Sin rumbo por la Sierra de Cebollera. 26 de octubre de 2024

Siempre digo lo mismo. Los mejores momentos en el monte con mi Land Rover no hay que ir a buscarlos. Surgen en cualquier inocente ruta y sin previsión alguna.

El fin de semana comienza muy tranquilo, como el de cualquier buen padre de familia. A las 10 de la mañana del sábado estoy en Soria capital pues tengo que realizar unos trámites administrativos con una arquitecta local. Como he llegado con tiempo de sobra, paro en un bar cerca de mi casa para tomarme un café y quitarme la pesadez del madrugón y del viaje a primera hora. En ese momento el bar se encuentra vacío y la camarera, de origen dominicano, está ociosa y disimula intentando quitar la mierda incrustada en diversos rincones de la barra.

“Buenos días, un cortado por favor” le digo a la amable señorita. Rápido se sitúa la caribeña ante la máquina de café y comienza a rellenarse la taza de tan preciado líquido. Mientras tanto, me hurgo en la cartera y saco un billete de 20 euros para proceder al pago. La camarera ve el billete y me dice que no tiene cambio. Le indico que no tengo billete más pequeño ni monedas y se limita a encogerse de hombros. Le insisto en que debe tener cambio pues de lo contrario no puedo pagarle. De nuevo responde con su escaso, básico y primitivo lenguaje corporal, encogiéndose de nuevo de hombros. Ningún sonido sale de su boca.

Le indico con sequedad que como no puedo pagar no quiero el café pues, como es lógico, no voy a tomarlo gratis. Esta vez la morena levanta las cejas mientras retira el café de la máquina. Me limito a despedirme con un serio “hasta luego”, me doy la vuelta y salgo del bar sin sorpresa alguna pues soy consciente de que me encuentro en Soria. Me viene a la mente mi última crónica publicada en esta página referente al patético servicio en los bares de esta capital, lo cual contribuye a su acelerado despoblamiento y más que posible extinción en no muchas décadas. También pienso que la chica debía ser algo sordomuda pues pocos sonidos emitió.

Sobre las 13 horas, arranco el Land Rover y mientras se calienta, aprovecho para recoger los escasos níscalos sanos que aún quedan por la zona. Hay otros muchos, la mayoría, que ya no son comestibles pues los gusanos y sus larvas lo utilizan como incubadora para las futuras generaciones.

Ya en carretera dirección Norte, estudio el horizonte y observo que la Sierra de Cebollera se encuentra envuelta en unas nubes negras cargadas de agua y con muy buena pinta. Decidido mi destino de hoy, me desplazo por carretera hasta Molinos de Razón donde se encuentra la pista principal de a acceso a la Sierra. No me he equivocado y una vez que entro en el Valle custodiado por esta Sierra, la lluvia torrencial hace acto de presencia.

Me incorporo a la pista, pero a los dos kilómetros me encuentro con una señal de prohibido el paso dado que se está celebrando una montería. Doy la vuelta y vuelvo al asfalto ya pensando en internarme en la Sierra a través de cualquier otro camino. Dejo atrás Sotillo del Rincón y me dirijo hacia el Alto del Royo. En mitad del trayecto y antes de lo que se viene llamando el kilómetro 17 (zona de baño para el verano en el río Razón), veo un camino y sin dudarlo me desvío inmediatamente. 

Este camino comienza en llano, pero como es de esperar, no tarda en convertirse en una divertida y empinada subida en mitad de un cortafuegos. Es un camino muy roto, con mucha piedra suelta y profundas zanjas, lo que unido al barro, obliga a meter marchas reductoras para posibilitar el avance. Sigue lloviendo sin parar.

Este cortafuegos es cortado a media ladera por la pista principal y tras cruzarla, continúa con mucha más pendiente y por el que cae un torrente de agua bastante caudaloso. Esta continuación del cortafuegos es de lo más atractiva, pero antes de atacarlo, paro en la pista principal para hacerme un bocata. Nunca me ha gustado comer dentro del coche, pero no me queda otra pues la lluvia torrencial se mantiene y en cuestión de minutos se convierte en nieve. La situación es perfecta. Me encuentro en absoluta soledad, no hay cobertura de móvil y no hay ni rastro de los cazadores. Además, el tiempo acompaña.

Con la preparación del bocadillo y los primeros mordiscos, se me llena todo de incómodas y pegajosas miguitas de pan. Mi ropa, el volante, la cajonera central, el asiento, el suelo… ¡Qué poco me gusta! Además, el que conozca el puesto del conductor del Land Rover, sabe el escaso espacio que hay y lo limitado de los movimientos posibles, por lo que opto por salir al exterior y degustar mi bocadillo al aire libre y bajo una espectacular nevada.

Ya con la tripa medio llena y con la cabeza (obviamente sin pelo) y ropas empapadas, arranco de nuevo a la bestia y ataco el cortafuegos totalmente embarrado y por el que discurre un arroyo cada vez más caudaloso. Estoy a unos 1500 metros de altitud.

