Viaje a Dublín. 19-21 enero 2023

Irlanda, conocida como Isla Esmeralda por el color verde de sus campos y posiblemente, añado yo, por la hierba que se fuma en las calles de su capital que aromatiza el ambiente de forma frecuente e intensa.

Tres días en su capital, Dublín, son suficientes para una primera toma de contacto y darte cuenta de que se trata de una ciudad bonita, recomendable, variopinta, multicultural y muy, muy divertida.

Ya la diversión comienza en el autobús aéreo que utilizamos en nuestro desplazamiento y cuyo coste por persona es muy similar al gasto de combustible de cualquier fin de semana que pueda ir a Soria.  El sobrecargo, un tal Daniel, comienza su discurso de bienvenida a bordo y de ofertas de bebidas y otros productos con mucha gracia y humor, provocándonos a todos una carcajada cuando ofrece la compra de un boleto de lotería de la propia línea aérea, indicando que, en caso de ser ganadores, evitaríamos volver a volar en esta famosa línea de bajo coste.

Aterrizamos con un tiempo muy frío y nos dirigimos en taxi directamente hasta la estación de tren donde nos espera el motivo de nuestro viaje, Marina, nuestra hija menor que este año está viviendo y estudiando en este verde y helado país europeo.

Ya con ganas de sentir y disfrutar de la ciudad, vamos caminando desde la estación hacia nuestro hotel, haciendo parada en el trayecto para comer un Wrap (yo no sabía ni lo que era) y por fin, poder degustar la primera cerveza Guiness del viaje. Son las 15 horas pasadas, el bar/pub está muy animado y es posible que ya muchos de los clientes estuvieran cenando. Nuestro hotel está en pleno centro de la ciudad, al norte del río Liffey y a escasos metros de una céntrica avenida, O`Connell Strett. Sin duda que hemos acertado.

Por cierto, este tal O`Connell, también conocido como “El Libertador”, fue un importante político de la primera mitad del siglo XIX que consiguió que los católicos irlandeses pudieran convertirse en miembros del Parlamento de Inglaterra, siendo el primer alcalde católico de la ciudad. Además, fue firme defensor de la separación de Irlanda de la Gran Bretaña sin utilizar los habituales medios violentos.

O`Connell Strett

 Con nuestras mejores ropas de invierno, deambulamos por las animadas calles comerciales donde compramos un gorro de lana irlandesa y una gorra estilo Irish en una tienda espectacular, donde todas las prendas y objetos que se vendían eran de lana irlandesa.

 En las prendas más suaves y por tanto más caras, se indica en la etiqueta que era “100% Merino”. Esta etiqueta pone en alerta todos mis sentidos y me doy cuenta de que en aquellas prendas hay un alto porcentaje de ADN español. La oveja de raza merina es española, algunos incluso dicen que su origen es del norte de África, bereber, ni más ni menos. Durante la Edad Media la explotación de la lana de la oveja merina fue la mayor fuente de riqueza de Castilla, protegiendo y conservando la misma con la creación, por Alfonso X el Sabio, del Honrado Concejo de la Mesta en el año 1273. La lana de esta oveja sin duda alguna era la más valorada a nivel mundial por su excelente calidad. Tan protegida estaba la oveja merina y su explotación en Castilla, que se penaba con la muerte a todo aquel que exportara algún ejemplar, posibilidad que únicamente podía ejercer la Corona. Y fue precisamente la Corona la que, en el siglo XVII, comienza a regalar pequeños rebaños para fortalecer tratados de amistad o de comercio con otras naciones como Francia, Sajonia, Hungría, etc…. Pero realmente lo que provocó el punto final definitivo al monopolio español de la oveja merina, fue una cláusula secreta en el tratado de paz firmado con Francia en el año 1795 (tras la Guerra de los Pirineos) por el cual se entregaba a este país durante cinco años, mil ovejas y cien carneros anuales. Ello supone la expansión definitiva y masiva de nuestra oveja a nivel mundial, existiendo hoy en día millones de ejemplares descendientes de nuestros rebaños. Las cabañas más numerosas se encuentran en la actualidad en países como Australia, Estados Unidos, Argentina y Sudáfrica. Pero, eso sí, todas con ADN español en su sangre y, por qué no, con alta probabilidad de contener la genética de los rebaños de Tierras Altas de Soria, tierra de pastores trashumantes de rebaños de merinas durante siglos, la tierra de mis antepasados.

