Fez. La ciudad de los gatos. 30 noviembre 2024

Corre el año 818 en Córdoba. El emir Al Hakam I gobierna Al Ándalus con mano dura. Se le califica como déspota, poco conciliador, autoritario, violento, impulsivo, injusto y alejado de la fe musulmana. Vivía con grandes lujos y se dedicaba fundamentalmente a jugar, cazar, beber y disfrutar de todos los placeres que brinda la vida. Sin duda un personaje cruel y sanguinario que dejó 19 hijos varones y 21 hijas.

Su mandato está marcado por numerosas rebeliones internas, las cuales son aplastadas con extrema violencia. En el año 818 los habitantes del arrabal conocido como “Saqunda” y situado en la orilla sur del Guadalquivir, una vez cruzado el puente romano, se levantan en armas e intentan tomar el Alcázar, lugar de residencia del Emir. Ante lo comprometido de la situación, el emir ordena a su ejército que sorteen el cerco impuesto por los enfurecidos ciudadanos y arrasen el barrio de los rebeldes al otro lado del río.

Los soldados cumplen escrupulosamente las órdenes recibidas y entran a sangre y fuego en el arrabal de Saqunda, prendiendo fuego a las viviendas y pasando a cuchillo a los que allí se encuentran. Ancianos, mujeres y niños. No se libra nadie.

La medida adoptada consigue su efecto, pues los revolucionarios que asediaban el palacio, al darse cuenta de la maniobra del emir, acuden a su barrio para la defensa de sus familias, iniciándose así una enorme carnicería, en la que el barrio es arrasado y sus habitantes son masacrados sin piedad durante tres días. Los supervivientes, son obligados a abandonar Al Ándalus de forma inmediata y se ordena que no se vuelva a construir nada sobre las ruinas del barrio, siendo el terreno roturado y sembrado de sal. (Para quien conozca Córdoba, se trata del actual barrio de Miraflores, donde aún hoy parece que la maldición se mantiene pues hay muy poca construcción. Algunas casas y un centro de arte contemporáneo)

Cuentan las crónicas de la época, que el Emir “declaró presa lícita a las mujeres de los del Arrabal y sus secuaces, así como autorizó todo acto de muerte saqueo e incendio”

Ocho mil familias supervivientes de la masacre se instalan en la recién fundada ciudad de Fez para iniciar una nueva vida. En la actual ciudad de Fez aún quedan vestigios que recuerdan a estos refugiados, pues un importante barrio de la Medina se denomina el barrio andaluz e incluso, una de las grandes mezquitas de la ciudad es conocida también como la mezquita de los andaluces.

Ya es costumbre familiar viajar a Marruecos y esta vez hemos decidido como destino la ciudad de Fez. Un matrimonio amigo se une al viaje lo cual garantiza aún más que lo pasaremos estupendamente. Tras un rápido vuelo de poco más de hora y media y algún rebote extraño en el aterrizaje o al menos esa fue la sensación del pasaje, pisamos de nuevo tierra bereber donde la temperatura es muy cálida a pesar de estar en el último día del mes de noviembre.

Tras casi una hora de tráfico intenso llegamos a nuestro Riad donde, como es de rigor, nos reciben con mucha amabilidad y con un té hirviente esta vez acompañado de una espesa, densa y nutritiva galleta almendrada de la cual no dejamos ni rastro pues la comida de hoy la hemos hecho antes del mediodía.

No tardamos en acomodarnos en nuestras habitaciones y salimos a la calle. El Riad se encuentra en plena Medina y en una de las calles más transitadas y comerciales, Rue Talaa Kebira, arteria comercial de la ciudad, por lo que en cuestión de segundos nos vemos inmersos en plena vorágine.  No puedo evitar comparar esta Medina con la de Marrakech y ésta es algo diferente. Hay menos gente, no hay motos que sortear y los comerciantes no son tan insistentes. Nos llama mucho la atención la cantidad de gatos que hay por todos lados. Cientos de ellos deambulando por las calles y callejones, en los comercios, restaurantes incluso y algunos instalados en cómodas cajas de cartón que utilizan para descansar y dormir. Tras varias horas dando vueltas, nos tomamos una cerveza en una terraza con grandes vistas donde escuchamos, por fin, la primera llamada a la oración de este viaje. La cerveza es buena, marca Casablanca, es decir, producto local. De aperitivo, pepino natural cortado en rodajas y zanahoria fuertemente especiada.

