«Las orejas al lobo»

Soria, 2 de marzo de 2013.      “

Los telediarios llevan toda la semana informando de las grandes nevadas caídas en España durante los últimos días. Como es habitual en estos tiempos que corren, las califican de excepcionales. Hace tiempo que no se ve nevar con esta intensidad y se recomienda a la población que no realicen desplazamientos salvo los estrictamente necesarios. Basta que oiga ese tipo de noticias y advertencias para que el sábado a las 8,30 de la mañana inicie mi viaje por carretera hasta Soria para arrancar el Land Rover y comprobar si efectivamente los telediarios cuentan la verdad.

A medio día ya estoy atacando la Sierra de Cebollera por su lado Este, desde la zona de Almarza.

Hace un día muy frio, pero el cielo está totalmente despejado y brilla el sol, lo que provoca que los caminos en las zonas bajas de la Sierra estén anegados de agua y barro por efecto de la nieve derritiéndose. La situación es perfecta.

Cuando asciendo hasta los 1.300 metros de altitud la pista ya se encuentra totalmente nevada y me sorprende descubrir que soy el primero en pasar por allí desde hace tiempo. No hay huellas de vehículos ni pisadas humanoides. Sólo rastro de animales.  Abro pista nevada lo cual siempre conlleva su riesgo.

La concentración en la conducción es alta, voy a buen ritmo y corrijo continuamente los deslizamientos del coche para mantenerlo dentro del camino y en la dirección correcta. Llevo buenos neumáticos, anchos y con buen taco. Disfruto de vistas espectaculares del Pico Cebollera y del Moncayo, manadas de ciervos cruzándose en el camino, la soledad es total. Cada vez hay más nieve y arriesgo más, hasta que a 1600 metros de altitud el Land Rover queda encallado en la nieve hasta los ejes. Además, por el fuerte ritmo que llevaba me he introducido varios metros en zona delicada y el Land Rover se ha quedado como anclado al frio elemento. El atasco es absoluto.

Son las 13,25 horas. No me preocupa mucho la situación pues quedan aún muchas horas de luz. Tras una hora y 20 minutos paleando nieve, consigo desatascar el Land Rover. El trabajo ha sido brutal llegando en ocasiones a un agotamiento físico extremo. Estoy empapado. Liberar de nieve todos los bajos y las ruedas de un Land Rover Defender 110 resulta verdaderamente agotador: Primero, para poder acceder a las ruedas y bajos hay que quitar la nieve que rodea el coche para, a continuación, palada a palada, liberar las ruedas en su totalidad y los bajos del coche para darle altura. Todo ello con una pala de tamaño mediano, tirando a pequeña, lo cual obliga a tumbarse/revolcarse en el suelo para liberar los bajos. Tengo la moral alta pues he atascado en un sitio con vistas espectaculares y brilla el sol.

Dada la imposibilidad de seguir por esa ruta, vuelvo sobre mis pasos hasta Almarza desde donde me dirijo a Molinos de Razón por carretera para intentar la ascensión por la zona Sur de Cebollera. Pistas para mi muy conocidas por las que me muevo con comodidad a pesar de la gran cantidad de nieve. En un par de ocasiones reina la prudencia y opto por modificar el itinerario previsto por riesgo alto de nuevo atasco.

Me dirijo hacia Monte Avieco, la pista está muy resbaladiza y hay rodadas en los primeros kilómetros. Pasado el refugio que da acceso al cortafuegos de Loma de los Capotes me cruzo con un flamante buggy Polaris con sus dos ocupantes muy sonrientes, lo que demuestra el buen rato que están pasando con su juguete. Yo también estoy disfrutando a tope con mi juguete y supongo que también iría sonriente. O no, yo que se.

La pista toma rumbo Norte donde la nieve empieza a ser muy abundante y las únicas rodadas son las del buggy con el que me he cruzado hace ya un buen rato. De nuevo a 1600 metros y confiado en el rastro dejado por el tan mencionado buggy, vuelvo a atrancarme en la nieve cual aprendiz. La situación es la misma, el vehículo se ha quedado empotrado en la nieve. Ruedas, bajos….

¡No me lo acabo de creer!, aún me duele el cuerpo por el esfuerzo realizado en el desatasco de la mañana y de nuevo, a las 17,30 horas, me encuentro en la misma situación. No, en la misma situación no, peor, mucho peor.

Me invade una rara sensación, de desesperación, de frustración, queda poco más de hora y media de luz… Sin perder un minuto saco de nuevo la pala y empiezo el lento, penoso y brutal proceso de limpiar de nieve los alrededores del Land Rover para poder acceder a los bajos y ruedas. Intento no perder la calma y que cada movimiento con la pala sea de lo más efectiva.

El tiempo corre y tras una hora de duro e intenso trabajo no he sido capaz de mover el coche un solo milímetro. Sigue con gran parte de los bajos clavados en una nieve que empieza ya a congelarse pues el sol ha desaparecido hace rato. La temperatura ha bajado drásticamente y comienza el bajo cero.