Después de este extenso paréntesis (necesario, dada su extrema importancia en mi opinión), continuamos nuestro paseo por el campus del “Trinity College” y tras realizar algunas compras de primera necesidad para nuestra hija y otras varias no tan necesarias, finalizamos en la zona del Temple Bar, barrio abarrotado de pubs, donde, en un animado pub con música en directo, tomamos unas Guiness acompañadas con sabrosas alitas de pollo y nachos.

Sobre las 22 horas, nos retiramos a nuestro hotel, a una hora prudente, no solo por la minoría de edad de nuestra hija, sino también porque al día siguiente hemos quedado a las 9,30 de la mañana para irnos de excursión a unos pueblitos al norte de Dublín.

Tras un abundante desayuno al más puro estilo “Irish breakfast”, llegamos puntuales al punto de encuentro con nuestro guía, donde coincidimos con el resto de los compañeros de viaje, una docena más de compatriotas de lo más variopinto y muy representativos de la más auténtica y actual sociedad española.

Nos desplazamos en un minibús conducido por nuestro guía español, el cual ameniza el viaje con datos curiosos de los lugares por los que pasamos y sobre la historia en general de Irlanda. Breve parada en el Casino Marino, una casa de recreo del siglo XVIII a las afueras de Dublín, para continuar trayecto hacia el primero de nuestros destinos, el castillo de Malahide.

Casino Marino
Castillo Malahide
Castillo Malahide

El castillo de Malahide data del siglo XII y ha sido habitado por la familia Talbot hasta 1975, año en que tuvo que ser cedido al Condado de Dublín por no poder soportar el pago de los impuestos de sucesiones la heredera del castillo en dicha fecha. Sorprende la visita pues está perfectamente conservado y totalmente amueblado, para entrar a vivir, tal y como lo cedió en el siglo pasado la familia Talbot. Dicen que en el castillo habitan cinco fantasmas y es habitual que puedas tropezar con alguno de ellos. Visita muy interesante y entre otras cosas, me quedo con el color naranja de algunas de sus habitaciones, conocido como el color Malahide en la sociedad irlandesa.

Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide
Interior castillo Malahide

Continuamos viaje en nuestro minibús hasta Howth, donde nuestro guía nos deposita en la colina más alta del lugar y nos invita a ir caminando por una estrecha senda habilitada en los acantilados al borde del mar hasta el pueblo. La caminata es de una hora y media de duración. Si bien no nos esperábamos dicha actividad (al menos no estaba anunciada cuando contratamos la excursión), la admitimos con ganas y alegría pues el paisaje es realmente espectacular y el tiempo acompaña pues hace un día muy frío pero soleado. Disfrutamos mucho en el camino, el cual lo hago acompañado de un nuevo y solitario amigo, Antonio, el cual se ha unido a mi familia en este día de excursión. Antonio ha venido a visitar a su hijo de 24 años que trabaja en Dublín hace seis meses como profesor en un colegio. Un tipo simpático y con el cual conecto de forma muy positiva.

Howth

Ya en el pueblo de Howth, compramos comida en un Fish and Chips llamado Beshoff Bros, atendido por un tipo que habla español, pero con aspecto de turco, judío o similar, el cual, se pone nervioso ante nuestras numerosas preguntas sobre si la ración será suficiente para todos, cuántas “chips” habrá, cual es el tamaño del “fish”, si el menú incluye bebida, que si tiene cerveza fría para llevar (no había), etc. El turco, ya visiblemente incomodado por el tiempo que llevamos para decidirnos y por la presencia de algún que otro paciente cliente esperando, nos suelta a bocajarro que los “latinos” siempre hacemos muchas preguntas y nos cuesta decidirnos para elegir sus menús. Nosotros, que vamos de buen rollo y como buenos españoles, respondemos descojonándonos y no provoca que pongamos punto final a nuestra indecisión, pues seguimos con nuestra tranquilidad “latina”. Ante nuestra negativa a echar vinagre al pescado, confirma que los “latinos” y es verdad, no tenemos esa costumbre. Lo que nunca nadie antes había hecho era el calificarme como “latino”, pero dando vueltas al asunto, pues es verdad, somos “latinos” y a mucha honra, señor turco impaciente vendedor de pescado y patatas en una caja de cartón.