A las 20.30 horas tenemos reservada cena en el restaurante Palais Bab Sahra, donde llegamos tras preguntar a los lugareños infinidad de veces y finalmente uno de ellos, nos acompañó amablemente hasta la misma puerta tras recorrer infinitos callejones muy muy estrechos, mal iluminados, poco cuidados e infestados de gatos. Por nuestra cuenta hubiera sido imposible llegar pues todo era laberíntico y habríamos tenido incluso cierta sensación de inseguridad, no por la gente, sino por lo oscuro, tétrico y estrecho de las callejuelas.

El restaurante, como su propio nombre indica, es un palacio ricamente adornado, de varias plantas y en su patio central hay muchísimas mesas ya ocupadas por los propios marroquíes. De un vistazo vemos que somos los únicos turistas y eso siempre es buena señal. Algo se celebra, pues actúa un grupo de folclore local, compuesto por un cantante y cuatro o cinco tambores. El público baila y acompaña la música con palmas. Las canciones son interminables, de larga, larguísima duración.

Nos acomodan en una especie de reservado en uno de los laterales donde tenemos una visión perfecta de todos lo que nos rodea y rápido nos toman nota. Ensalada marroquí y unos tajines de pollo con verduras y ternera con almendras. La ensalada nos la traen para los cuatro en varios platillos y cada uno con un misterioso ingrediente: pimientos, remolacha, berenjena, patata, zanahoria, calabaza y algún otro ingrediente difícil de identificar, pero siempre adecuado, bueno y especiado. Los tajin, buenos, pero con demasiada verdura, mucha zanahoria y mucho calabacín. Por fin, en el fondo del volcán vegetariano, el ansiado trozo de carne. Hago la promesa de no volver a tomar zanahoria durante un periodo largo. No puedo más.

Mientras tanto, la música ha parado y comienzan a servir la comida a los lugareños. Debe ser un menú ya acordado, pues en cada mesa, de unas siete u ocho personas, depositan una fuente enorme con cuatro enormes pollos asados recubiertos de una capa de almendras en su parte superior. La pinta es buenísima y su sabor imaginamos que mejor, pues los comensales se abalanzan sobre ellos, algunos con cubiertos y otros con las manos directamente. Los de la mesa de al lado, todo hombres, por cierto, al ver que preguntábamos al camarero de qué se trataba, nos ofrecen compartir el pollo lo cual desechamos. Los más mayores atacan el pollo con las manos, arrancan una porción, la engullen, se relamen los dedos para eliminar todo rastro de grasa y vuelta a desgarrar otra porción para continuar el festín. Por supuesto que no son capaces de acabarse los cuatro pollos. Ni ellos, ni ninguna de las mesas que nos rodean. Sobra más de la mitad.

Mientras tanto, a nosotros nos sirven el postre que consiste en una enorme bandeja rebosante de fruta. Plátanos, manzanas y naranjas, una pieza de cada para cada uno y que no somos capaces de finalizar. La naranja exquisita, por cierto.

Llega el segundo plato para los lugareños, consistente en unas enormes ollas de barro de Tanjia, carne de vaca asada durante horas en el horno y muy especiada, cuyo contenido vierten en una enorme fuente central y donde cada uno se sirve como quiere, ya sea con cubiertos o con las manos. De nuevo son incapaces de acabar el plato y sobran varios kilos de carne por mesa. Alguno utiliza de forma muy diestra dos trozos de pan para servirse y engullir la carne con mucha salsa.

Mientras degustamos un exquisito té con pastas, llega al resto de mesas una descomunal fuente de fruta. Plátanos, manzanas, naranjas, piña y kiwis en una cantidad imposible de determinar. Nunca habíamos visto tanta cantidad de comida. Brutal.

De nuevo comienza la música, los bailes y las palmas, lo cual aprovechamos, por indicación del responsable del local, para visitar el palacio en todos y cada uno de sus rincones. Simplemente espectacular. Debe tener unos cuatro pisos, multitud de reservados para comer, un enorme salón con una cocina totalmente equipada donde dan cursos de cocina, todo con una cuidada decoración y rematado con una terraza espectacular con vistas a la Medina.

Ya de vuelta en el hotel, antes de dormir, brindamos por nosotros mismos con unos chupitos de crema de orujo comprados en el aeropuerto de Madrid.

Seis y media de la mañana. La llamada a la oración nos despierta y nos permite estar a las 8,30 en el comedor para el desayuno. Café, pan, pastel, miel, mermelada y un huevo duro pero cascado previamente a ser cocido, nos da energía para iniciar este nuevo día. El Riad tiene sus propios gatos los cuales campan a sus anchas sin límite alguno. Además, tienen como compañera a una enorme tortuga mora que deambula lentamente por los suelos alfombrados.

