Un día cualquiera de primavera de ruta por Soria. 1 de junio de 2024.

La inercia y los buenos recuerdos me llevan directamente a la tienda del Puchi en Garray. Esta vez es una mujer la que me atiende muy amablemente. Compro pan de Almajano, chorizo de Almarza y unos sobres de lomo y jamón serrano de Tardesillas. Siempre producto de calidad y de proximidad.

No tengo muy claro dónde ir y antes de salir del pueblo veo un camino de tierra y me lanzo al mismo sin pensarlo dos veces. En el horizonte, qué casualidad, me espera el Cerro de San Juan, al cual pongo rumbo guiándome con la brújula por el entramado de caminos.

Hago una parada en plena dehesa de Fuentecantos, donde me llama la atención la cantidad de ganado pastando, el croar de las ranas y un cartel donde se informa que un pajarillo, el Carricerín Cejudo, utiliza esta húmeda dehesa para, en el mes de agosto, descansar de su viaje migratorio de 6000 kilómetros entre el Este de Europa, (Bielorrusia, Ucrania y Polonia), donde pasa el verano y el sur del Sáhara, (Senegal, Mauritania, Mali y Ghana), donde pasa el invierno.

En el pueblo, disfruto una vez más de la visión de la iglesia románica y descubro un lugar de descanso o picnic, donde se ha restaurado el lavadero y una fuente del año 1867. Vaya susto me doy cuando entro en esta zona de ocio y veo un muñeco de tamaño natural de una lavandera mirándome fijamente. Deberían avisar de este tipo de espantosa decoración, pues uno se cree que está solo y este tipo de elementos altera la soledad y tranquilidad del lugar. En una de las esquinas, un buzón lleno de libros invita a que te lleves uno, lo leas, lo devuelvas o lo intercambies. Me marcho con la sensación de que la lavandera clava su pérfida mirada en mi espalda.

Subo al alto del Cerro de San Juan, donde, lo digo siempre, se disfruta de una de las mejores vistas de la provincia de Soria. Aquí siempre sopla un viento muy fuerte y me veo en la necesidad de abrigarme con un forro polar pues, a pesar de estar a 1 de junio, hace bastante frío. Desde la altura y con una visión amplísima del territorio, marco la ruta a seguir, teniendo en cuenta que debo pasar antes por la gasolinera del Valle que se ve muy muy al fondo del paisaje. Tomo nota mental de su ubicación y de nuevo, tirando de brújula, llego sin complicaciones y a la primera sin pisar un solo metro de asfalto. Hoy parece que el sentido de orientación lo tengo bien calibrado. Hay días en lo que estoy menos certero, por lo que doy mucha vuelta o no llego donde quiero, pero ello siempre da lugar al descubrimiento de nuevos caminos y localizaciones.

Ya con suficiente gasoil y un par de litros de agua, me dirijo por carretera hasta el pueblo de Cubo de la Sierra, donde tomo una rápida pista de tierra hasta Gallinero y me interno en su sierra en busca de un punto remoto y aislado, ya conocido por mí, donde tengo intención de parar a comer las viandas compradas en el Puchi. Me gusta comer en este lugar pues hay unas vistas espectaculares hacia el Sur, prácticamente hasta la mismísima capital e incluso diviso con claridad el acebal de Caragueta y varios Castros Celtíberos, entre ellos uno bastante conocido, el llamado “Alto de la Cruz”.

El viento parece que sopla aún con más fuerza, el cielo se está poniendo gris y hace bastante frío. Manos y orejas se me enfrían considerablemente y me acuerdo de que ya el año pasado, en este mismo punto, me nevó en pleno mes de mayo. Está claro que no llevo abrigo suficiente y me acuerdo del chaleco de plumas que esta misma mañana he desechado echar al coche.

A pesar de las circunstancias, saco silla y mesita para hacer el bocata, pero es complicado mantenerse parado y quieto en el lugar. Mientras ataco al bocadillo recién hecho, intento protegerme del fuerte viento con el coche y me distraigo con un rebaño de vacas que sestean no muy lejos de donde me encuentro. El viento vuela toda la bolsa de la comida y en su recuperación, leo el contenido del sobre de lomo que estoy devorando: cerdo, ajo, sal…lo típico, algún conservante y “tripa artificial no comestible”. Vaya, que estoy comiendo plástico entre las rodajas de lomo. Tras la amable información del productor de lomo de Tardesillas, no me queda otra opción que abrir el bocadillo y eliminar de cada una de las rodajas que quedan, la materia artificial no comestible. A pesar de ello, ya tengo en mi estómago una buena dosis, la cual digiero con normalidad y sin molestia alguna. El lomo, aunque envuelto en elemento no comestible, está bastante bueno.

