Marruecos 2025 (Capítulo 3)

Viernes 1 de mayo. Tormenta de Arena. 348 km

Amanece con mucho viento y no sin dificultad desmontamos el campamento. La arena se cuela por todos lados y es difícil tomarse el café libre de este elemento de la naturaleza. Bebo agua cada poco tiempo para eliminar la arena de mi boca.

Iniciamos ruta por pistas hacia una estación de tren abandonada y que daba servicio a la línea de tren en la que estuvimos ayer. Durante la visita a las ruinas, el viento es brutal, cada vez va a más y se está levantando muchísimo polvo. Sin duda alguna, se está gestando una fuerte tormenta de arena. Paramos en la ciudad de Tendara para comprar una correa para el Ligero de Víctor. Nos impacta mucho este pueblo, pues a primera vista parece muy miserable, pero no, es un pueblo más de Marruecos, nada turístico y con muy pocos servicios. Las calles parecen abandonadas y abundan los habitantes locales, algunos durmiendo en las aceras y muchos otros sentados con sus burritos y grandes carros llenos de todo tipo de materiales. Da la impresión de ser muy decadente, pero es la imagen del Marruecos que no sale en las guías turísticas.

Intentamos hacer más kilómetros de pista, pero se ha levantado una potente tormenta de arena que hace imposible continuar. Tomamos carretera y durante 100 km., bordeando el Plateu de Rekamm por su zona Este, conducimos por el epicentro de la tormenta, con muy escasa visibilidad y con un viento lateral que empuja a nuestros vehículos con muchísima fuerza. Al rato, a pesar de llevar el coche cerrado, todo el interior, nosotros incluidos, estamos cubiertos de una gruesa capa de arena rojiza.

La conducción es esta situación es complicada, muy similar a la de una densa niebla a la que podemos estar más acostumbrados. Es imposible pasar de 60 Km/h e incluso durante largos tramos reducimos a 40 km/h. Menos mal que la carretera es recta y no hay curvas imprevistas. Nos tenemos que guiar por las rayas centrales pintadas en la carretera y que aparecen de una en una. La tensión es máxima. Creo tener hasta alucinaciones visuales en algún momento, lo que corrijo desviando por algún segundo la mirada de la carretera. Apenas hablamos entre nosotros pues necesito concentración máxima.

 De repente, sale de la nada un convoy militar precedido por un gran camión furgoneta con muchas luces de emergencia y detrás enormes camiones militares de transporte de carros blindados. Vaya susto nos han dado. Por su descomunal tamaño, circulan por el centro de la carretera y no hay más remedio que pararse en el arcén, lo que avisan con grandes bocinazos. La situación es surrealista, parece que estemos en una tercera dimensión.

Cuando tenemos algo más de visibilidad hacemos una parada táctica para descansar, siendo la situación en el exterior totalmente hostil. Simplemente brutal. Vienen a mi memoria los pastores nómadas que habitan este territorio y se me ponen los pelos de punta al pensar en ellos. Me los imagino refugiados en sus tiendas durante horas y horas hasta que acabe este temporal en el que las rachas de viento alcanzan los 85 Km/h.

Merecen mi reconocimiento especial los conductores de los Ligeros, Angel, Víctor, Javier y Carmen y a Alfredo Junior a los mandos de su moto, por aguantar con valentía, alegría y con austeridad esta fuerte tormenta directamente sobre sus cuerpos. Si nosotros acabamos dentro del Defender perdidos de arena, ellos pasaron a formar parte del paisaje por los kilos y kilos de arena que llevaban encima.

Por fin y con un sol brillante, llegamos a la ciudad de Annual donde recogemos el carro de la moto de Alfredo y descansamos en la terraza de un bar degustando un buen té. Es aquí donde decidimos ir hasta Nador, por lo que reservamos un hotel por Booking para relajarnos y tomar una buena ducha para quitarnos la arena del cuerpo.

Sobre las 19 horas llegamos al Hotel Annakhil, situado en pleno centro de Nador. Buena ducha donde se aprecia la cantidad de arena que llevábamos encima y salimos a cenar una hamburguesa en un restaurante cercano donde nos instalan al lado de la esquina habilitada en el local para los rezos y donde acuden de forma continuada clientes que se descalzan y rezan durante varios minutos.

Sábado 2 de mayo (Nador) Día de descanso. 15 km

Tenemos todo el día por delante para pasear por Nador y cada uno nos organizamos de forma libre e independiente. Alfredo va en busca de un lugar donde limpiar su coche y la moto, Angel y Mario se van de ruta por Anual para hacer honor a los españoles caídos en las guerras allí libradas y Fernando, Víctor y Alfredo J y yo mismo nos vamos de paseo por Nador.

Después de un gran desayuno, comenzamos nuestra excursión por un bonito y cuidado paseo marítimo, muy espacioso y libre de los agobios y aglomeraciones que existen en lugares similares en España, para adentrarnos en barrios con mucho comercio, mucho tráfico y donde no nos cruzamos con ningún turista. Nador es una ciudad moderna, segura y la verdad que lo disfrutamos mucho.

Comemos en un sitio cercano al hotel donde cometo el grave error de pedirme una ración de pez espada que allí quedó íntegro, quemado e insípido, pues nunca supe muy bien si era carne, pescado o una sucia y muy negra suela de alpargata. El arroz y la verdura que lo acompañan está muy bueno y doy buena cuenta de ello.

Descanso en la cafetería del hotel donde nos permiten durante todo el día tener los coches bien aparcados y a media tarde nuevo paseo con Fernando por el paseo marítimo y en dirección contraria al paseo matutino. Descubrimos además nuevas calles comerciales, destacando una de ellas donde todos los comercios eran joyerías en las que todo brillaba con exageración.

Cena en el hotel y ponemos rumbo al puerto donde un policía local se acuerda de todos mis ancestros cuando me quedo bloqueado en mitad de la calle. El tipo se me acerca gesticulando, jurando en árabe y por su cara de desprecio no parecía que me estuviera diciendo nada bueno. Me limito a encogerme de hombros y poner cara de tonto.

Ya en el Ferry, no tuvimos posibilidad de reservar camarotes, por lo que nos instalamos en la zona de butacas, donde nos recibe un fétido y agrio olor a humanidad consecuencia de algún marroquí tirado en el suelo, descalzo y totalmente despatarrado. Pero a todo se acostumbra uno. Poco a poco, los marroquíes sin butaca ni camarote buscan rincones donde descansar y se tumban en los pasillos, en el espacio que hay entre las butacas y cualquier otro hueco donde descansar. Son familias enteras, incluso con niños pequeños, los que duermen en el suelo, lo cual no parece importarles pues rápido los oyes roncar y tirarse incluso algún pedo. Todo ello hace presagiar que la noche va a ser dura y que posiblemente no podamos descansar mucho.

Y así fue. Noche de duermevela, incómoda, fétida y con bastantes salidas a cubiertas para respirar aire puro. Cada vez que me levantaba tenía que sortear múltiples cuerpos tirados en el suelo, pero esto es así y es lo que toca. Ya descansaremos en otro momento. Me ahorro cualquier comentario sobre los baños pues aún me entran arcadas solo de pensarlo.

Domingo 3 de mayo. Vuelta a casa. 285 km

Llegada a Almería sobre las 7.30 de la mañana, parando a desayunar a unos 22 Km, en el Bar “Vuestra Casa”. Al propietario le gusta el Defender y nos pregunta sobre ello e informa que él tiene un Series de cuarenta años que heredó de su padre.

El Bar es un sitio curioso, lleno de miles de cachivaches y artilugios utilizados en las películas del Oeste rodadas en el cercano desierto de Tabernas. Al parecer el propietario los alquilaba para los rodajes y había muchas fotos de películas como la de “El bueno, el feo y el malo”. Muchas estrellas de Hollywood de aquellos tiempos desayunaron en este bar.

Proseguimos camino hacia Granada donde dejo a Fernando en la estación de tren pues yo haré noche en el camino para evitar el atasco de entrada a Madrid. Es día de vuelta del puente de mayo y he preferido hacer la vuelta en dos días. La verdad que al principio me arrepentí de la medida adoptada, pero al final me viene bien pues no he dormido nada y se me hace muy duro conducir.

A media tarde paro en un hostal de carretera en Bailén, “Hotel El Cordobés” de una estrella y en el parking, rodeado de camiones, me caliento en el hornillo unos buenos macarrones.

El hostal es bastante cutre y me meto pronto a la habitación a descansar. La verdad que estoy reventado y tampoco se puede hacer mucho más. En la televisión veo un rato un programa del Seprona “en acción” y en uno de los casos, nuestras fuerzas de seguridad se ponen en acción cuando reciben una denuncia de que, en un pueblucho de nuestro país, un vecino tiene un pavo en condiciones inadecuadas. Al comienzo creo haberlo entendido mal, pero no, efectivamente, un vecino ha denunciado anónimamente a otro porque tiene un pavo en malas condiciones.

Tras haber estado una semana en Marruecos y ver los pueblos que he visto, sus habitantes, los nómadas, los niños andando kilómetros por el desierto para ir al colegio, los busca vidas, etc. siento vergüenza ajena de que en nuestra sociedad se movilice a las fuerzas de seguridad del Estado para comprobar si un pavo estaba o no bien cuidado. Que sí lo estaba, por cierto, y además, se aprovecha para que el denunciado libere dos jilgueros que tenía en una jaula. Y encima los guardias se van de la finca con la sensación del trabajo bien cumplido. Vaya frustración tendría yo si fuera uno de esos agentes de la autoridad y más avergonzado aún si encima salgo en un programa de televisión con tan complicada y arriesgada misión.