Intento buscar palos y piedras para echar bajo las ruedas, pero la misión es imposible, todo está cubierto por un manto de unos 30-40 cm de impoluta nieve virgen cada vez más helada. Opto por sacar el gato, pero no sé por qué motivo no soy capaz de hacerlo funcionar, la base es de hielo que se hunde y no engancha. Intuyo peligro y pérdida de tiempo en el manejo del gato por lo que abandono esa forma de ataque. El tiempo corre, se está haciendo de noche, estoy absolutamente mojado de cintura para abajo e incluso con partes ya insensibles, tengo las manos que podría cortarme un dedo y no lo notaría. Me voy a quedar sin luz, es lo que más me preocupa.

Comienzo a desesperarme, cojo el teléfono móvil para hacer una llamada de emergencia a algún conocido para que vengan a rescatarme. ¡¡Noooooooooo!! ¡¡No hay cobertura, no hay 3G, no hay nada!! Puñetero teléfono, está como bloqueado, sólo llamadas de emergencia. Se me pasa por la cabeza efectuar esa llamada al 112 para que la Guardia Civil venga a rescatarme, pero en el instante siguiente pienso en el titular de los periódicos locales del día siguiente: “madrileño rescatado por la noche en la Sierra de Cebollera.” Por ahí sí que no paso.

Pienso también en la respuesta que podría dar a la pregunta obligada que me haría la Benemérita con cara de pocos amigos: ¿se puede saber qué hacía usted allí arriba, solo, sin comida, rodeado de nieve y a esas horas? Me mareo solo de pensarlo y ello me motiva para seguir manteniendo la calma y continuar sacando nieve pues creo que ya es cuestión de supervivencia y no es broma.

Me centro de nuevo en los bajos del coche para liberar los ejes pues si cae la noche cerrada no vería esa zona concreta. Únicamente llevo de iluminación un foco trasero en el Land Rover, ninguna linterna. Consigo liberar totalmente una de las ruedas y accedo a la tierra helada del camino la cual distribuyo entre el resto de las ruedas para tener más agarre. Estoy absolutamente desesperado.

Por mi cabeza pasan todas las posibilidades sobre cómo actuar si se me hace de noche en esta situación que se está convirtiendo en extrema. Sin cobertura, totalmente empapado, temperatura bajo cero, con un litro de agua, sin comida…… ¿sin comida? Es cuando me doy cuenta de que lo último que me eché al estómago fue un austero café con magdalenas a las 10 de la mañana en Medinaceli. Y lo peor de todo, no voy sobrado de gasoil. ¿pasar la noche allí mismo?, ¿echar a andar hasta tener cobertura? Ninguna me apetece y mucho menos abandonar el Land Rover. Eso sería lo último.

Estoy extenuado y sufro arcadas por el esfuerzo físico que realizo. Sigo sacando nieve de debajo del coche y distribuyendo tierra en las ruedas. Quitar la nieve de debajo de los bajos empieza a complicarse, pues cada vez se endurece más debido al intenso frio y los 2000 kilos del Land Rover. Además, también tengo que quitar nieve del camino varios metros hacia atrás y hacer rodadas con mezcla de tierra para salir a zona transitable. No se cuántos metros cúbicos de nieve y arena he removido, pero muchos seguro.

Enésimo intento de salida y gracias a Dios, a las 19 horas, cuando quedan apenas 15 minutos de luz, consigo arrancar mi Land Rover de la bestia blanca que lo retenía.

Aún me quedan 45 minutos de vuelta por caminos con mucha nieve y barro lo cual se me hace realmente duro. Estoy totalmente mojado, agotado y dolorido, pero con la moral muy alta y orgulloso de haber superado la situación sin consecuencias.

Ya es noche totalmente cerrada cuando a las 19,45 horas llego al camping de Valdeavellano de Tera donde me seco al calor de una buena chimenea en un comedor donde los comensales me miran con curiosidad. Me da la impresión de que no debo tener muy buen aspecto.

Ya en Soria capital, cenando un sándwich y tortilla de jamón con pimientos, medito sobre lo ocurrido y tengo la sensación de haber superado una situación algo delicada y comprometida. Me voy a la cama absolutamente agotado y la temperatura de la casa, seis grados, me resulta incluso hasta agradable.

Al día siguiente, vuelta a Madrid donde debido a las brutales agujetas y dolores por golpes recibidos contra los bajos del coche, tardo al menos cuatro o cinco días en poder moverme con normalidad. En mi trabajo aún se acuerdan de ese lunes, jeje.

No puedo negarlo, después de esta experiencia ha habido un antes y un después. Desde entonces, tengo muy presente la hora a la que anochece y aumento la prudencia a partir de determinadas horas, intento ir con algo de agua y comida, suficiente gasoil y me hago acompañar de un pequeño kit de supervivencia consistente en una linterna frontal, una navaja y un silbato. Pero aún así, queridos amigos, he visto y sigo viendo en muchas ocasiones “Las orejas al lobo”.

3 comentarios en ««Las orejas al lobo»»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *