mi parte, el alumno da la vuelta y realiza el tramo complicado en solitario y por dos veces dado que vuelve al punto de origen para continuar donde lo dejó. Parece que no está muy dispuesto a perderse estos cientos de metros resbaladizos y complicados. Yo me quedo en tierra seca y aprovecho para hacer video del Land Rover salpicando agua y escupiendo barro.

Sobre las 14,30 horas iniciamos la vuelta a casa donde yo me quedo a disfrutar del fresco y el novato, de forma inmediata y sin descanso alguno, se va de ruta en solitario y por carretera hasta Almazán para ir conociendo más aún el comportamiento de la máquina. Nada como la soledad en la conducción para entender lo que llevas entre manos. Al cabo de una hora larga, está de vuelta con cara muy satisfecha y de triunfo.

Qué idílico es compartir con tu descendencia aficiones, ¿verdad? Si eres pescador, ya desde la infancia le comprarás una caña y os iréis a cualquier río a pescar juntos el resto de vuestras vidas. Si te gusta pasear, le compras unas botas y a recorrer mundo. Eso sí, cada uno con su caña y sus botas. Todos tan felices. Lo peor de mi afición es que de momento me toca ir de copiloto una buena parte de la ruta. El siguiente paso será “las llaves del Land Rover están en su sitio, donde siempre.” O peor aún, “¿dónde están las llaves?” Pero eso, querido lector, ya será otra historia.

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Viaje a Dublín. 19-21 enero 2023

Irlanda, conocida como Isla Esmeralda por el color verde de sus campos y posiblemente, añado yo, por la hierba que se fuma en las calles de su capital que aromatiza el ambiente de forma frecuente e intensa.

Tres días en su capital, Dublín, son suficientes para una primera toma de contacto y darte cuenta de que se trata de una ciudad bonita, recomendable, variopinta, multicultural y muy, muy divertida.

Ya la diversión comienza en el autobús aéreo que utilizamos en nuestro desplazamiento y cuyo coste por persona es muy similar al gasto de combustible de cualquier fin de semana que pueda ir a Soria.  El sobrecargo, un tal Daniel, comienza su discurso de bienvenida a bordo y de ofertas de bebidas y otros productos con mucha gracia y humor, provocándonos a todos una carcajada cuando ofrece la compra de un boleto de lotería de la propia línea aérea, indicando que, en caso de ser ganadores, evitaríamos volver a volar en esta famosa línea de bajo coste.

Aterrizamos con un tiempo muy frío y nos dirigimos en taxi directamente hasta la estación de tren donde nos espera el motivo de nuestro viaje, Marina, nuestra hija menor que este año está viviendo y estudiando en este verde y helado país europeo.

Ya con ganas de sentir y disfrutar de la ciudad, vamos caminando desde la estación hacia nuestro hotel, haciendo parada en el trayecto para comer un Wrap (yo no sabía ni lo que era) y por fin, poder degustar la primera cerveza Guiness del viaje. Son las 15 horas pasadas, el bar/pub está muy animado y es posible que ya muchos de los clientes estuvieran cenando. Nuestro hotel está en pleno centro de la ciudad, al norte del río Liffey y a escasos metros de una céntrica avenida, O`Connell Strett. Sin duda que hemos acertado.

Por cierto, este tal O`Connell, también conocido como “El Libertador”, fue un importante político de la primera mitad del siglo XIX que consiguió que los católicos irlandeses pudieran convertirse en miembros del Parlamento de Inglaterra, siendo el primer alcalde católico de la ciudad. Además, fue firme defensor de la separación de Irlanda de la Gran Bretaña sin utilizar los habituales medios violentos.

O`Connell Strett

 Con nuestras mejores ropas de invierno, deambulamos por las animadas calles comerciales donde compramos un gorro de lana irlandesa y una gorra estilo Irish en una tienda espectacular, donde todas las prendas y objetos que se vendían eran de lana irlandesa.

 En las prendas más suaves y por tanto más caras, se indica en la etiqueta que era “100% Merino”. Esta etiqueta pone en alerta todos mis sentidos y me doy cuenta de que en aquellas prendas hay un alto porcentaje de ADN español. La oveja de raza merina es española, algunos incluso dicen que su origen es del norte de África, bereber, ni más ni menos. Durante la Edad Media la explotación de la lana de la oveja merina fue la mayor fuente de riqueza de Castilla, protegiendo y conservando la misma con la creación, por Alfonso X el Sabio, del Honrado Concejo de la Mesta en el año 1273. La lana de esta oveja sin duda alguna era la más valorada a nivel mundial por su excelente calidad. Tan protegida estaba la oveja merina y su explotación en Castilla, que se penaba con la muerte a todo aquel que exportara algún ejemplar, posibilidad que únicamente podía ejercer la Corona. Y fue precisamente la Corona la que, en el siglo XVII, comienza a regalar pequeños rebaños para fortalecer tratados de amistad o de comercio con otras naciones como Francia, Sajonia, Hungría, etc…. Pero realmente lo que provocó el punto final definitivo al monopolio español de la oveja merina, fue una cláusula secreta en el tratado de paz firmado con Francia en el año 1795 (tras la Guerra de los Pirineos) por el cual se entregaba a este país durante cinco años, mil ovejas y cien carneros anuales. Ello supone la expansión definitiva y masiva de nuestra oveja a nivel mundial, existiendo hoy en día millones de ejemplares descendientes de nuestros rebaños. Las cabañas más numerosas se encuentran en la actualidad en países como Australia, Estados Unidos, Argentina y Sudáfrica. Pero, eso sí, todas con ADN español en su sangre y, por qué no, con alta probabilidad de contener la genética de los rebaños de Tierras Altas de Soria, tierra de pastores trashumantes de rebaños de merinas durante siglos, la tierra de mis antepasados.

Después de este extenso paréntesis (necesario, dada su extrema importancia en mi opinión), continuamos nuestro paseo por el campus del “Trinity College” y tras realizar algunas compras de primera necesidad para nuestra hija y otras varias no tan necesarias, finalizamos en la zona del Temple Bar, barrio abarrotado de pubs, donde, en un animado pub con música en directo, tomamos unas Guiness acompañadas con sabrosas alitas de pollo y nachos.

Sobre las 22 horas, nos retiramos a nuestro hotel, a una hora prudente, no solo por la minoría de edad de nuestra hija, sino también porque al día siguiente hemos quedado a las 9,30 de la mañana para irnos de excursión a unos pueblitos al norte de Dublín.

Tras un abundante desayuno al más puro estilo “Irish breakfast”, llegamos puntuales al punto de encuentro con nuestro guía, donde coincidimos con el resto de los compañeros de viaje, una docena más de compatriotas de lo más variopinto y muy representativos de la más auténtica y actual sociedad española.

Nos desplazamos en un minibús conducido por nuestro guía español, el cual ameniza el viaje con datos curiosos de los lugares por los que pasamos y sobre la historia en general de Irlanda. Breve parada en el Casino Marino, una casa de recreo del siglo XVIII a las afueras de Dublín, para continuar trayecto hacia el primero de nuestros destinos, el castillo de Malahide.

Casino Marino
Castillo Malahide
Castillo Malahide

El castillo de Malahide data del siglo XII y ha sido habitado por la familia Talbot hasta 1975, año en que tuvo que ser cedido al Condado de Dublín por no poder soportar el pago de los impuestos de sucesiones la heredera del castillo en dicha fecha. Sorprende la visita pues está perfectamente conservado y totalmente amueblado, para entrar a vivir, tal y como lo cedió en el siglo pasado la familia Talbot. Dicen que en el castillo habitan cinco fantasmas y es habitual que puedas tropezar con alguno de ellos. Visita muy interesante y entre otras cosas, me quedo con el color naranja de algunas de sus habitaciones, conocido como el color Malahide en la sociedad irlandesa.

Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide

Continuamos viaje en nuestro minibús hasta Howth, donde nuestro guía nos deposita en la colina más alta del lugar y nos invita a ir caminando por una estrecha senda habilitada en los acantilados al borde del mar hasta el pueblo. La caminata es de una hora y media de duración. Si bien no nos esperábamos dicha actividad (al menos no estaba anunciada cuando contratamos la excursión), la admitimos con ganas y alegría pues el paisaje es realmente espectacular y el tiempo acompaña pues hace un día muy frío pero soleado. Disfrutamos mucho en el camino, el cual lo hago acompañado de un nuevo y solitario amigo, Antonio, el cual se ha unido a mi familia en este día de excursión. Antonio ha venido a visitar a su hijo de 24 años que trabaja en Dublín hace seis meses como profesor en un colegio. Un tipo simpático y con el cual conecto de forma muy positiva.

Howth

Ya en el pueblo de Howth, compramos comida en un Fish and Chips llamado Beshoff Bros, atendido por un tipo que habla español, pero con aspecto de turco, judío o similar, el cual, se pone nervioso ante nuestras numerosas preguntas sobre si la ración será suficiente para todos, cuántas “chips” habrá, cual es el tamaño del “fish”, si el menú incluye bebida, que si tiene cerveza fría para llevar (no había), etc. El turco, ya visiblemente incomodado por el tiempo que llevamos para decidirnos y por la presencia de algún que otro paciente cliente esperando, nos suelta a bocajarro que los “latinos” siempre hacemos muchas preguntas y nos cuesta decidirnos para elegir sus menús. Nosotros, que vamos de buen rollo y como buenos españoles, respondemos descojonándonos y no provoca que pongamos punto final a nuestra indecisión, pues seguimos con nuestra tranquilidad “latina”. Ante nuestra negativa a echar vinagre al pescado, confirma que los “latinos” y es verdad, no tenemos esa costumbre. Lo que nunca nadie antes había hecho era el calificarme como “latino”, pero dando vueltas al asunto, pues es verdad, somos “latinos” y a mucha honra, señor turco impaciente vendedor de pescado y patatas en una caja de cartón.

Degustamos los dos menús de “fish and chips” (que estaba bastante bueno) en unas mesas situadas en un patio exterior que comparten otros locales donde venden comida rápida y bebida. Nada como intimar con las nuevas amistades del viaje como comer del mismo plato, perdón, de la misma caja de cartón.

Nos acercamos al puerto de la ciudad en busca de las famosas focas salvajes que lo habitan pues buscan comida fácil de los barcos pesqueros y de los turistas. No tardan en aparecer y realmente son espectaculares. Aparecen en toda su plenitud en cuanto ven algún movimiento en los barcos pesqueros o ven personas paseando por el muelle. Es sorprendente. Esas sí que saben latín, pero de latinas poco.

Puerto de Howth
Howth

El puerto está lleno de locales donde venden pescado fresco, todo con bastante buena pinta.

A las 16 horas iniciamos viaje de vuelta a Dublín en nuestro minibús. Al llegar, breve parada en el hotel y de nuevo nos sumergimos en las animadas calles de la capital, hoy más abarrotadas y con más ambiente que ayer pues hoy es viernes.

Nos tomamos una excelente Guiness en el pub “The Celt” el cual nos recomendó mi nuevo amigo Antonio. Este pub está cerca de nuestro hotel, al norte del río y en un barrio algo distinto al de la zona comercial, donde abundan gentes, establecimientos y peluquerías de estilo Kebab y similares.  “The Celt” es enorme, laberíntico, con múltiples habitaciones y pequeñas estancias con amplias mesas donde los parroquianos, en grandes grupos, consumen cerveza en ingentes cantidades. Encontramos hueco en la barra situada en un enorme salón al estilo de la serie “Vikingos” y disfrutamos del lugar saboreando una buenísima pinta.

The Celt

Cenamos en el pub Madigan`s, muy cerca de nuestro hotel, donde nos reciben con mucha amabilidad y una amplia sonrisa. Nos preguntan nacionalidad y nos atiende un chico de Granada que había abandonado su ciudad natal harto de que le pagaran 6 euros por hora en su trabajo como diseñador gráfico. En Irlanda gana mucho más y está incluso ahorrando. Su próximo destino, Montreal, Canadá, para seguir haciendo caja. Cenamos unos buenos nachos y ya por fin los platos típicos de aquí, Roast beff con salsa Guiness, acompañado de puré de patata y algunas verduras y una especie de pastel de carne con puré de patata bastante bueno. Nuestra hija está encantada de comer algo más saludable y bien guisado, pues por aquí se debe cocinar poco y mucho precocinado.

Sábado, nuestro último día en Dublín. Recibimos el nuevo día con el tradicional “Irish breakfast” del hotel, dejamos las mochilas en la recepción y nos vamos a la calle a disfrutar de la luz del día. Hoy no hace frío.

Ya a las 10.30 de la mañana se ve gente en los pubs disfrutando del oro líquido nacional, pero nosotros lo dejaremos para más tarde. Es momento de pasear y conocer las joyas arquitectónicas de la ciudad como sus dos catedrales y el castillo.

Dublín puede presumir de tener dos espectaculares catedrales, la de Sta. Patrick y la de Christ Church

La catedral de San Patricio, dedicada al patrón de la nación, se encuentra construida junto al pozo en el que se dice que el santo bautizaba a los paganos para convertirlos al cristianismo. En este lugar, ya en el siglo V, se construyó una pequeña iglesia de madera, construyéndose en piedra en el 1.191. La construcción del edificio actual se inició a comienzos del siglo XIII. Podemos imaginarnos las múltiples restauraciones que ha sufrido el edificio, respondiendo su estado actual a la realizada en el año 1860, ni más ni menos que financiada por uno de los nietos del fundador de la cerveza Guiness, Benjamín Guiness.

Dado que no tenemos mucho  tiempo para visitar el interior, tomamos un descanso en el amplio jardín trasero de la catedral, donde aprovechamos para tomar un café y disfrutar del entorno.

Catedral St, Patrick
Catedral St, Patrick

La otra catedral, la de la Santísima Trinidad, tiene su origen en una pequeña iglesia, también de madera, construida por el rey vikingo Sitric, en el año 1.038. Es en 1172 cuando comienza la construcción de la actual iglesia de piedra, sufriendo una importante renovación a mediados del XIX.

Tampoco te dejará indiferente el castillo de Dublín, al cual se puede acceder libremente a su inmenso patio exterior. Originariamente, el castillo es construido a principios del siglo XII donde antes había existido un asentamiento Vikingo.

Catedral Christ Church
Castillo Dublín

La visión a lo lejos de una torre medieval provoca que nos dirijamos a la misma y poder comprobar que dicha torre forma parte de la Iglesia de St. Audoen. Merece la pena sin duda alguna el paseo.

Catedral Christ Church
Iglesia St. Audoen

Comenzamos ya camino de vuelta, con total tranquilidad y teniendo prevista parada para comer algo. A los pocos minutos y muy cerca ya del río, encontramos por casualidad un pub, “The Brazen Head”, en cuyo cartel exterior se anuncia como el más antiguo de Dublín. En concreto, el establecimiento fue fundado en el año 1198 como posada vikinga o similar. Impresiona pensar que en este mismo recinto llevan ofreciendo y consumiendo cerveza desde hace 825 años.

No dudamos en entrar y los dioses vikingos quieren que rápido encontremos mesa para comer en una de sus múltiples estancias. El sitio es realmente excepcional, el ambiente es buenísimo y muy acogedor, la Guiness excepcional. Nos deleitamos de nuevo con platos típicos como estofado de carne con salsa Guiness, fish and chips y una enorme ensalada de salmón ahumado.  Y una pinta de Guiness, y otra más please, que me vuelvo a España y es la última.

The Brazen Head

Con tranquilidad nos dirigimos en dirección al hotel y aún nos da tiempo para hacer algunas otras paradas en todo tipo de tiendas, la oferta parece infinita. Recogemos nuestras mochilas y tomamos un taxi a la estación de tren donde nuestra hija a las 18.15 horas saldrá en dirección a su casa en la ciudad de Balla. Como hemos llegado con tiempo suficiente, hacemos la espera todos juntos y mi hija ameniza la espera tocando un par de canciones en un piano a disposición del público en plena estación. En Irlanda hay mucha afición a la música y viajeros de todas las edades se paran a escucharla e incluso le hacen fotos. Mejor final para este viaje imposible.

¿Pero quién dijo que aquí se acabaron las anécdotas dignas de mención? ¿Os acordáis de Daniel? Exacto, el sobrecargo del avión de ida. Pues también estaba en el avión de vuelta.