Lunes 4 de mayo. Etapa final. 295 km.

Tras un largo y reparador descanso, afronto con ganas los casi 300 km. de esta jornada, llegando a casa a la hora de comer. Sin novedades y nada a destacar.

Este ha sido mi cuarto viaje aventura en Marruecos y ya estoy pensando en el quinto. Mi agradecimiento a todos los que han participado: Angel, Mario, Víctor, Alfredo, Javier, Carmen, Alfredo Junior y Fernando. Inmejorables e incansables compañeros de aventuras, verdaderos Hombre Libres con los que he compartido este viaje de 3.000 kilómetros. Un millón de gracias.

Como digo, ya pensando en el próximo viaje que, seguro, dará para otras muchas historias.

Marruecos 2025 (Capítulo 2)

Martes 28 de abril. Ruta hacia la Ciudad Perdida. 216 km.

Tras un buen desayuno a base de aceitunas negras, huevos duros, pasteles, mantequilla, zumos y cafés, nos dirigimos al Hotel Azalay para dejar nuestras maletas y pasar aquí nuestra segunda noche en Merzouga. Yusuf solo tiene tres habitaciones, pero para los nueve es suficiente. Esta noche descansaremos todos más juntos y apelotonados de lo habitual, pero son estas situaciones las que hacen grupo y estrechan aún más nuestros lazos de amistad.

Tras unos kilómetros de asfalto, entramos ya en pista y comienza una tormenta de arena que nos impide ver más allá de dos metros. El viento es muy fuerte y es imposible estar en el exterior. A pesar de ello, salgo un rato con mi hijo para disfrutar el momento y sentir en el cuerpo y en pleno directo la violenta tormenta.

Esta tormenta no dura más de veinte minutos y nos permite seguir la marcha. He cedido los mandos a mi aprendiz el cual está disfrutando a tope con las pistas llenas de arena y piedras, llegando al punto máximo en el lecho de un lago seco, totalmente plano, donde intento poner orden cuando alcanzamos los 80 Km/h. rodando en paralelo con nuestros compañeros.

Cuando me pongo yo al volante, me enciendo e inicio un acoso y derribo contra el resto de los compañeros, adelantando por fuera de pista y retando al Freelander manejado por Alfredo y Mario, del cual, como era de esperar, obtuve la desafiante y esperada respuesta, pero no fue posible rebasarlos. Es imposible, nunca lo consigo.

Parada a comer en la Ciudad Perdida donde incluso cae alguna gota. Increíble. El resto de la jornada lo pasamos de ruta por el desierto, con pistas rápidas y siempre con mucho viento. Aprovecho para que mi hijo vaya tomando contacto con el Land Rover y así yo también poder disfrutar del paisaje que nos rodea en mi nueva condición de copiloto.

La Ciudad Perdida

El día es perfecto y llegamos con las últimas luces al Hotel Azalay donde cenamos de nuevo ensalada de arroz y un guiso de cordero bastante bueno.

Por la noche comparto habitación con Mario y Alfredo, con este último incluso cama (era grande) y fueron muchas las ocasiones en que compartimos ratos de insomnio y mi compañero de cama me preguntaba insistentemente si me molestaba, si se movía mucho, si iba todo bien, etc. Fue todo perfecto y reinó la armonía durante esta fase nocturna.

Los más jóvenes, Alfredo Junior y Fernando, compartieron habitación con dos veteranos, Angel y Víctor, pudiendo disfrutar en primera persona y durante toda la noche de un concierto a dúo de ronquidos perfectamente sincronizados.  

Miércoles 29 de abril. Dunas, Pista Citroën y Río de Arena. 159 km

Me levanto pronto y puedo presenciar un bonito amanecer con las dunas de fondo.

De nuevo potente desayuno al más puro estilo marroquí y nos acercamos a las dunas para que Fernando y Alfredo Junior tengan su bautismo de fuego en este duro y difícil terreno. Alfredo J., a los mandos de su moto de 350 cc., se pierde rápido en la inmensidad de las dunas, mientras Fernando, con el Land Rover, realiza sus primeros pasos con Alfredo de copiloto recibiendo y asimilando sabios consejos. Victor y yo, nos quedamos en tierra disfrutando del entorno con relajada conversación y haciendo fotos a los aprendices.

Tras recibir una rápida pero valiosa formación, el maestro Alfredo entiende que Fernando puede afrontar las dunas en solitario, por lo que me subo de copiloto con mi hijo, la verdad que bastante acojonado. Alfredo y Víctor van por delante en el Freelander. Les seguimos a buen ritmo siguiendo las recomendaciones que recibe Fernando por la radio, pero al rato nos quedamos atrapados a media ladera de una duna. Toma los mandos Alfredo y con Fernando de copiloto nos hace a todos una demostración de cómo sacar un Land Rover atrapado en las dunas. Con mucha decisión, mucho valor, muchos deslizamientos, exprimiendo los 165 caballos del Defender y, bajando al fondo de la hoya para tomar potencia y velocidad, consigue finalmente situar el vehículo en zona segura.

De nuevo me subo como copiloto y seguimos tan delicada ruta. No sé quién iba más tenso, si mi hijo Fernando al volante o yo de copiloto. Vaya situación en la que no consigo relajarme ni un instante. Respiro cuando se toma la decisión de dar la vuelta.

En ese momento aparece un Toyota a buen ritmo, conducido por un local, afrontando una enorme duna a media ladera de forma impresionante. Este ejemplo sirve para que el maestro de Fernando, Alfredo, pueda, a gritos, dar una última lección como toque final. “¡Fernando!, ¡Con decisión, eres tú el que lleva el coche, no el coche a ti! ¡Con huevos, con muchos huevos y a buen ritmo!

Arranca el Freelander y a gran velocidad realiza la misma trazada que el Toyota magrebí y nosotros detrás, con la misma decisión y alegría. Afrontamos la duna a media ladera, el coche tiende de manera brusca a deslizarse hacia abajo, pero Fernando, con gran destreza, mantiene la trazada mientras el coche se desliza lateralmente. En ese momento, vi pasar mi vida en segundos, pero me devuelve a la realidad oleadas de arena que me golpea en la cara con fuerza pues llevaba la ventanilla abierta. Nos invade una sensación de euforia y adrenalina y desde ese momento, Fernando entiende cómo conducir por las dunas, desplazándonos a buena velocidad, corrigiendo las trazadas y demostrando una valía que, desde luego, en este terreno, de mí no lo ha heredado. Desde ese momento, los dos disfrutamos con confianza los kilómetros de dunas que teníamos por delante. Nunca lo habría imaginado.

Tras esta estresante experiencia, creo que debo dar por finalizada la formación en conducción 4×4 que ha estado recibiendo mi hijo desde hace ya varios años y cada vez que hacemos alguna ruta. En el camino de ida hacia las dunas conducía un aprendiz, pero a la vuelta, conducía alguien con experiencia, decisión y mucho control de la situación, cualidades que se mantuvieron el resto del viaje, conduciendo con destreza y seguridad por los terrenos más complicados.

Ya todos juntos, nos desplazamos por carretera hasta Erfoud, donde iniciamos una bonita ruta por la llamada “Pista Citroën” y que nos llevará hasta las inmediaciones de Bounif.

A los pocos kilómetros paramos en una especie de bar en mitad de la nada, donde compramos alguna bebida fría y se nos permite comer de nuestras viandas al refugio de un porche pues el tiempo está algo complicado con muchísimo viento y mucho polvo en el ambiente. Aprovechamos también para comprar algunos recuerdos y un pañuelo para que Fernando se proteja del viento, el sol y la arena. Cuando nos vamos de este lugar, aparece una caravana de unos 20 coches, todos ellos portugueses. Esta pista es muy concurrida y el del bar lo sabe perfectamente. Si no, esta ubicación para un negocio no tendría explicación alguna.

A los pocos kilómetros nos cruzamos con dos vehículos franceses pidiendo ayuda mecánica, pues su Land Rover Discovery parece que se ha quedado sin potencia. “No power”. Interviene por supuesto nuestro maestro Alfredo y tras unos minutos hurgando en las tripas del Discovery saca un grueso cable de unos 20 centímetros y le dice al francés, que eso sobra y que pruebe a ver si va mejor. La cara del francés es de gran sorpresa, la mía también, pues yo creo que lo último que se imaginaba era que  sobrara algún tipo de pieza a su vehículo. Arranca, unos metros para delante, unos metros para atrás y baja con una sonrisa radiante, indicando que el coche ya va bien y le da un gran abrazo a nuestro maestro.

El tiempo no da tregua y parece que empeora pues el viento es infernal e imposible de no masticar polvo.  La pista Citroën es mágica pero no muy cómoda por la cantidad de piedras que tiene. El coche vibra y vibra y parece que se va a descoyuntar.

A media tarde llega unos de los mejores momentos de conducción, pues nos metemos a un río de arena. Estos ríos de arena son ríos anchos y secos y se circula por lo que es el fondo del lecho. Mucha, mucha arena, en este caso y pocas piedras. Puedes alcanzar altas velocidades con cierta seguridad y la conducción es muy muy divertida. Aprovechamos para hacer videos y poner a prueba la potencia del Defender que es mucha. Mi hijo Fernando se estrena en este terreno y disfruta de lo lindo. Tenemos que compartir estos momentos y nos turnamos en la conducción.