A las 10 de la mañana hemos reservado un free tour por la ciudad, pero el encargado del hotel nos envía en dirección contraria. Ello provoca que, a primera hora y a buen ritmo, nos pateemos toda la calle  Talaa Kebira con sus terribles cuestas tanto de subida como de bajada. Cada vez que preguntábamos a los lugareños por la dirección en la que habíamos quedado con el guía, unos nos enviaban en dirección contraria, pero otros en cambio decían que íbamos bien. La dirección correcta era la puerta del Liceo Moulay Idrisis y la gente nos enviaba hacia el mausoleo de este señor y a otros edificios con su nombre. Hay que tener en cuenta que edificios con ese nombre debía de haber varios pues se trata de un rey de Marruecos, descendiente directo de Mahoma, fundador de una de las dinastías más importantes de Marruecos que gobernó entre los siglos VIII y X y de la propia ciudad de Fez en el año 789.

Con el cuerpo ya tembloroso por el ritmo impuesto en las cuestas durante más de una hora, llegamos a la puerta del Liceo con varios minutos de retraso y allí ya no quedaba nadie. Únicamente los buscavidas, uno de los cuales se ofreció para hacernos de guía durante la mañana. Acordamos el precio y recorremos la Medina por callejones muchos de ellos alejados de turistas y no siempre comerciales.

La Medina de Fez es la más grande del mundo. La califican también como la mayor zona peatonal del planeta. Consta de 9.000 callejones y con una extensión de unas 250 hectáreas. Es brutal. Pasear por sus callejones, muchos de ellos totalmente oscuros a plena luz del día, permite trasladarte a los orígenes de la ciudad a finales del siglo VIII. Sigue tal cual. Es alucinante. Las fuentes y las pequeñas mezquitas son innumerables, parecen multiplicarse.

Visitamos también el barrio andaluz, donde se instalaron nuestros compatriotas refugiados a comienzos del siglo IX y donde se encuentra una de las mezquitas más grandes de la ciudad, la Mezquita de los Andaluces. El minarete de esa mezquita fue financiado ni más ni menos por el propio Abderramán III, con el botín obtenido de sus correrías contra los cristianos en la península ibérica. El minarete sigue ahí y me siento muy identificado, no lo puedo remediar. Allí hay una parte importante huella de nuestros bravos antepasados.

Mi preferida se para en una tiendecita a ver unos mosaicos y el guía, con poco tacto y abusando de su condición de machito musulmán, se dirige a ella y le dice que solo puede pararse cuando él lo diga y en las tiendas que nos indique. Desconoce el guía, Abdil, que se enfrenta a una mujer curtida en mil batallas en los zocos marroquíes y que incluso hace unos años realizó un largo viaje de aventura durmiendo bajo las estrellas del desierto del Sáhara. Lejos de achantarse, esta valerosa mujer, le habla alto y claro al guía espetándole, “Me parece muy bien lo que dices, pero yo me paro dónde y cuándo me da la gana”. El vapuleado y derrotado guía se queda cortado por el ímpetu femenino y algo avergonzado pide perdón una y otra vez.

Obligada parada en una curtiduría donde se tratan las pieles de cabra, vaca y camello para convertirlas en cuero. A través de un comercio, accedemos a una terraza donde puedes ver la curtiduría en su conjunto. Dado que los primeros lavados de las pieles se realizan en grandes cubas con agua en la que se vierten ingentes cantidades de excrementos de paloma, dicen que el olor es insoportable para los visitantes. Para soportar el vomitivo olor, te dan un puñado de hojas de menta o hierbabuena y te recomiendan que te lo pongas debajo de la nariz.

Yo, que soy el más chulo de todos, antes de ponerme las hierbecitas en la nariz, quiero primero verificar que efectivamente la pestilencia es total, por lo que entro a pecho descubierto en la terraza. Sorprendentemente no detecto ningún olor, pero el problema debe ser mío dado que, al resto de visitantes, incluyendo mis compañeros de viaje, se les arruga la cara y se llevan a las narices las hierbas aromáticas. Incluso algún visitante amaga con arcadas. Yo sigo a pelo y no huelo nada. Pero nada de nada. Está claro que tengo un problema, pero no me lo voy a mirar.

Al salir de la terraza, los dueños del comercio intentan retenerte para mostrar su mercancía y sorprende ver en qué pueden convertirse esas pestilentes pieles. Chaquetas, bolsos, carteras, cinturones, etc… Cierto es que el cuero marroquí tiene un olor muy intenso y especial, lo cual elimina de raíz las ganas de comprar algo por pequeño que sea. Estoy convencido que una simple cazadora o chaqueta puede apestar totalmente cualquier domicilio europeo y provocar que tengas que tirar el resto de la ropa del armario donde intentes guardar lo adquirido. Ni con un bolso o cartera nos atrevemos. Y eso que son preciosos y de buena calidad.