A medida que tomo altitud, la nevada es más copiosa, pero aún no cuaja. Está todo muy mojado. El camino empeora. Cada vez es más empinado, con muchas zanjas imposibles de evitar y con un barro arcilloso que se pega a las ruedas que impiden un agarre normal. Aumento la potencia, pero el coche empieza a dar bandazos para caer y volver a salir, de forma bastante violenta, en un laberinto de zanjas bastante profundas y totalmente resbaladizas. La bestia intenta agarrarse al terreno, pero el barro salta por los aires y cae con fuerza y de forma ruidosa sobre el techo del Land Rover. Cuando esto ocurre es que normalmente la situación es complicada y puede convertirse en un preocupante problema en cuestión de décimas de segundo.

Quedo atrapado en una zanja y el coche ya definitivamente no sube. Resbala. Salgo del coche y bajo la intensa nevada valoro la situación. Creo que estoy a punto de colapsar y lo único bueno es que sorprendentemente tengo cobertura de móvil. Sí parece que el coche tiene salida marcha atrás, pero los laterales están muy muy blandos y con algo de inclinación. Estando todo tan resbaladizo es imposible mantener una trazada segura en la operación salida.

Intento relajarme. Doy vueltas y vueltas al coche para situarme y prever las maniobras que debo realizar para evitar caer en las zanjas o salirme del camino. Hago fotos. Paseo por el pinar y me doy cuenta de los miles de níscalos que aún quedan por esta zona, es alucinante. Sigue nevando. Estoy a 1.700 metros de altitud.

Inicio la maniobra marcha atrás y como era de esperar, caigo en la primera zanja, consigo salir y me salgo del camino donde el coche se inclina y comienza a deslizarse lateralmente por su propio peso. Se para. Me bajo del coche. Vaya susto, ahora sí. Estos deslizamientos laterales hay que tomarlos con respeto pues si coges un bache o piedra, el coche puede volcar. Las ruedas están totalmente colapsadas por el barro pegado y son difíciles de dirigir.

Mando un mensaje y fotos a mi más fiel copiloto, el cual se encuentra cómodamente dando un paseo por el Corte Inglés en Madrid.

Estoy en serio problema” le digo, acompañando una foto de la situación, “creo que puedo volcar…cogiendo fuerzas y valorando el terreno”. Al instante me responde, “No me lo puedo creer, que cabrón, qué envidia me estás dando. El caos está reinando sobre tu fin de semana. Me cogería el coche ahora mismo y me iba ahí directo

La respuesta no me ayuda mucho sino para darme cuenta del monstruo que he creado y al cual le encantan las situaciones caóticas.

Estoy nervioso”, le respondo, “a ver si me relajo y continúo. El coche se ha inclinado mucho y resbala lateralmente

Qué cabroncete” me dice, “Me debes un finde así”…. “no existe situación en las que ese coche atasque”. Los últimos mensajes de aliento son del siguiente tenor: “Cómo lo echo de menos…mas vale que siga lloviendo para el 8 de noviembre…seguro que eres un exagerado”. El monstruo crece y crece, pero realmente me intenta transmitir que debo confiar en mi experiencia o al menos eso es lo que yo interpreto. Ya, pero uno se va haciendo mayor, pienso para mis adentros.

El caso es que estos mensajes me transmiten el pleno convencimiento de mi copiloto de que saldré airoso de la situación y me animo a subir de nuevo el coche, engranar la marcha atrás, arranco y me agarro firmemente al volante para aguantar el deslizamiento lateral que aumenta pero que consigo corregir. Saco a pasear con destreza los 160 caballos ingleses para, con movimientos y trazadas bastante bruscas, volver al embarrado camino para seguir sorteando las zanjas que siguen amenazando mi estabilidad y movilidad. Una vez bien situado, consigo dar la vuelta en un cruce de caminos y todo arreglado. Ha dejado de nevar y me siento bien.

Aún me queda salir de la Sierra, pero ya sin duda alguna a través de pista más segura a pesar de haber largos tramos totalmente inundados de agua y muy resbaladizos debido al barro. En la vuelta pienso que tengo que incorporar al Land Rover un quita miedos, es decir, un inclinómetro que te avisa de los grados de inclinación y te informa del momento en el que te puedes encontrar al límite de mantener las cuatro ruedas en el suelo, es decir, 43 grados.

Con las últimas horas de luz, llego a Soria donde, qué casualidad, paso por delante del bar de esta mañana y sí, esta vez había un par de ancianos tomándose una cerveza. Espero que lleven monedas o billetes de poco valor. Le doy de plazo hasta Navidad para echar el cierre. Cena en el restaurante chino, que nunca falla y a la cama antes de que anochezca del todo y el Barça le meta cuatro golazos al Madrid en el mismísimo estadio Bernabeu. Pero eso ya, amigos, eso ya es otra historia.

Un comentario en «Sin rumbo por la Sierra de Cebollera. 26 de octubre de 2024»

  • 30 de octubre de 2024 a las 08:42
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    Bof, ya me lo puedes limpiar… de verdad pensabas que una triste subida lo iba a frenar???… jejeje
    PD: Existen las tarjetas de débito, son una locura, ya te explicaré cómo funcionan

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