El Ligero de Javier rompe la dirección en pleno río y da un brusco quiebro de 90 grados sin consecuencia alguna. Realmente ha sido uno de los mejores lugares para partir la dirección y tanto Javier como su copiloto Carmen, se llevan un pequeño susto. La experiencia de Javier a los mandos de su Ligero y la experiencia de Carmen como copiloto ayudaron sin duda alguna a saber hacerse con esta delicada situación. Se desmonta en un momento la barra de dirección y se van al cercano pueblo de Bounif donde la sueldan sin problema alguno. Al poco tiempo la dirección queda arreglada y perfecta. Alucinante.

En una curva del río donde hay unas enormes paredes de roca de color rojo preparamos nuestra zona de acampada y disfrutamos de una bonita puesta de sol. En el momento de plantar las tiendas el viento es muy fuerte y hay que fijar bien la tienda con piedras pues en la arena las piquetas no quedan muy fijas. Al irse el sol, el viento deja de soplar, permitiendo tener una velada muy agradable y poder cocinar a la piedra unos 5 kilos de filetes de vaca que ha traído Alfredo. Exquisito.

Como teníamos previsto dormir al raso, únicamente traje un colchón para dormir. Para no tener que pelearnos sobre quien utilizará el colchón, me solidarizo con Fernando y dormimos los dos sobre la blanda arena. La noche es dura tanto para Fernando como para mí, pues si bien la arena parece blandita cuando andas sobre ella, acaba convirtiéndose en una dura e incómoda superficie.

Jueves 30 de abril. Ruta del Ferrocarril 390 km

Tras un buen desayuno, recogemos nuestro campamento y realizamos los últimos kilómetros del río de arena. Sin duda alguna, una de las mejores formas de iniciar la jornada. Tengo las caderas algo molestas y lesionadas por la dureza de la noche, pero si no me las toco puedo funcionar con normalidad. Llegamos al pueblo de Bounif y nos desplazamos por carretera hasta Bouarfa, no sin antes pasar por uno de los cientos de controles policiales de carretera donde esta vez sí nos paran para el control de pasaportes. El policía es un chaval muy joven, muy amable y además habla algo de español.

En Bouarfa hacemos parada a comer en un sitio de pollos asados, bastante bueno, por cierto, que acompañamos con patatas fritas y un plato para todos de unas alubias muy tiernas y bien cocinadas.

Por la tarde iniciamos ruta por pista hacia Tendara y recientemente descubierta por nuestro compañero Angel en su último viaje. Para enlazar con la ruta prevista, es necesario ir unos kilómetros por una antigua línea férrea hoy abandonada. Primero hay que pasar por un puente de tremenda altura y después seguir el trazado férreo que está construido sobre un terraplén, también a gran altura. Son pocos kilómetros, pero la situación es angustiosa. El paso es muy muy estrecho, cabe el coche y poco más. En mitad del puente paramos pues hay que maniobrar para sortear unos raíles abandonados y me invade una sensación de vértigo que me impide continuar al volante. Toma los mandos Fernando, perdón, D. Fernando, sortea con precisión los raíles siguiendo las indicaciones de nuestros compañeros y continua por la estrecha senda con total seguridad, mientras, yo, de copiloto, evito angustiado mirar a los laterales y valoro muy positivamente la buena preparación que ha tenido durante años el que ejerce ahora de piloto.

Esta línea férrea abandonada tiene una curiosa historia que no puedo dejar de contar de forma resumida: Debemos retroceder hasta comienzos del siglo XX en el que gran parte del territorio de Marruecos pertenecía al Protectorado francés. El territorio de Bouarfa está muy vinculado al proyecto del ferrocarril Transahariano y a las minas de carbón, hierro y manganeso de esta zona. Los franceses convirtieron Bouarfa en un importante centro de industria minera iniciando su explotación en el año 1913. Este ferrocarril unía los centros mineros con los puertos del Mediterráneo. En el año 1941, la Francia de Vichy, sometida por los Nazis, construyó una serie de campamentos en Bouarfa que sirvieron como campos de trabajos forzados y de disciplina para prisioneros políticos y judíos. Este de Bouarfa se abrió como campo de internamiento para prisioneros republicanos españoles tras nuestra Guerra Civil, siendo obligados a trabajar en el proyecto de construcción del Transahariano, en concreto en el tramo entre Bouarfa y Kenadsa (Argelia). Fueron unos 700 españoles obligados a trabajar en este campamento en condiciones infrahumanas, mal alimentados, en sucios barracones y a base de castigos, torturas y asesinatos. Algunos de nuestros compatriotas lograron escapar, pero otros muchos perdieron allí la vida, permaneciendo aún sus cuerpos en algún olvidado cementerio en mitad del desierto. Las tropas aliadas pusieron punto final a estos campos de trabajos forzados en abril de 1943.

Superado este angustioso tramo, ponemos rumbo a las dunas de Tendara a través de un paisaje espectacular, muy arenoso y con muchísima vegetación, incluso con flores, fruto de las últimas lluvias. El lugar nos recuerda a las grandes sabanas africanas que vemos en los documentales de televisión. Nuestra compañera Carmen ratifica este extremo pues ella ha estado recientemente de viaje por las interminables sabanas del África Negra. Este tramo de pista, de muchas decenas de kilómetros, es muy rápido y mi piloto da rienda suelta a su instinto, pone de manifiesto lo mejor de su conducción y exprime el Land Rover al máximo. Una maravilla. Me limito a disfrutar de la conducción de Fernando y a disfrutar del paisaje.

Con las últimas luces, volvemos a montar el campamento y de nuevo afianzamos las tiendas con grandes piedras porque el viento sopla con fuerza. Con mucha fuerza. Por la noche, el viento no para e incluso llueve. El suelo es arenoso y blando y decido por fin utilizar mi colchón y que Fernando duerma sobre la blanda arena pues seguro que lo lleva mejor por simple cuestión de juventud. El colchón debe estar ya pasado pues vuelvo a dormir sobre una superficie dura, muy dura. Pero sarna con gusto no pica.

Marruecos 2025 (Capítulo I)

Desde que nos quedamos en tierra el pasado mes de septiembre del 2023, no he dejado de pensar en el siguiente intento para bajar a Marruecos con el Land Rover. Por fin, en el mes de enero del 2025 se inician las conversaciones y se pone fecha a nuestra próxima aventura. Finales de abril. ¡Comienzan los nervios y los preparativos!

Se apunta de nuevo mi hijo Fernando con el que compartiré pilotaje y experiencias en este viaje. El Defender va bien últimamente, pero le hacemos una profunda revisión para que no se repita el desastre del año 2023. Cambio de transmisión, rodamientos, bombillas potentes en los faros, filtros nuevos y cambio de todos los aceites que lleva el coche, que, por cierto, lleva una gran variedad y en los lugares más insospechados para los profanos en la materia.

Igualmente, hemos tenido que preparar comidas, desayunos y cenas, agua, neveras, material de acampada y todo lo que podamos llegar a necesitar en estos ocho días atravesando Marruecos por lugares poco transitados. Rectifico, el “hemos” por el “he”. El copiloto que me llevo deja en mis manos casi al completo la preparación del viaje. La verdad que tampoco me cuesta mucho pues conservé todas las notas que tomé para el 2023 y esto ha facilitado todo.

Como excepción, hemos comprado con anticipación los billetes del Ferry.

Nuestros compañeros de aventura embarcan la noche del viernes 25 de abril y hemos quedado con ellos en Merzouga la noche del día 28. Este año, dado que mi hija Marina celebra su Confirmación el sábado, llegaremos en soledad hasta Almería, embarcaremos en el Ferry, pasaremos la frontera y nos desplazaremos unos 650 km por carreteras secundarias o terciarias hasta Merzouga. Sin duda, una aventura añadida por estos dos días en solitario. A lo que más vueltas le doy son los trámites de frontera y al trayecto, ya en Marruecos, desde Nador hasta Merzouga. A mi acompañante y aprendiz, mi hijo Fernando, es una parte del viaje que espera con muchas ganas y está de lo más motivado. Nada como ser joven y llevar a tu progenitor como apoyo. Y nada como ser progenitor y llevar a tu hijo al lado como apoyo.

Los días previos al viaje ya me encuentro nervioso y este estado aumenta cuando 48 horas antes de embarcar nos avisan que se adelanta 12 horas la salida del Ferry. ¡Lo que faltaba! Embarcamos a las 12 de la mañana del domingo. Esto nos obliga a cambiar nuestros planes de salida.

Sábado 26 de abril. Etapa prólogo

Toda la mañana cargando en el Land Rover el equipaje. Todo debe quedar ya bien atado y organizado y así no perder tiempo en esta actividad una vez iniciado el viaje.

18 horas: Evento familiar. Confirmación de Marina en la iglesia de los Jesuitas de Madrid. Posterior celebración en casa de la familia S. R.. Sobre las 22 horas, Fernando y yo nos retiramos para intentar dormir unas horas.

Domingo 27 de abril. Etapa contrarreloj. 603 km.

Suenan los despertadores a las 3 a.m. Lorena ya está pendiente y nos tiene preparado un buen café para despejarnos y varios bocadillos para esta larga jornada. Iniciamos ruta a las 3.45 de la mañana pues tenemos que llegar a Almería con tiempo suficiente para hacer el checking y embarcar. Pueden parecer muchas horas de margen, pero hay que tener en cuenta que el Land Rover es un vehículo lento, podemos tener alguna incidencia y también habrá que hacer alguna paradita para descansar.

Las primeras horas del viaje y antes de amanecer se hacen duras, pero es el momento de comprobar con satisfacción que ha sido un acierto el cambiar las bombillas de los faros. Disfrutamos de una potente luz blanca que, sin duda alguna, facilita mucho la conducción nocturna.

Tenemos la moral muy alta y poco a poco vamos devorando los 550 kilómetros que nos separan del puerto de Almería, donde llegamos sin novedad a las 10.30 de la mañana. Recogemos los billetes en ventanilla y nos ponemos a la cola para embarcar en el Ferry.

Zarpamos sobre las 12.30 horas ya acomodados en nuestro camarote que, por cierto, no está nada mal. El trayecto dura siete horas y aprovechamos para dormir un rato, pasear por las diferentes cubiertas, tomar algún refresco y lo mejor de todo, pasar los trámites de frontera en el propio barco.

Con las últimas luces del día llegamos al puerto de Nador, pero aún tardamos tiempo en desembarcar el Land Rover y pasar los innumerables controles policiales de Marruecos. La policía aduanera nos hace parar, abrir el coche para ver qué llevamos y nos preguntan si llevamos un dron. Ante nuestra simple, transparente y convincente respuesta negando portar un dron y que todo lo que llevamos es para dormir y comer, por fin podemos cruzar las puertas e iniciar la travesía por la ciudad de Nador, siempre estresante por los buscavidas ofreciéndote tarjetas de teléfono, hoteles o lo que quieras, mucho tráfico y cientos de peatones y ciclistas cruzándose despreocupados sin mirar por dónde van. Es la ley del más fuerte, no del más prudente.

A unos 30 km, a las afueras de la ciudad, paramos en un decadente hotel, el París-Dakar, donde nos recibe un vigilante y un recepcionista que solo hablan árabe. La habitación doble son 40 euros, es algo cutre y la ducha no funciona. Esto es Marruecos.

Por 11 euros en total, cenamos una exquisita hamburguesa de ternera en una cercana gasolinera llena de bombillitas y abierta las 24 horas. El estilo europeo va tomando fuerza por estas tierras.

Lunes 28 de abril. Etapa Maratón. 708 km.

Hoy nos espera un día muy duro y solitario. Tenemos que hacernos 640 km hasta Merzouga para encontrarnos allí con el resto del grupo.

Iniciamos ruta sobre las 6.30 de la mañana. Nos guiamos con Google Maps y apoyados, como no podía ser de otra manera, por unas notas en papel que me preparé hace unos días. Estas notas en papel indican la ruta a seguir por tramos y en las que indico las ciudades más importantes, la carretera, la distancia en kilómetros y el tiempo de ruta estimado. El contenido de mis notas es el siguiente:  Nador-Taourit, (N15, N19) 112 km. 1h. 47 min.; Taourit-Debdou (N19), 50,5 km. 44 minutos; Debdou-Matarka (N19) 100 km, 1 hora,17 minutos; Matarka-Annoual (N19, R604) 155 km, 1h. 45 minutos; Annoual (R604) Talsint (R601) Beni Tajite, 68 KM, 57 minutos; Beni Tajite (R601, N17, N10) Er Rachidia, 120 Km. 1 hora 54 minutos; El Rachidia- Erfoud (N17 Sur, N13) 55 km. 53 minutos; Erfoud-Merzouga (R702, N13) 61 Km. 59 minutos.  

Tomamos la carretera N19 y nos dirigimos hacia Taourit. No tardamos en parar en un pueblecito donde vemos al panadero repartiendo su mercancía entre los comercios. Nos acercamos a su vehículo, un roñoso y poco limpio Mercedes familiar cargado hasta arriba de pan y le compramos cinco tortas por unos 60 céntimos. El pan está recién hecho y está exquisito. No nos damos por aludidos, ni nos importa, las condiciones higiénicas del vehículo de transporte, ni de las manos del panadero. Esto es Marruecos.

Panadería móvil

Todo es una novedad. Las carreteras rotas y estrechas, personas sentadas en mitad de la nada esperando no se sabe muy bien a qué, burros diminutos tirando de enormes carros cargados de frutas y hortalizas, ciclistas, niños por todos lados, familias enteras en una moto, adelantamientos en curvas, rasantes y línea continua, pueblos con avenidas muy anchas llenas de comercios locales, cafeterías, peluquerías, talleres, bazares, lo que quieras…

Y así, a un ritmo de 80 km/h, vamos avanzando poco a poco y nos adentramos en el Plateu de Rekkam, donde la nada se hace presente, llanuras interminables, cientos de pastores nómadas con sus rebaños de ovejas bajo un sol de justicia, pequeñísimas aldeas que, muchas de ellas ni siquiera están a la vista en estas enormes llanuras y decenas de colegios, aparentemente en mitad de la nada y que posiblemente den servicio a los hijos de los nómadas.

Plateau de Rekkam
Plateau de Rekkam

Esta meseta es árida, pedregosa y en esta ocasión está muy muy verde gracias a las abundantes lluvias de hace unas semanas. Hacemos varias paradas para disfrutar del lugar y de la absoluta soledad que nos rodea. Como no vamos por carreteras principales, nos cruzamos con muy pocos coches y no hay nada cerca que podamos calificar como civilización. A media mañana, por un problema técnico del proveedor, nos quedamos sin datos en el teléfono y debemos de guiarnos por mis notas en papel, un mapa michelín de carreteras y la brújula que llevamos instalada en el Land Rover. La brújula fue fundamental, pues en las interminables carreteras al menos éramos conocedores de que íbamos en la dirección correcta, primero hacia el Este y luego al Sur, muy al Sur. Siempre al Sur.

Parada a comer en una llanura sin límites y nos refugiamos en un lateral de nuestro vehículo para cubrirnos del implacable sol. Es en ese momento cuando la tarjeta de datos funciona por unos minutos y nos llega la noticia de que se ha producido un apagón en España y Portugal. La noticia parece irreal y no le damos mucha importancia pues nos da la impresión de que la cosa no va con nosotros. “Si la cosa se pone fea en Europa, nos quedamos por aquí, tu tranquilo”, comento con mi hijo. Nos llega también algún mensaje de la familia y parece que está todo controlado. Controlado dentro del caos en el que se encuentra inmersa la ciudad de Madrid, en la que los semáforos han dejado de funcionar y decenas de miles de personas intentan llegar a sus casas al mismo tiempo. En ese momento me abro una cerveza bien fría por sentirme afortunado de estar donde estoy en ese instante. Me siento libre, muy libre.

Momento en el que se me comunica el apagón en España

Reanudamos viaje saliendo en alguna ocasión a pistas que van paralelas a la carretera. No estamos para perder mucho tiempo, pero no lo podemos evitar. Pasamos por Matarka, pueblo muy decadente, pero de bonito nombre y conseguimos llegar a una desviación en mitad de la nada que nos pone por fin rumbo Sur. Vamos en la dirección correcta, menos mal. Mis notas en papel están siendo fundamentales para guiarnos. Si ya en este día la aventura era atravesar medio Marruecos en soledad, es un aliciente más el hecho de ir guiándonos sin ayuda de tecnología puntera. Es momento de demostrar lo importante que es hoy en día saber guiarse con un mapa de carreteras tradicional y apoyados por una brújula direccional. Con tanta tecnología, uno puede perder el sentido de la orientación, no saber dónde estás ni cómo has llegado a un punto, por lo que hay que mantener siempre vivas las formas tradicionales de orientación y guía.

Pasado el pueblo de Beni Tajite, tras una larga recta, de repente el asfalto se acaba y continua un camino en muy mal estado. Recuerdo en ese preciso instante que Alfredo me informó de que en un momento dado el asfalto de la carretera R601 se acaba y hay que seguir la pista. ¿pista? ¿qué pista? Si acaso camino roto y en muy mal estado. Nos confunde otro Land Rover que iba por delante nuestro el cual gira a la derecha con mucha decisión y por otra pista que al menos a primera vista parece más transitable. Pero no es la dirección correcta pues gira radicalmente al Oeste. Paramos y por intervención divina aparecen unos motoristas franceses a los cuales paro y les pregunto si para ir a Merzouga es por la pista rota. El motorista galo, tras consultar su GPS, confirma la dirección. Y así, es, hay que seguir recto, dirección Sur.

A pocos cientos de metros comienza una empinada subida, muy muy pedregosa que me obliga a meter reductoras para afrontarla con seguridad. Si la subida era mala, la bajada estaba aún en peor estado. Dejo caer el coche en primera reductora, intentando guiar las ruedas por encima de unos enormes pedruscos que podrían rajarnos las ruedas en cuestión de segundos. Comienzo a sudar y sudar. Vaya situación extraordinaria. En mitad de la nada, con muchísimo calor, trialeando con reductoras, incomunicados del resto del mundo y dando lo mejor de mis habilidades 4×4 en esta primera etapa. Y aún quedaban kilómetros de pista, en mejor estado, pero muchos kilómetros.

La dirección era buena y llegamos a asfalto cerca de la localidad de El Rachidia donde nos sorprende unas extensas plantaciones de palmeras, millones de ellas, que el día que estén en plena producción, imagino que harán temblar a otros países productores de dátiles. Las plantaciones se encuentran a ambos lados de la carretera durante kilómetros y kilómetros. Aquí no hay problema de espacio y parece que tampoco de agua pues todo está con sistemas de riego automático.