Entre el frío, el plástico engullido y viendo que el rebaño de vacas ha empezado a moverse de repente y todas a la vez, decido aplicar el mismo criterio de supervivencia, por lo que recojo rápido e inicio la bajada de esta sierra pensando por dónde continuar la ruta e inspirándome en el horizonte que se abre ante mí. Creo que es buen momento para cruzar la sierra de Carcaña y hacia allí me dirijo, pasando previamente por Almarza y Tera, hasta Sotillo del Rincón donde tomo la pista que recorre la sierra indicada. Este camino es muy divertido pues hay innumerables curvas de 180 grados a las que me enfrento con decisión y una alta dosis de prudencia. En el lado norte, la pista es de fuerte subida y en buen estado, todo lo contrario que en el lado sur, que es de bajada y en bastante mal estado. Obligada la parada en el alto, llamado de Pajarejos, donde ya hay un vigilante contra incendios instalado. En los años 90, pasé muchas horas en el alto de este puesto de vigilancia forestal pues conocíamos al trabajador de turno. Ahora, como casi todo, está prohibido subir y ya no conozco a nadie por estos lares.

La pista finaliza en Santervás de la Sierra y de ahí hasta Dombellas. La vista de estos dos pueblos enclavados en la falda de Carcaña es espectacular. Hacía tiempo que no pasaba por aquí y me vienen recuerdos de hace muchos, muchos años, cuando llegaba hasta este punto desde Valonsadero y pasando por el embalse de Campillo de Buitrago. Esta pequeña presa sobre el río Duero tiene como finalidad el riego de unas 500 hectáreas existentes en campo de Buitrago, a unos 10 o 12 km de distancia en línea recta. Construido en el año 1976, los canales que distribuyen tan preciado líquido tienen una longitud de 36,5 km. A este tipo de construcciones se les denomina “Azud”, barrera hecha en los ríos con el fin de facilitar el desvío de parte del caudal para riego y otros usos, según indica el diccionario de la RAE.

Prosigo mi ruta en solitario recorriendo unos metros por carretera asfaltada y casi llegando a Tardesillas, pueblo en el que utilizan en algún embutido tripas artificiales no comestibles, veo en dirección sur algo que me llama poderosamente la atención. Ni más ni menos que un avión militar de tamaño mediano y situado en lo que siempre ha sido un olvidado aeródromo para pequeñas avionetas. Varío mi rumbo y por pistas de tierra me acerco a las instalaciones donde efectivamente, puedo comprobar que es un avión de verdad, entero y aparentemente en uso.

Me siento un Guardia Civil rodeando el recinto vallado del aeródromo por su parte exterior y fotografiando el avión desde diferentes ángulos. En el recinto existe una pista de aterrizaje de más o menos 1,3 o 1,4 km., suficientes, imagino, para el tipo de avión que tengo a la vista. La verdad es que la pista no está en muy buenas condiciones, pues hay mucha vegetación viva sobre la misma, lo que significa, sin saber nada de nada, que al menos está algo agrietada. Aterrizar aquí debe ser para valientes.

En cualquier caso, esta zona huele a podrido. Un aeródromo donde hay un avión militar y se comenta en los medios que quieren hacer llegar algún otro para su desmontaje y en teoría posterior reciclaje. Un poco más allá, la inacabada y faraónica Ciudad del Medio Ambiente donde queda patente la incompetencia y estupidez de muchos. Parece que el Tutankamon de turno quiere finalizar ahora su construcción y de nuevo se ven muchas grúas sobre las cúpulas medio construidas. Será complicado explicar algún día, si es que aquello se pone en marcha en algún momento, que para construir la “Ciudad del Medio Ambiente”, las máquinas excavadoras arrasaron 551 hectáreas de campo y entre otras barbaridades se talaron miles de pinos, cuyas raíces fueron posteriormente arrancadas de la tierra y siguen pudriéndose al aire libre, a la vista de todos y en un terreno hoy en día muerto. Terreno por cierto inundable dada la proximidad del río Duero y que en su día albergaba una de las colonias más importantes de cigüeña negra de la provincia.

El Land Rover, en esta fecha y en este oscuro lugar, cumple 180.000 km. Pero esto amigos, ya es otra historia.

3 comentarios en «Un día cualquiera de primavera de ruta por Soria. 1 de junio de 2024.»

  • 20 de agosto de 2024 a las 20:22
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    Me alegro de que te encuentres bien Rafa, pese a engullir esas tripas artificiales no comestibles (jajaja), bendita ráfaga de viento. Respecto del Azud, comentar que se consigue un resalto en el flujo del agua, es decir, aumenta la cota superior de la lámina de agua, para después poder regar por gravedad (el campo gravitatorio descubierto por Sir Isaac Newton) mediante canales. Pero esto ya es otra historia (jajaja). El nombre de la Ciudad del «Medioambiente», parece irónico (jajaja). Esperemos que sea por un buen fin. Un abrazo

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  • 14 de julio de 2024 a las 19:51
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    Muy entretenido Rafa. Gracias porque nos trasladas con maestría paisajes, recuerdos y sensaciones mi gratas de leer. A seguir!

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