Cuando alguien me pide algún consejo de dónde comer o cenar en una pequeña ciudad de este país y de la que se supone que soy gran conocedor, uno ya tiene preparados los tres o cuatro sitios que nunca fallan, donde se come bien y en teoría el servicio es correcto a pesar de la sequedad y frialdad del carácter de los pobladores de esta pequeña ciudad.
Y el pasado fin de semana, último del mes de septiembre del año 2024, una parte de mi familia política decide reunirse en esta pequeña población y celebrar así lo que ellos vienen llamando “la primada”. Primos de todos los rincones de la geografía nacional con sus familias, recorren cientos de kilómetros para disfrutar de un fin de semana divertido y realmente entrañable.
Poco faltó para que se me encargara reservar el restaurante para la cena del viernes y en pocos minutos me decidí por un establecimiento que puedo calificar como de los históricos de la ciudad y donde mi propia familia ha celebrado, desde tiempos inmemorables, todo tipo de eventos y siempre con éxito.
No hay problema para reservar para 10 personas a las 21.30 horas. De momento todo va bien. Con orgullo envío un mensaje de Watsapp al cabeza de familia que me encargó tan delicada tarea.
Con extrema puntualidad nos personamos en tan afamado local y la zona de bar, como siempre, se encuentra abarrotada de parroquianos tomando vinos y cervezas. No hace mucho remodelaron el local, eliminando todo rastro de estilo tradicional y dándole un toque moderno y que el propio restaurante califica en su página web como “ambiente moderno y luminosidad soriana. Estilo sobrio pero elegante, colores claros pero luminosos.”
Luminoso sí, desde luego, incluso demasiado. En el comedor donde nos instalan, el blanco impoluto de las paredes brilla exageradamente debido a la potente luz blanca que emiten algo parecido a unos modernos tubos fluorescentes, más propios de la consulta de un dentista que de un restaurante. Nada queda oculto, nada queda en las sombras, ni siquiera existe ese rincón menos iluminado que cualquier pareja buscaría para disfrutar de un ambiente más reservado, íntimo y cálido.
Desconocía el término “luminosidad soriana”, pero está claro que está inspirada en la iluminación de cualquier hospital de nuestro país. Luz blanca y fría. ¿He dicho fría? Ahora caigo, “fría”, “soriana”, muy conseguido el juego de palabras. Pero el primer adjetivo, ¿me refiero al clima o al carácter? Da igual.
No sigo con la descripción del local porque me pierdo si hago referencia a las lámparas doradas de la zona del bar al estilo hortera cateto rococó o a las pegajosas frases en inglés impresas en una de las impecables paredes de la zona de restaurante. Por favor, señores propietarios del local, añadan el estilo “hortera” a la descripción del restaurante. Hortera de bolera que decíamos en tiempos.
Ya instalados en nuestra mesa, el servicio brilla por su ausencia. Antes de que alguien se diera cuenta de que ya estábamos instalados y nos ofrecieran al menos algo de bebida, lo típico mientras piensas los platos a elegir, da tiempo suficiente a más de un comensal para dar buena cuenta, sin prisas, del exquisito bollo de pan que cada uno teníamos asignado.
Una amable camarera por fin viene a nuestra mesa, pedimos las bebidas, las cuales traen con cierto retraso, pero que nos permite examinar la carta con detenimiento y darnos cuenta de que nada tiene que ver con la carta publicitada en la página web de guisos y productos de la zona. Brillan por su ausencia (no será por falta de luz) el pato, el pollo de corral, la cochifrita, la perdiz, el conejo, la gran variedad de platos micológicos (ahora estamos en plena temporada) y un largo etcétera.
Este local siempre se caracterizó en otoño por los exquisitos platos micológicos, por lo que le preguntamos a la camarera si es posible al menos un revuelto de hongos. Con cara de no haber entendido nada, se queda con cara de palo y nos señala, en la revenida, acartonada, cutre y escasa carta, un plato de carne cuyo acompañamiento son las setas. Ahí quedó su comentario. Ante nuestra insistencia, llega otro camarero, también amable, y nos confirma que sí es posible servir unos revueltos de setas. Pues que sean tres raciones, por favor. Añadimos unas ensaladas, 10 croquetas, una para cada uno, tres torreznos y dos churrascos troceados para compartir.
Primer asalto. Llegan los torreznos y depositan en la larga mesa únicamente dos fuentes con tan preciado producto ya troceado. Al rato, como no llega el tercer torrezno, lo comentamos y la camarera, tras unos segundos, nos dice que en las dos fuentes iban cortados los tres torreznos…. Aún nos queda la duda si no quiso reconocer que se le había olvidado una ración y con ágil y extrema habilidad mental nos dio la respuesta indicada o que efectivamente los tres torreznos los acumularon en dos fuentes. Los comensales comienzan a entender y disfrutar de la surrealista situación.
Segundo asalto. La camarera nos dice que no pueden ser 10 croquetas sino 7. Al parecer no le quedan más. Los comensales, con cierto pitorreo y ya totalmente metidos en ambiente, creen entender que no facilitan las 10 croquetas porque las raciones son de siete. Tras un rato de divertimento con el asunto y nada extrañados teniendo en cuenta los antecedentes del torrezno, aclaramos la realidad de la situación. En cocina se han quedado sin croquetas. Sin croquetas un viernes por la noche. Así de simple. A lo mejor hacen más para el lunes. O no, yo qué se.
Tercer asalto. Sacan las dos ensaladas de tomate y burrata. Sin incidencias. Las ensaladas vienen sin cubiertos de servir. Menos mal que estamos en familia. Un atrevido comensal se levanta, se dirige al armario donde se encuentra la cubertería y sin más, toma los cubiertos que considera oportunos. Aprovecha para traer más pan. A su lado pasa uno de los camareros y ni se da por aludido.
Cuarto asalto. Vienen los tan deseados revueltos de setas. ¡¡¡Uno, dos……falta el tercero!!! Ante la duda y sorpresa de que hubieran aplicado el criterio de los torreznos, tres raciones en dos fuentes, se lo decimos a la camarera y nos dice que únicamente habíamos pedido dos. Dios mío, vaya desastre. Mi sensación de vergüenza se incrementa, pero mis acompañantes me transmiten tranquilidad y felicidad. Menos mal que la comida está buena y respecto al servicio, pues se ha convertido en divertido entretenimiento. De nuevo sin cubiertos de servir y de nuevo otro osado comensal se levanta y se dirige al ya conocido armario de la cubertería. Estamos como en casa. El camarero sigue sin darse por aludido. Me pido otra cerveza por si acaso hay más sorpresas.
Quinto asalto: Llegan los dos churrascos, menos mal, sí, dos churrascos de ternera, troceados, con una pinta estupenda y realmente exquisitos.
Algo de postre y pedimos la cuenta. Como era de esperar, si la camarera no fue diligente en tomar nota del pedido y tampoco en transmitir la comanda a cocina, sin duda que no lo iba a hacer bien en la factura. Y nuestro pronóstico no falla. No incluyen una botella de vino y ni me lo creo, uno de los revueltos de setas.
Es más que probada la honradez de todos y cada uno de los comensales y en otras circunstancias cualquiera de nosotros hubiera avisado del error en la cuenta. Pero esta vez no. Un NO rotundo y unánime. Han logrado sacar ese lado oscuro y golfo que en el fondo todos tenemos. Y no salimos corriendo, no. Salimos tranquilamente y sin prisa alguna.
Y si alguien me pregunta a partir de ahora algún sitio para comer o cenar o si alguien pretende saber el establecimiento al que me refiero en este artículo, mi respuesta sobre el tema dará, sin duda alguna, para otras muchas historias. Intentaré volver lo menos posible a este establecimiento, pero me preocupa quedarme sin lugares a los que ir, pues al local de al lado, también muy conocido en la ciudad, nunca más he vuelto desde que hace ya varios años organicé una cena para amigos venidos de la capital y el servicio fue más que patético. Solo diré que la cena fue en invierno, nos instalaron en una carpa en el exterior y nos cortaban la calefacción cada diez minutos. Eso sin contar que nos sacaron todas las jarras de cerveza a la vez (a pesar de decirle que no lo hiciera) y que se negaron a hacernos unos huevos fritos con patatas porque la cocina estaba desbordada cuando realmente éramos los únicos clientes cenando esa noche. Pero eso ya, amigos, eso ya es otra historia