Paradita para relajarnos, pero breve, pues el tiempo se nos echa encima. Me gustaría llegar con luz a Merzouga. Pasamos por Erfoud y para nuestra desgracia y por equivocación nos internamos de lleno en Rissani, pueblo atestado de gente en sus calles y que tenemos que sortear una y otra vez. Se hace dura la situación con todo lo que llevamos de día. Merzouga está ya a escasos 41 kilómetros. Nos vemos obligados a preguntar a un chico cómo tomar la carretera hacia Merzouga, el cual nos informa correctamente, pero nos entretiene varios minutos para convencernos de que volvamos mañana a este pueblo y que nos puede hacer de guía por el mercado a razón de 4 euros por persona. Con muy buenas palabras conseguimos deshacernos de este tipo y afrontar los pocos kilómetros que nos quedan hasta nuestro destino.

A las 20.30 horas y tras catorce horas de ruta, llegamos a Merzouga y me doy cuenta de todo lo que ha cambiado esta ciudad en diez años. Rotondas, farolas, vehículos 4×4 por todos lados, mucho bullicio en general. Me da casi la sensación de haber entrado en un parque temático.

Seguimos sin datos, por lo que se nos presenta el problema de cómo contactar con nuestros amigos y lo mejor de todo, saber en qué hotel están alojados. Mi único contacto en común con el grupo y Merzouga es el Hotel Azalay (allí nos hemos alojado en varias ocasiones y nos conocen), por lo que entiendo que es ahí donde debo ir. Siguiente problema: ¿dónde está el hotel?

Se nos acerca un tipo ofreciéndonos alojamiento y cuando le cuento que no necesitamos habitación, que buscamos a nuestros amigos y que necesito ir al Hotel Azalay, habla con uno de sus compañeros y nos dice que sigamos su coche para guiarnos hasta el hotel. Todo para conseguir clientes si no encontramos a nuestro equipo o una buena propina. El caso es que nos hicieron un gran favor, eso es verdad.

Llegamos al Hotel Azalay, pregunto por el dueño Yusuf y al verlo, ya con cara desencajada por el cansancio acumulado de estos dos días, le digo “Yusuf, necesito tu ayuda”, obteniendo una esperada y simple respuesta, muy propia de los Hombres Libres del desierto: “¿qué necesitas amigo?”. Me identifico como cliente, creo que me reconoce y además, lo más importante, me identifico como amigo de Alfredo. “Busco a Alfredo, ¿no sabrás dónde está?, pregunto. “Claro que sé dónde está mi amigo Alfredo de Madrid, en el hotel de mi hermano” y me señala una tenue luz verde de una mezquita en una pequeña población cercana a escasos kilómetros.

Ante nuestras muestras de felicidad, Yusuf me da un fuerte abrazo acompañado de dos besos en las mejillas y me dice que nos guía hasta el hotel donde están nuestros compañeros. Aprovecho para despedir a nuestro guía anterior y que tanta ayuda nos ha prestado, dándole una generosa propina. A los pocos minutos aparece Yusuf con su Mitsubishi y me guía varios kilómetros a una velocidad frenética por pistas muy rápidas y polvorientas. La noche ya es cerrada.

Llegamos a nuestro hotel sobre las 21.30 horas donde nuestros amigos celebran nuestra llegada y cenamos una muy buena ensalada de arroz y brochetas de pollo. Estamos muy cansados después de un día tan largo e intenso, por lo que nos retiramos pronto a nuestra habitación. Fernando, a través del wifi del hotel, inicia una actividad frenética con la compañía telefónica a la que le hemos comprado los datos y consigue por fin que todo vuelva a la normalidad.

Paseo por Cebollera con Alfredo y la borrasca Martinho. 22 de marzo de 2025

La borrasca Jana y que tanto disfruté hace dos semanas ya es historia. De forma sucesiva y sin descanso alguno llegó la borrasca Konrad y la borrasca Laurence, las cuales siguieron descargando agua y nieve por todo el territorio nacional en cantidades jamás vistas.

Con la llegada de la primavera el 20 de marzo entra una nueva borrasca, Martinho, la cual viene a poner el remate final de tres semanas de caos climático. Los niveles de alerta amarilla suben al rojo y se inundan ciudades como Ávila por el desbordamiento de los ríos Adaja y Chico e incluso el Manzanares y el Jarama amenazan peligrosamente a la propia capital de España. De hecho, algún tramo de la M30 en su zona norte debe cerrarse por inundaciones y convierten en héroes a los ingenieros que se encargan de desembalsar agua de los pantanos.

En Talavera de la Reina la fuerza del Tajo parte en dos el puente medieval y en Córdoba se registran unos niveles nunca vistos en el Guadalquivir. La mayor parte de los embalses españoles están liberando agua para poder soportar lo que aún queda por venir.

Ante esta nueva situación y previendo que posiblemente este maravilloso tren de borrascas finalice pronto, decido de nuevo acercarme a la provincia de Soria para disfrutar del clima y los caminos embarrados. Esta vez no voy solo pues me acompaña mi querido amigo Alfredo con su juguetón Land Rover Freelander2.

A las 9 de la mañana ya estamos en Medinaceli comiendo un torrezno con un refresco de cola y ante mis comentarios de que con esto tenemos para todo el día, mi compañero de fatigas me indica que da por hecho que no he traído nada de comida. Bueno, no he traído nada, pero pensaba parar en la tienda del Puchi en Garray a comprar algo para hacernos un bocadillo, respondo. Menos mal que mi compañero me informa que él no sólo ha traído bebida para los dos, sino también algo de comida, siendo la estrella unos excelentes chuletones de vaca vieja para hacernos a la piedra. Quedo impresionado del menú, pero no de que mi amigo conociera mi falta de organización culinaria cuando hago rutas improvisadas de un día, pues ya nos conocemos y hemos disfrutado juntos de múltiples viajes y muchos miles de kilómetros en todo tipo de terrenos y situaciones.

Arrancamos el Defender y decido hacer la misma ruta de hace un par de semanas con la borrasca Jana. Las pistas del Campillo de Buitrago se encuentran en perfecto estado para imponer buen ritmo y poder disfrutar de enormes charcos de agua y largos tramos absolutamente embarrados y muy resbaladizos. De nuevo quedamos impresionados por el excelente comportamiento del Freelander en terreno complicado.

Paramos en varias ocasiones para disfrutar del excesivo caudal del río Merdancho, que discurre por esta zona antes de desembocar al Duero y nos damos cuenta de que ambos, tanto Alfredo como yo mismo, compartimos una primitiva afición que es la de quedarnos extasiados, en silencio y sin prisa alguna, mirando simplemente la enorme y violenta corriente de agua.

Entre cultivos absolutamente anegados, llegamos sin dificultad a la gasolinera de El Valle donde llenamos depósitos y nos tomamos un breve descanso acompañado de un ligero refrigerio.

Hasta ahora el tiempo nos ha dado alguna tregua. Hace bastante frío, llueve ligeramente, pero en ocasiones se abren claros brillando un sol al que hacía semanas que no veíamos. En silencio y en la soledad de la conducción en el tramo de carretera hasta Molinos de Razón, imploro a los dioses más ancestrales para que, al menos, el sol desaparezca y reine cierto caos climático durante el resto de la jornada y que hemos venido a buscar. Mis plegarias parece que hicieron su efecto.

La Sierra de Cebollera nos recibe envuelta en una espesa niebla en sus partes más altas, dejando entrever que contiene una gran reserva de nieve a partir de media altura. Todo son buenos presagios. Esta sierra nunca decepciona.

El río Razón sigue bajando con muchísima fuerza, pero sí es cierto que algo menos violento que hace un par de semanas. En cualquier caso, la sierra rebosa agua, las cunetas están a pleno rendimiento y muchos tramos de la pista están absolutamente embarrados y encharcados. Los improvisados arroyos que descargan agua desde la cumbre ahí siguen, pero eso sí, con algo menos de fuerza que en mi última visita.

A los pocos kilómetros me veo obligado a parar pues veo algo inaudito y que nunca me había pasado. En mitad de la pista hay una hermosísima y enorme cornamenta de ciervo. Su color es perfecto y las seis puntas del cuerno están blancas y muy bien afiladas. Parece que el ciervo la ha perdido hace bien poco, no solo por su perfecto estado y limpieza, sino también por encontrarla en un sitio tan visible. En cualquier caso, por esta pista, muy embarrada y en el que corren caudalosos torrentes desde hace días, tiene pinta que no ha pasado nadie hace tiempo. Damos una vuelta por los alrededores por si este ciervo ha perdido la segunda cornamenta cerca, pero sin resultado alguno. Sí podemos ver un gran arbusto de la cuneta bastante dañado y en el que posiblemente el ciervo se ha rascado para liberarse finalmente de su molesta y valiosa corona.

Es ahora, a comienzos de la primavera, cuando los ciervos pierden su cornamenta para generar una nueva y que esté en perfectas condiciones para la época de reproducción en el mes de septiembre. Por si alguien entiende de este tema, a esta pérdida de la cornamenta se le llama “desmogue”. Sin dudarlo, nos quedamos con el tesoro encontrado, el cual lucirá, para la actual y venideras generaciones, en alguna de las paredes del cálido hogar de mi querido amigo Alfredo.

En los días posteriores e investigando sobre este tema, me entero de que no está permitido quedarte con la pieza, que es ilegal, pero que en otras culturas menos prohibitivas y rancias que la nuestra, es signo de buena suerte para el resto del año. Y efectivamente, de momento y durante el resto de la jornada, la buena suerte y el buen rollo reinó en toda su plenitud.

Con muy buen ánimo proseguimos por unas pistas cada vez más complicadas a medida que vamos ganando altura. Hay mucho barro y en numerosos tramos la propia pista hace de aliviadero de aguas convirtiéndose en lo más parecido a un río. Sigue haciendo frío, llueve y en ocasiones caen tímidos copos de nieve.