Nos despedimos ya de nuestro guía, el cual, besa las manos de las mujeres y a mí, no sé por qué, me obsequia con dos húmedos besos, uno en cada mejilla. A mi otro acompañante masculino, más afortunado, le da también un beso, pero en la gorra que corona su cabeza.

Es momento de ir a un lugar con roof top y tomarse una cerveza. Cerca de nuestro Riad hay uno y el camarero, cuando nuestras mujeres se ausentan unos minutos, nos ofrece polen de hachís depositando su mercancía en la mesa e indicando que podemos fumar allí mismo. Jajajaja, ¡esto es el verdadero Marruecos! La oferta es rechazada con amabilidad.

Comemos en otra terraza, llena de gatos, por cierto, unas brochetas de carne con arroz y deambulamos el resto de la tarde por las calles de la Medina. Es momento de hacer alguna compra. Anacardos, camellitos de madera, artesanía, bolsos de imitación, ropa, lo que quieras. Todo a buen precio y sin olvidar el obligado regateo previo en lo cual somos ya expertos.

Cena en el roof top del Restaurante Mouda donde degustamos un exquisito y delicado humus libanés y una hamburguesa con la mejor carne de vaca de la zona.

Ya he comentado con anterioridad que Fez recibió a comienzos del siglo IX a miles de familias andalusíes, creando un vínculo con la península que creo que se mantiene hoy en día. El más temido general de Al Ándalus, Almanzor, dedicó también mucha atención a esta ciudad. Así, en el año 986, Fez fue elegida capital de los territorios sometidos por los Omeyas en África del Norte. Incluso se le concedió a la ciudad el privilegio de poder acuñar moneda. Esta buena relación con Fez propició incluso que muchos de sus habitantes se desplazaran a la península, recibiendo así un importante número de comerciantes, guerreros, religiosos y sabios intelectuales. En fin, que estamos como en casa.

La ciudad es tomada por bereberes rebeldes al Califato y Almanzor rápido envía a su hijo Al Malik para su reconquista, lo cual consigue en el año 998. Una vez fallecido Almanzor, su hijo cede el gobierno de la ciudad a un jefe bereber fiel al Califato de Córdoba, adoptando para la sucesión del cargo un sistema hereditario similar al de los Omeya, permitiendo así estabilidad en el gobierno hasta su conquista por los Almorávides en el año 1069. Son estos los que amurallan la ciudad y que hoy en día aún se conserva en muy buen estado.

De nuevo el Riad nos sorprende con un buen desayuno a base de café, miel, mermeladas, tortilla y diversas tortas de masa de pan. Tenemos toda la mañana por delante y qué mejor forma de pasarla que volver a pasear por la zona comercial de La Medina para traspasar los límites a los que habíamos llegado los días anteriores. Visitamos una tienda de cosméticos y especias regida por mujeres y comemos en un restaurante a pie de calle donde disfrutamos de una fresca ensalada marroquí y diverso tajín. Vuelta al Riad donde nos espera un taxi que nos lleva al aeropuerto, poniendo así fin a esta breve pero intensa aventura marroquí.

No quiero finalizar esta crónica sin recomendar la visita de la ciudad de Fez a todo aquel que tenga el privilegio de leer estas líneas. Es una ciudad milenaria, pero también tiene sus barrios modernos y que visitaremos en otra ocasión. Es el centro cultural y religioso de Marruecos. Posee una de las Universidades más antiguas del mundo fundada en el siglo IX y eso se nota. Ciudad receptora no sólo de los expulsados en el año 818 de la península ibérica, sino también de musulmanes y judíos expulsados de España por los Reyes Católicos.

Una frase que leí en mis investigaciones previas al viaje es que Fez hereda la nobleza árabe, el refinamiento andaluz, la maestría judía y la perseverancia bereber. Y yo aquí te lo he intentado describir, pero aún queda mucho por descubrir, lo cual, amigo, dará para otras muchas historias.

4 comentarios en «Fez. La ciudad de los gatos. 30 noviembre 2024»

  • 12 de marzo de 2025 a las 11:16
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    Me gusta ir contigo a Marruecos, da igual donde y como.Alli eres auténtico y libre.

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  • 30 de enero de 2025 a las 04:01
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    Precioso viaje y muy bien aprovechado y relatado.
    Me alegra saber que aún se puede ver en esta preciosa ciudad, nuestra huella.

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  • 18 de enero de 2025 a las 15:18
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    Seguro q está fenomenal, salvo q te hayas llevado alguna piedrecita… Abrazo

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  • 18 de enero de 2025 a las 14:18
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    Precioso y pintoresco viaje muy bien relatado,para seguir conociendo el legado de dichos pueblos,👌👍🤗🥰

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