Degustamos los dos menús de “fish and chips” (que estaba bastante bueno) en unas mesas situadas en un patio exterior que comparten otros locales donde venden comida rápida y bebida. Nada como intimar con las nuevas amistades del viaje como comer del mismo plato, perdón, de la misma caja de cartón.

Nos acercamos al puerto de la ciudad en busca de las famosas focas salvajes que lo habitan pues buscan comida fácil de los barcos pesqueros y de los turistas. No tardan en aparecer y realmente son espectaculares. Aparecen en toda su plenitud en cuanto ven algún movimiento en los barcos pesqueros o ven personas paseando por el muelle. Es sorprendente. Esas sí que saben latín, pero de latinas poco.

Puerto de Howth
Howth

El puerto está lleno de locales donde venden pescado fresco, todo con bastante buena pinta.

A las 16 horas iniciamos viaje de vuelta a Dublín en nuestro minibús. Al llegar, breve parada en el hotel y de nuevo nos sumergimos en las animadas calles de la capital, hoy más abarrotadas y con más ambiente que ayer pues hoy es viernes.

Nos tomamos una excelente Guiness en el pub “The Celt” el cual nos recomendó mi nuevo amigo Antonio. Este pub está cerca de nuestro hotel, al norte del río y en un barrio algo distinto al de la zona comercial, donde abundan gentes, establecimientos y peluquerías de estilo Kebab y similares.  “The Celt” es enorme, laberíntico, con múltiples habitaciones y pequeñas estancias con amplias mesas donde los parroquianos, en grandes grupos, consumen cerveza en ingentes cantidades. Encontramos hueco en la barra situada en un enorme salón al estilo de la serie “Vikingos” y disfrutamos del lugar saboreando una buenísima pinta.

The Celt

Cenamos en el pub Madigan`s, muy cerca de nuestro hotel, donde nos reciben con mucha amabilidad y una amplia sonrisa. Nos preguntan nacionalidad y nos atiende un chico de Granada que había abandonado su ciudad natal harto de que le pagaran 6 euros por hora en su trabajo como diseñador gráfico. En Irlanda gana mucho más y está incluso ahorrando. Su próximo destino, Montreal, Canadá, para seguir haciendo caja. Cenamos unos buenos nachos y ya por fin los platos típicos de aquí, Roast beff con salsa Guiness, acompañado de puré de patata y algunas verduras y una especie de pastel de carne con puré de patata bastante bueno. Nuestra hija está encantada de comer algo más saludable y bien guisado, pues por aquí se debe cocinar poco y mucho precocinado.

Sábado, nuestro último día en Dublín. Recibimos el nuevo día con el tradicional “Irish breakfast” del hotel, dejamos las mochilas en la recepción y nos vamos a la calle a disfrutar de la luz del día. Hoy no hace frío.

Ya a las 10.30 de la mañana se ve gente en los pubs disfrutando del oro líquido nacional, pero nosotros lo dejaremos para más tarde. Es momento de pasear y conocer las joyas arquitectónicas de la ciudad como sus dos catedrales y el castillo.

Dublín puede presumir de tener dos espectaculares catedrales, la de Sta. Patrick y la de Christ Church

La catedral de San Patricio, dedicada al patrón de la nación, se encuentra construida junto al pozo en el que se dice que el santo bautizaba a los paganos para convertirlos al cristianismo. En este lugar, ya en el siglo V, se construyó una pequeña iglesia de madera, construyéndose en piedra en el 1.191. La construcción del edificio actual se inició a comienzos del siglo XIII. Podemos imaginarnos las múltiples restauraciones que ha sufrido el edificio, respondiendo su estado actual a la realizada en el año 1860, ni más ni menos que financiada por uno de los nietos del fundador de la cerveza Guiness, Benjamín Guiness.

Dado que no tenemos mucho  tiempo para visitar el interior, tomamos un descanso en el amplio jardín trasero de la catedral, donde aprovechamos para tomar un café y disfrutar del entorno.

Catedral St, Patrick
Catedral St, Patrick

La otra catedral, la de la Santísima Trinidad, tiene su origen en una pequeña iglesia, también de madera, construida por el rey vikingo Sitric, en el año 1.038. Es en 1172 cuando comienza la construcción de la actual iglesia de piedra, sufriendo una importante renovación a mediados del XIX.

Tampoco te dejará indiferente el castillo de Dublín, al cual se puede acceder libremente a su inmenso patio exterior. Originariamente, el castillo es construido a principios del siglo XII donde antes había existido un asentamiento Vikingo.

Catedral Christ Church
Castillo Dublín

La visión a lo lejos de una torre medieval provoca que nos dirijamos a la misma y poder comprobar que dicha torre forma parte de la Iglesia de St. Audoen. Merece la pena sin duda alguna el paseo.

Catedral Christ Church
Iglesia St. Audoen

Comenzamos ya camino de vuelta, con total tranquilidad y teniendo prevista parada para comer algo. A los pocos minutos y muy cerca ya del río, encontramos por casualidad un pub, “The Brazen Head”, en cuyo cartel exterior se anuncia como el más antiguo de Dublín. En concreto, el establecimiento fue fundado en el año 1198 como posada vikinga o similar. Impresiona pensar que en este mismo recinto llevan ofreciendo y consumiendo cerveza desde hace 825 años.

No dudamos en entrar y los dioses vikingos quieren que rápido encontremos mesa para comer en una de sus múltiples estancias. El sitio es realmente excepcional, el ambiente es buenísimo y muy acogedor, la Guiness excepcional. Nos deleitamos de nuevo con platos típicos como estofado de carne con salsa Guiness, fish and chips y una enorme ensalada de salmón ahumado.  Y una pinta de Guiness, y otra más please, que me vuelvo a España y es la última.

The Brazen Head

Con tranquilidad nos dirigimos en dirección al hotel y aún nos da tiempo para hacer algunas otras paradas en todo tipo de tiendas, la oferta parece infinita. Recogemos nuestras mochilas y tomamos un taxi a la estación de tren donde nuestra hija a las 18.15 horas saldrá en dirección a su casa en la ciudad de Balla. Como hemos llegado con tiempo suficiente, hacemos la espera todos juntos y mi hija ameniza la espera tocando un par de canciones en un piano a disposición del público en plena estación. En Irlanda hay mucha afición a la música y viajeros de todas las edades se paran a escucharla e incluso le hacen fotos. Mejor final para este viaje imposible.

¿Pero quién dijo que aquí se acabaron las anécdotas dignas de mención? ¿Os acordáis de Daniel? Exacto, el sobrecargo del avión de ida. Pues también estaba en el avión de vuelta.

En estos vuelos baratos no hay necesidad de que la familia viaje unida, por lo que a mi han asignado asiento en la fila 7 y a mi mujer en la última, en la 33. Bien pensado, pues si queremos viajar separados, cuanta más distancia haya, mejor. Imagino que así pensará la compañía aérea intentando que el próximo viaje pagues el suplemento correspondiente.

Volar no me convence mucho, por lo que tras el despegue intento evadirme vaciando mi mente e intento caer en una especie de letargo animal de pura supervivencia. Tras hora y media sumido en mi anormal letargo, oigo en lo más profundo del abismo una voz alta y clara que dice “¿Hay por aquí alguien que se llame Rafa?”

De forma inmediata, vuelvo al mundo real, abro los ojos y me encuentro a un sonriente Daniel en el pasillo del avión y a la altura de mi asiento. “Soy yo”, contesto con absoluta seguridad.

Con cara de pillo y en un tono muy simpático me suelta a bocajarro: “Hay un pibón en la parte final del avión que quiere invitarte a un vino”

El lascivo comentario levanta el interés de mis dos jóvenes compañeras de fila y de otras personas de alrededor, imagino que sorprendidas y por qué no, envidiosillas por el hecho de que un tipo como yo pueda ligar en un avión de bajo coste.