Llegamos a muy buena hora al refugio donde tenemos previsto comer y decidimos afrontar, para hacer hambre, un empinado cortafuegos con una estupenda pinta por el barro y agua que contiene. Esta vez abre camino el Freelander, demostrando una vez más que se trata de un todo terreno muy válido para los terrenos más complicados. Tomamos altura y el barro deja paso a la nieve aumentando así la diversión. Hay mucha nieve, más de lo esperado y llega un momento en que el Freelander corre el riesgo de quedarse empanzado por el grosor de la nieve. En cualquier caso, vaya espectáculo verle trepar por el cortafuegos nevado. Nos planteamos cambiar de turno y que fuera el Defender el que abriera el camino, pero tomamos la decisión de no asumir más riesgos y dar la vuelta y disfrutar de un merecido descanso comiendo y repasando las anécdotas del día.

Llegamos al refugio y me sorprende la organización logística de mi compañero. Abre su maletero y en tres cajas lleva todo tipo de víveres y enseres para sobrevivir varios días. Cerveza fría, un buen queso y lo mejor, dos chuletones de vaca vieja de 600 gramos cada uno. Montamos una mesa dentro del refugio, preparamos el hornillo, troceamos uno de los chuletones y lo vamos cocinando, cada uno a su gusto, sobre una plancha de piedra. Simplemente exquisito, no se puede decir más. El segundo chuletón se quedó sin abrir pues no podíamos más. Y de postre, una buena dosis de café recién hecho y una torta de chicharrones comprada en Medinaceli.

Arrancamos de nuevo nuestros vehículos y nos dirigimos al final de la pista para ver el estado del vadeo sobre el río Razón. Sigue bajando con muchísima fuerza, pero no tanto como hace dos semanas con la borrasca Jana. Menos mal que la salida del vadeo sigue colapsada por una enorme rama de roble que impide el paso en su totalidad. Y digo menos mal, porque habríamos intentado pasarlo sin duda alguna, uno a uno y atados con una eslinga al otro coche por si se lo llevara la corriente. Una locura de esas que sólo se le puede ocurrir a mi compañero Alfredo.

Nos damos la vuelta y tomamos una pista que sube a bastante altitud para rodear toda la sierra y aparecer al otro extremo del vadeo, donde la rama de roble caída. De nuevo abro camino en una pista anegada y muy embarrada que rápido da paso a la nieve. Activo los bloqueos lo cual facilita el paso sobre la nieve virgen y me concentro al cien por cien en la conducción y superar los kilómetros más divertidos de la ruta. Velocidad constante, revoluciones altas, dejar que el Defender ruja para tener suficiente capacidad de reacción para empujar aún más si hiciera falta. Y sí, más caballos hicieron falta en algunos tramos donde había mucha nieve acumulada. Detrás, con comodidad, el Freelander sigue las roderas abiertas por su hermano mayor. Así cualquiera.

Cruzamos el hayedo, por cierto, uno de los mejores de la península ibérica y que en estas fechas y con tanta agua está espectacular. Las hayas aún siguen sin hoja, por lo que la visión del monte es muy amplia. Grandes rocas cubiertas por musgo de un color verde muy intenso y centenares de arroyos descargando agua de forma violenta y descontrolada nos obligan a parar en varias ocasiones a disfrutar del momento, quedando hipnotizados por este regalo de la madre naturaleza. No llevamos ninguna prisa.

Tras muchos e intensos kilómetros, llegamos sin novedad al otro extremo del vadeo y de nuevo respiro aliviado por la rama que impide el paso pues desde este lado se ve aún más factible el paso o simplemente lo vemos con otros ojos pensando en la seguridad que nos daría cruzarlo atado al otro vehículo y evitar así ser arrastrado por la corriente. En fin, otra vez será. Vaya locura.

Para finalizar esta feliz jornada, café de despedida en el pueblo del Royo donde mi compañero inicia su vuelta a la capital y yo me dirijo a mi refugio por la ruta más larga a través de estrechas y rotas carreteras comarcales paralelas a un río Duero desbordado en muchos tramos.  Pero eso, amigos, eso ya es otra historia.

Siete horas con Jana. 8 de marzo de 2025

Ya sabemos todos esta nueva afición por nuestros meteorólogos de bautizar a las borrascas alternando nombre masculino y femenino y por orden alfabético. El año pasado, sobre el mes de enero, llegó la borrasca Juan, nombre masculino y con J, con una espectacular cantidad de nieve y temperaturas bajo cero extremas. Salimos en su busca y tuvimos un fin de semana extremo en lo que se refiere a ruta 4×4 y supervivencia en el monte durante dos días. A pesar de haber transcurrido más de un año, aún nos acordamos de ella y da para muchísimas anécdotas.

Este año, he esperado pacientemente la borrasca que viniera bautizada con la J y aunque ha tardado, por fin ha hecho acto de presencia penetrando por el oeste de la península el viernes 7 de marzo. Esta vez el nombre es femenino y la han llamado Jana, la borrasca Jana. Viene muy cargada de lluvia, nieve y vientos de más de 120 Km/h.

No viene con buenas intenciones y a su paso va dejando un rastro de caos y destrucción con carreteras cortadas y ciudades inundadas a medida que va soltando su preciada carga. Los telediarios y redes sociales avisan que lo peor está por llegar y que afectará al centro de la península con toda su fuerza el sábado 8 de marzo. Pero también hay cosas buenas. Por ejemplo, en Andalucía se han llenado todos los pantanos en tiempo récord, garantizando el abastecimiento de agua para los próximos cinco años. En Madrid, en diez días, ha llovido lo que normalmente cae en toda la primavera. El pantano de la Cuerda del Pozo se encuentra al 84% de su capacidad.

Sábado 8 de marzo. A las 8 horas ya estoy de camino a Soria. Lleva lloviendo toda la semana por lo que el campo está muy muy verde y las tierras de cultivo se encuentran totalmente anegadas. No cae una gota durante el trayecto a pesar de que la radio comienza todos los boletines de noticias con la borrasca Jana, su historial de las últimas horas, su trayectoria a corto plazo y recomiendan de forma alarmista precaución a la población. Creo que de momento voy bien encaminado pues me aproximo a uno de los epicentros de la borrasca, el sistema ibérico.

11 horas. Sigue sin caer una gota. Sí parece que hay viento, pero nada fuera de lo normal. Inicio ruta con el Land Rover, parando en la tienda de El Puchi de Garray donde me aprovisiono de comida y bebida. Esta vez compro doble por lo que pudiera pasar y así hago caso a las advertencias de las autoridades. Una barra de pan de pueblo, dos sobres de lomo y dos de jamón. Para no variar. Y el agua que no se me olvide, aunque si faltara imagino que podré abrevar de cualquier cuneta.

Las pistas del Campillo de Buitrago tienen buen firme y están arregladas desde hace poco, por lo que es buena zona para ir calentando e ir tomando contacto con el Land Rover y el terreno blando y resbaladizo. Rápido evito las pistas en buen estado y comienzo a recorrer caminos de tractores menos cuidados y con mucho barro arcilloso, el cual se pega a las ruedas y cae con violencia sobre el techo y el capó. Aprovecho los charcos para ir limpiando de vez en cuando el barro que se acumula en los bajos.

El instinto me lleva hacia la Sierra de Cebollera que es donde parece que la borrasca ya está haciendo de las suyas, por lo que rodeo el Cerro de San Juan y paro en la gasolinera de “El Valle” para llenar el depósito del Defender. Creo que ya he cumplido de sobra con las recomendaciones de nuestras protectoras autoridades. Llevo agua, comida y gasoil suficiente. En lo que se refiere al móvil, ningún comentario porque no hay cobertura allá donde voy.

En el trayecto por carretera hasta Molinos de Razón caen las primeras gotas, ya con bastante intensidad desde el primer momento. Tomo la pista principal y es cuando me doy cuenta de que va a ser un día intenso y que voy a tener que dar lo mejor de mí mismo. Llueve torrencialmente, la pista está absolutamente encharcada y el viento comienza a ser incómodo, violento y muy frío. Trepo por un resbaladizo cortafuegos que me lleva a media ladera de la Sierra. Este terreno está muy embarrado y requiere encontrar las zonas más pedregosas para poder seguir subiendo. Un potente torrente de agua baja desde las alturas creando zanjas bastante profundas. Vaya destrozo.

Tomo la pista a media ladera y comienza el baile. Esta muy embarrada y corre el agua que da gusto. Aún no me encuentro a mucha altitud, pero me invade una gran sensación de soledad pues por allí no parece que haya nadie, ni que vaya a haberlo en ningún momento del día. La intensidad de la lluvia va en aumento y el viento no da tregua. A medida que tomo altura aparece una densa niebla que incrementa la sensación de caos climático, pero no me impide seguir disfrutando de la situación e incluso ver numerosas manadas de ciervas que cruzan el camino.

A los pocos kilómetros, un enorme pino caído bloquea el paso por la pista. No queda otra que dar la vuelta y retomar la ruta en alguna otra pista.

Tomo un camino, muy conocido para mí, que transcurre a media ladera por toda la sierra y finaliza en el Alto del Royo. La borrasca Jana se retroalimenta y por fin está mostrando su perfil más violento, convirtiendo la sierra en una zona verdaderamente hostil.