En estos vuelos baratos no hay necesidad de que la familia viaje unida, por lo que a mi han asignado asiento en la fila 7 y a mi mujer en la última, en la 33. Bien pensado, pues si queremos viajar separados, cuanta más distancia haya, mejor. Imagino que así pensará la compañía aérea intentando que el próximo viaje pagues el suplemento correspondiente.

Volar no me convence mucho, por lo que tras el despegue intento evadirme vaciando mi mente e intento caer en una especie de letargo animal de pura supervivencia. Tras hora y media sumido en mi anormal letargo, oigo en lo más profundo del abismo una voz alta y clara que dice “¿Hay por aquí alguien que se llame Rafa?”

De forma inmediata, vuelvo al mundo real, abro los ojos y me encuentro a un sonriente Daniel en el pasillo del avión y a la altura de mi asiento. “Soy yo”, contesto con absoluta seguridad.

Con cara de pillo y en un tono muy simpático me suelta a bocajarro: “Hay un pibón en la parte final del avión que quiere invitarte a un vino”

El lascivo comentario levanta el interés de mis dos jóvenes compañeras de fila y de otras personas de alrededor, imagino que sorprendidas y por qué no, envidiosillas por el hecho de que un tipo como yo pueda ligar en un avión de bajo coste.

“Será mi mujer”, contesto yo en un intento de hacer comprender a mis compañeros de viaje que no, que no es una cita a ciegas a tres mil metros de altura.

“No lo sé, pero es un pibonazo y quiere tomarse un vinito contigo” insiste Daniel, aumentando el tono erótico festivo e incluso contoneando pechos y cadera acompañando de un acompasado movimiento de brazos.

“Sí, es mi mujer, que está al final del avión y con la que llevo casado más de 25 años” es mi estúpida respuesta, a la vez que me levanto de mi asiento para salir huyendo de los testigos de estos hechos y evitar así otras posibles invitaciones.

En la última fila, efectivamente, me encuentro con el pibonazo con bastante cara de cachondeo y mucha complicidad con Daniel, la cual me ofrece un vaso de vino el cual acepto con gusto. A los pocos minutos, Daniel nos regala otra botellita y una bolsa de patatas. El tío está encantado con la situación producida y de la que él ha sido uno de los protagonistas fundamentales.

Comenzamos ya el descenso pues nos acercamos a Madrid. Daniel aprovecha el momento para informar a todo el pasaje que se vayan preparando para el aterrizaje. Añade que el día de hoy es el día internacional del abrazo, encontrándose la tripulación a nuestra disposición por si alguien necesitara uno.

Tras un aterrizaje algo brusco a mi gusto, pero suavizado por el cálido caldo riojano, aterrizamos en tierra de la madre patria, teniendo que esperar a que se despejara el avión por completo para yo poder acceder a mi asiento de la fila 7 y recoger mi mochila. Somos los últimos pasajeros en salir. Como es habitual, Daniel y el resto de la tripulación esperan en la puerta de salida despidiéndose de los pasajeros. La pibonazo, ni corta ni perezosa, se funde en un profundo abrazo con Daniel agradeciendo el buen rato que hemos pasado y yo, mucho más castellano, les estrecho la mano en agradecimiento y les dedico unas buenas palabras por lo divertido del vuelo. Es en ese momento, en ese tiempo de más dedicado a la despedida con Daniel, cuando nos damos cuenta de que, a pie de pista, se encuentra el autobús con los otros 170 pasajeros mirando y esperando pacientemente a que nosotros demos por concluida de una vez la emotiva despedida.

Animados, bajamos las escaleras del avión a toda pastilla y con un movimiento ágil nos introducimos en el autobús el cual cierra de las puertas inmediatamente para llevarnos a la terminal.

Poco más que decir de este viaje cargado de emociones y vivencias que nunca olvidaré. Crónica dedicada a mi hija menor, Marina, hija de las arenas ardientes del desierto, mujer valiente, viajera y aventurera, con muchas ganas de vivir nuevas experiencias siempre de manera positiva y con un espíritu Amazigh que espero lo alimente y mantenga vivo durante mucho tiempo.

Y lo del pibonazo……. eso ya es otra historia amigos.