“Será mi mujer”, contesto yo en un intento de hacer comprender a mis compañeros de viaje que no, que no es una cita a ciegas a tres mil metros de altura.

“No lo sé, pero es un pibonazo y quiere tomarse un vinito contigo” insiste Daniel, aumentando el tono erótico festivo e incluso contoneando pechos y cadera acompañando de un acompasado movimiento de brazos.

“Sí, es mi mujer, que está al final del avión y con la que llevo casado más de 25 años” es mi estúpida respuesta, a la vez que me levanto de mi asiento para salir huyendo de los testigos de estos hechos y evitar así otras posibles invitaciones.

En la última fila, efectivamente, me encuentro con el pibonazo con bastante cara de cachondeo y mucha complicidad con Daniel, la cual me ofrece un vaso de vino el cual acepto con gusto. A los pocos minutos, Daniel nos regala otra botellita y una bolsa de patatas. El tío está encantado con la situación producida y de la que él ha sido uno de los protagonistas fundamentales.

Comenzamos ya el descenso pues nos acercamos a Madrid. Daniel aprovecha el momento para informar a todo el pasaje que se vayan preparando para el aterrizaje. Añade que el día de hoy es el día internacional del abrazo, encontrándose la tripulación a nuestra disposición por si alguien necesitara uno.

Tras un aterrizaje algo brusco a mi gusto, pero suavizado por el cálido caldo riojano, aterrizamos en tierra de la madre patria, teniendo que esperar a que se despejara el avión por completo para yo poder acceder a mi asiento de la fila 7 y recoger mi mochila. Somos los últimos pasajeros en salir. Como es habitual, Daniel y el resto de la tripulación esperan en la puerta de salida despidiéndose de los pasajeros. La pibonazo, ni corta ni perezosa, se funde en un profundo abrazo con Daniel agradeciendo el buen rato que hemos pasado y yo, mucho más castellano, les estrecho la mano en agradecimiento y les dedico unas buenas palabras por lo divertido del vuelo. Es en ese momento, en ese tiempo de más dedicado a la despedida con Daniel, cuando nos damos cuenta de que, a pie de pista, se encuentra el autobús con los otros 170 pasajeros mirando y esperando pacientemente a que nosotros demos por concluida de una vez la emotiva despedida.

Animados, bajamos las escaleras del avión a toda pastilla y con un movimiento ágil nos introducimos en el autobús el cual cierra de las puertas inmediatamente para llevarnos a la terminal.

Poco más que decir de este viaje cargado de emociones y vivencias que nunca olvidaré. Crónica dedicada a mi hija menor, Marina, hija de las arenas ardientes del desierto, mujer valiente, viajera y aventurera, con muchas ganas de vivir nuevas experiencias siempre de manera positiva y con un espíritu Amazigh que espero lo alimente y mantenga vivo durante mucho tiempo.

Y lo del pibonazo……. eso ya es otra historia amigos.

6 comentarios en «Viaje a Dublín. 19-21 enero 2023»

  • 20 de abril de 2023 a las 20:12
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    Mi querido Rafa, por motivos obvios y que tú te imaginas, he comenzado a seguirte por ésta crónica. Por unos minutos parecía que habíamos estado juntos en Temple…… y demás. Que bien descrito, que bien contado. Gracias.

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  • 15 de febrero de 2023 a las 21:48
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    Bravo bravo!! Todos son muy buenos, pero con este nos has arrancado alguna que otra carcajada…me quito el sombrero 🎩
    Gracias amigo

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  • 15 de febrero de 2023 a las 20:24
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    Jooo Rafa, ya espero nos cuentes el viaje a la luna…..va, o cerquita pero en globo.
    Que bonito y bien lo escribes

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  • 14 de febrero de 2023 a las 15:20
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    Que bien escribes Pastor !!!!
    Que buen viaje narrado, yo también espero que tu hija siga la senda de la aventura y el pibonazo de tu mujer te invite a muchos más caldos riojanos !
    Disfrutar!!

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  • 12 de febrero de 2023 a las 15:22
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    Que bien escribes Rafa, súper divertido de leer además de cultural. Ahora tendré que ir a Dublín a ver si era todo verdad.

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