La pista está convertida en un río donde el agua corre con fuerza. Hay zonas algo complicadas por el barro acumulado que supero felizmente y sin problemas. Es difícil mantener el coche en la dirección deseada pues las cruzadas en el camino son continuas, pero siempre me permite una suave corrección y seguir avanzando. Hay que llevar la velocidad adecuada para no llevarse algún susto. Hay tramos en los que, si me detuviera, creo que sería difícil volver a arrancar. A medida que tomo altura, aparecen largos tramos con nieve y así puedo confirmar que por aquí no ha pasado nadie desde hace al menos 10 días, cuando cayó una gran nevada en esta zona. Conecto el diferencial para ganar adherencia. Toda seguridad es poca.

Las cunetas están desbordadas y al camino caen enormes torrentes de agua totalmente descontroladas que provienen de la cumbre y que provoca que aquello sea un caos. Hay cierta sensación de naturaleza descontrolada. Paro en varias ocasiones para disfrutar del momento y oír el estruendo del agua caer, tanto la de la lluvia, que cada vez va a más, como el de los improvisados torrentes cuyo caudal es brutal. Se junta el deshielo y una incesante lluvia torrencial, una mezcla explosiva. El terreno ya no absorbe más agua y busca salida por donde puede. Se ha comido la pista en varios tramos, lo cual requiere sortear zanjas y grandes piedras que quedan al descubierto.

En una de las paradas me da por pensar que, si en estos momentos tuviera una avería, la situación sería de documental de La 2. Estoy sin cobertura desde hace horas, por aquí no hay nadie y tardaría horas en llegar a algún sitio civilizado bajo estas condiciones. Me libero rápido de estos pensamientos oscuros pues la verdad es que tampoco me quitan el sueño. El Land Rover está respondiendo muy bien y tengo la situación controlada. Al menos eso creo.

Sobre las 15 horas llego por fin a un refugio donde me hago un bocadillo y lo degusto en absoluta soledad extasiado con las condiciones del exterior. En el refugio no me mojo, pero por los enormes huecos donde debería haber una puerta y una ventana entra un fuerte viento helado y muy húmedo. Me hubiera gustado disfrutar de más tiempo de descanso, pero la situación no acompaña, por lo que rápido vuelvo al fragor de la batalla e inicio lo que son los últimos kilómetros de pista antes de llegar a zona asfaltada.

Entre baile y baile, me empiezo a preguntar cómo estará el vadeo sobre el río Razón y que es paso obligado para finalizar el camino que he iniciado. Durante el trayecto, ha habido ocasiones que el río se dejaba ver y daba miedo el caudal y la violencia con la que baja el agua. Hasta ahora no había tenido en cuenta este aspecto tan fundamental para poder finalizar felizmente esta pista.

No tardo mucho en llegar al vadeo y efectivamente, está impracticable. Nunca había visto tanta agua en este paso del río y estoy convencido que la fuerza con la que baja hubiera arrastrado el Land Rover. En cualquier caso, en la otra orilla, hay una enorme rama de roble partida y caída sobre el camino que impiden el paso. Creo que hay intervención divina en la rotura de esa rama para evitar de esta forma el irracional pensamiento de intentar el vadeo. En cualquier caso, nunca lo habría intentado, hubiera sido una temeridad.

No queda otra que volver por donde he venido. Son más de 35 km. de pista totalmente embarrada y encharcada, pero cuento con la experiencia de la ida, por lo que puedo imponer un ritmo más alto en la marcha. De nuevo el barro, la nieve y aún más agua, pues no ha parado de llover con fuerza desde hace horas.

Ya en asfalto, tengo la sensación de haber vencido una vez más a la madre naturaleza, pero la aventura no acaba pues la borrasca Jana sigue con muchísima potencia descargando su furia en toda la provincia de Soria. Con las últimas luces, por fin llego a mi guarida, enciendo la chimenea y aún me da tiempo a un último paseo en solitario para disfrutar del lugar y la lluvia.

9 de marzo, domingo. Salgo de mi cueva a las 7,30 de la mañana y a no más de 30 metros hay tres corzos macho mirándome fijamente. Dos de ellos, al detectarme, se van inmediatamente dando grandes saltos, pero el tercero se queda inmóvil mirándome fijamente.

Me quedo muy quieto clavando la mirada en el desafiante corzo. A los pocos segundos comienza a ladrarme. Un ladrido, otro, otro más…… los otros dos corzos más cobardes se mantienen muy cerca en la espesura y responden también con ladridos. Cada vez que ladra, una nube de vaho sale de su boca de rumiante. Y así durante al menos diez minutos, en pleno entendimiento con el corzo que sigue ahí, muy quieto, mirándome y ladrando cada pocos segundos.

Tranquilo, sigue tu paseo, no soy peligroso. El corzo parece entenderme pues en determinados momentos incluso me da la espalda, come algo de hierba, se gira de nuevo hacia mí y me dedica algunos ladridos más. A continuación, da un salto enorme y se pierde en la espesura. Pero esto amigos, este entendimiento pleno con la naturaleza y sus habitantes ya es otra historia.

Yanguas. 27 de diciembre de 2024.

Aún queda mucho territorio por explorar en la provincia de Soria, por lo que aprovecho un día de las vacaciones de Navidad para visitar la pequeña localidad de Yanguas, el pueblo situado más al Norte de la provincia, ya casi en la frontera con La Rioja.

Este pueblo ha sido incluido en la lista de “Los pueblos más bonitos de España”, pero, en mi humilde opinión, deberían darle una revisión y conocer aspectos que a los visitantes nos gustaría encontrar o no encontrar, en pueblos incluidos en tan afamada lista.

Creo que para que un pueblo forme parte de esta lista de privilegiados, no basta con tener unas casas y calles bien cuidadas y limpias, que Yanguas las tiene, o unas murallas y puertas de acceso espectaculares, que Yanguas las tiene o un bonito castillo, que Yanguas lo tiene o unos espectaculares paisajes y una naturaleza cuidada, que Yanguas también lo tiene.

Un pueblo con estas características debe tener algo más, un plus, un extra que desgraciadamente no todos los tienen y creo que es algo simple y poco complicado. Sólo son detalles, pero en mi opinión importantes, pues denota si realmente lo que hay detrás de estas inclusiones de pueblos en una u otra lista es o no una farsa política más y una forma de obtener subvenciones para malgastar.

En este caso, ese extra podría consistir en la adecuada conservación de la cartelería explicativa de los lugares importantes de la localidad o algo tan lógico como eliminar la pared de frontón encastrada en una de las fachadas del castillo y la cancha de fútbol y baloncesto de la mismísima puerta de acceso principal al castillo.

El paraje es simplemente espectacular, así como sus casas, calles y castillo. Pero se te cae el alma a los pies cuando llegas a la zona del castillo y ves que el entorno de su entrada principal está ocupado en su totalidad por lo que debe ser el centro deportivo del pueblo consistente en una cateta y descuidada pista de hormigón con una portería de fútbol con una enorme y desproporcionada red para evitar perder la pelota, una mesa de ping pong y dos tristes canastas de baloncesto. El esperpento llega a su punto álgido con una blanca pared de frontón construida sobre la fachada principal del castillo.

Sinceramente, visto el lamentable espectáculo del castillo y mucha de la cartelería explicativa dispuesta por el pueblo, ilegible y quemada por el sol, cuestionaría mantener al pueblo en tan privilegiada lista. Debería haber más control y establecer unos mínimos requisitos de mantenimiento y conservación que resalten verdaderamente el valor de muchos pueblos de nuestro territorio. Si el pueblo no quiere perder su actual centro de alto rendimiento deportivo en la mismísima puerta del castillo, pues que pertenezca a la categoría que tenga a bien, pero no a la de “Los Pueblos más bonitos de España”.

A pesar de lo dicho, Yanguas es un pueblo muy bonito y merece la pena su visita. De verdad.

El castillo data de finales del siglo XIV y perteneció en sus inicios a los señores Pedro y Diego de Jiménez, descendientes de los reyes de Navarra. Posteriormente sirve de residencia a los señores de Yanguas y a los de los Cameros Viejos. Construido al estilo árabe en tapial de argamasa y cal y sobre una antigua fortaleza del siglo XII. Sus murallas y torres están bien conservadas, no así su interior, donde se han recuperado muchas columnas de lo que en su día debieron ser patios porticados, pues se trataba de un palacio fortaleza. Controlaba un lugar estratégico, como era el paso natural por el río Cidacos hacia la cuenca del Ebro.

Destaca también la iglesia de San Lorenzo en el centro del pueblo de origen románico y la de Santa María, ya en la carretera y con pinta algo decadente. A un kilómetro, se observa la torre de San Miguel, único resto que queda de la iglesia románica del mismo nombre.

Espectacular es el puente medieval de piedra sobre el río Cidacos, cuya orilla la han hecho accesible y el paseo es bastante bonito, En nuestra visita, el río Cidacos llevaba mucha agua y daba gusto verlo y oírlo.

El terreno es reconquistado a los musulmanes por el reino de Navarra e el siglo XI, pasando a pertenecer al reino de Castilla en el año 1134. El rey Alfonso XI, en el año 1347 concede a los habitantes de Yanguas el privilegio de no pagar por los portazgos, es decir, el impuesto por introducir mercancías a las ciudades. Ello provoca que muchos yangüeses se conviertan en arrieros, transportando mercancías por todos los rincones de Castilla. (Arriero: Dícese de la persona que trajina con bestias de carga). Mucha importancia tuvieron los arrieros de Yanguas en época medieval, pues son nombrados en la obra literaria más famosa del ilustre Cervantes. Estos arrieros sorianos le metieron una buena paliza a Quijote y Sancho, pues Rocinante se sintió atraído por una yegua de nuestros amigos sorianos. Y con eso no se juega.

Los arrieros yangüeses monopolizaron prácticamente el transporte de mercancías entre Sevilla y el Cantábrico, dando lugar incluso al nombre de una ruta comercial llamada “camino de los yangüeses”. La reputación de la que disfrutaban estos arrieros era excelente, siendo transportistas eficaces y de probada fidelidad. Durante muchos años transportan hasta las actuales vascongadas, para su tratamiento, la plata y otros tesoros que desde el Nuevo Mundo llegaban al puerto de Sevilla. El precio del viaje, el 1% de la plata transportada o el 0,5% si se trataba de oro.

Sin duda que el trabajo de los arrieros y el de los sacrificados trashumantes de la oveja merina, hicieron de Yanguas una población rica y próspera durante siglos.

Llega el momento de tomarse un aperitivo y lo hacemos en el Hotel El Rimero, con estrafalaria entrada, pero rápido se entiende cuando nos atiende la dueña. Estrafalaria pero simpática y buena cocinera, pues nos pedimos con la bebida un plato de ciervo guisado que estaba bastante bueno. No dejaba de murmurar contra una remilgada turista francesa que le había preguntado si podían comer a la carta y se había ido sin más al responderle que podía darle un menú. Entre lo rancio del carácter francés y las pocas ganas de la otra de dar explicaciones de lo qué consiste un menú español, pierde el cliente que entiendo le habría venido bien pues el pueblo estaba vacío. Turistas, nosotros y cuatro más. Así mejor. Y eso que al ser uno de “los pueblos más bonitos de España”, debería haber más visitantes. Imagino que con el buen tiempo no se podrá ni pasear por estas calles hoy solitarias.

Tomamos nuestros bocadillos sentados al sol en un banco muy cerca de la Iglesia de Santa María, para tomar luego un café en la soleada terraza del Alberge situado a la orilla de la carretera y con buenas vistas a la montaña.

A la vuelta, una vez pasado Villar del Río, paramos en el yacimiento de Icnitas de Fuentesalvo, al borde de la carretera, donde ponemos toda nuestra imaginación para visualizar las huellas del dinosaurio que por allí pasó hace millones de años a toda velocidad sobre el barro. Menos mal que los expertos ayudan dando cierto color a las huellas. Pero eso, amigos, eso ya es otra historia.

Icnitas

Andaluz y Berlanga de Duero. Soria, 11 de enero de 2025.

Siempre tengo pendiente algún lugar para visitar aunque ya haya estado en ellos previamente. Como me muevo con poca organización y en mis rutas prima la improvisación, aunque visite algún lugar, entra dentro de lo normal tener que volver de nuevo para conocer algo que quedó pendiente y cuya existencia he descubierto en estudios posteriores.

Es lo que tengo. Primero hago el trabajo de campo y luego realizo el estudio en la soledad de mi despacho y es en ese momento cuando me doy cuenta de que me he dejado aspectos interesantes en el tintero. Sí, eso es, lo hago al revés, pero es lo que hay y ello me permite ser muy flexible en mis viajes, pudiendo variar totalmente la ruta prevista en un inicio y comenzar una totalmente nueva y desconocida si veo en el horizonte algo interesante. Además, me he dado cuenta de que el estudio posterior es más intenso y productivo si la visita realmente me ha llamado la atención.

Y con estos antecedentes, decido, junto con mi media naranja y en un frio fin de semana de enero, explorar más en profundidad el pueblo soriano de Andaluz. Sí, Andaluz, nombre sorprendente para un pequeño pueblo de la profunda, fría y austera provincia de Soria.

Andaluz

Una vez en Almazán, tomamos la carretera CL116 y no tardo muchos kilómetros en vislumbrar en el horizonte, dirección Sur, una atalaya que no tengo controlada. Tomo el primer desvío el cual señala la población de Velamazán. Y efectivamente, a medida que nos acercamos la atalaya se hace realidad y en el cerro cercano también se ven las ruinas de lo que parece ser los restos de un castillo. Increíble.

Aparcamos en las inmediaciones y nos recorremos los dos cerros con estas joyas recién descubiertas. La iglesia fortaleza de San Sebastián, cuya portada desvela su origen románico, se encuentra en ruinas y alberga el cementerio del pueblo. Más arriba, una atalaya en perfecto estado. Las vistas son espectaculares y bajamos al pueblo para visitar lo que, desde este punto,  parece una gran iglesia.

Paseamos por el centro del pueblo y de uno de los edificios enfrente de la iglesia, sale una anciana que nos grita, “¡Vecinos, que el bar está aquí!”, a lo que respondemos que vamos en un momento, no queda otra. Damos un paseo por la plaza donde disfrutamos de lo que en su día fue el palacio de los Marqueses de Velamazán construido en el siglo XVII al igual que la iglesia que preside la plaza.

Velamazán
Velamazán

Entramos al bar donde nos espera una anciana muy arrugada, con el pelo blanco tirando a amarillento, vestida con una gruesa bata azul, como de estar por casa, pero con una amplia sonrisa y con ganas de atendernos y contarnos historias del pueblo. En la barra hay dos parroquianos ataviados con mono de trabajo que nos saludan también muy amables.

La anciana camarera me sirve uno de los mejores botellines de Mahou que he tomado últimamente, es decir, muy muy frío, como a mí me gustan, un pelín antes de congelarse. Y para mayor sorpresa, en contra de toda costumbre soriana, nos pone unas aceitunas de aperitivo.

Rápido se instala enfrente nuestro para darnos la bienvenida al pueblo. Pueblo que, informa, ahora está de capa caída, pero hace tiempo, con los Marqueses, era un pueblo rico, importante y lleno de gente. Al parecer el último Marqués murió a comienzos del siglo XX sin herederos y sus tierras y palacios fueron vendidos a la gente del pueblo. Se unen a la conversación los dos parroquianos. Uno de ellos es el propietario de la atalaya y me dice que otro día me la puede enseñar. Le pregunto si se trata de una atalaya árabe y me dice que los últimos estudios indican que se trata de un molino de viento y para corroborarlo, me enseña en su teléfono móvil un estudio realizado recientemente. He realizado indagaciones posteriores y efectivamente, el paisano está en lo cierto pues se trata de un molino de viento construido a fines del XIX o comienzos del XX. La atalaya la sitúan en las ruinas de la iglesia de San Sebastián, a pocos metros, lo que hoy es la torre del campanario.

Velamazán

  El otro parroquiano confirma la prosperidad del pueblo hace años, indicando que incluso tuvo un monasterio, pero nadie sabe dónde están sus ruinas. Para que la conversación no decaiga, la rubia camarera nos saca de una lata ya abierta, dos mejillones en escabeche y nos pone otro aperitivo de patatas fritas. Entran dos personas más en el bar, uno de ellos muy anciano, el cual se anima también a hablar con nosotros, de dónde somos, que seamos bienvenidos etc. Es increíble que nos encontremos en Soria. Al poco, llega otra persona que al parecer es el alcalde. La camarera nos dice que vengamos otro día para enseñarnos la iglesia y que nos regalará un gorro hecho con plástico que ella misma teje. Nos dice que los hace ella misma y que es la única que lo hace en España. Las bolsas de plástico las convierte en ovillos y con ello teje todo tipo de prendas y artilugios.

Al irnos, todos los parroquianos se despiden de nosotros con una gran sonrisa y nos siguen con la mirada hasta que desaparecemos por la puerta. La experiencia ha sido realmente entrañable. Nos da la sensación de dejar ahí a muy buena gente, de dejar amigos.

Velamazán

Con el corazón aún en un puño, proseguimos nuestro viaje y por fin llegamos a Andaluz, nuestro objetivo. Subimos con el coche al alto y comemos nuestros bocadillos en un banco situado enfrente de uno de los pórticos románicos más espectaculares de la provincia. La iglesia de San Miguel Arcángel, del siglo XII. Toda para nosotros. No se ve ni se oye a nadie. Hace frío, pero sentados al sol se está realmente a gusto.

Andaluz
Andaluz

Tras visitar el enorme puente medieval de origen romano que cruza el río Duero, nos dirigimos a lo más alto del pueblo para intentar encontrar lo que hemos venido buscando: La iglesia mozárabe de Santa Lucía (siglo X-XI), el castillo y un espectacular mirador llamado “El portillo de la Hoz” con cien metros de altura al borde de un cortado en la montaña que servía de paso hacia el Duero. Este paso fue cruzado por Almanzor gravemente enfermo tras arrasar el monasterio de San Millán de la Cogolla y en lo que fue su última operación de castigo contra los cristianos.

Tras unos kilómetros de pista de tierra ligeramente embarrada, llegamos al comienzo del sendero que nos mostrará estas importantes joyas. El viento es fuerte y muy frío, lo cual nos anima a recorrer el kilómetro y medio por este parque temático al aire libre, en el que somos los únicos visitantes y donde el paisaje es simplemente espectacular. Al fondo, en el horizonte, se divisa perfectamente la silueta de la fortaleza califal más grande y temida de todos los tiempos, el Castillo de Gormaz. Se me eriza la piel. Nos encontramos en territorio controlado por las tropas califales y la mente se me llena de pensamientos sobre lo que pudo ocurrir en todo este territorio durante la dominación musulmana.

Portillo. Gormaz al fondo

Por fin descubro el punto donde posiblemente se encuentra el origen de esta pequeña población. La iglesia de Santa Lucía se encuentra en ruina absoluta, pero con las últimas intervenciones y excavaciones (año 2018), permite hacerte una idea de lo que fue en su día. Muy cerca, el castillo, totalmente arruinado, de 25 metros de lado, de origen musulmán y que controlaba este importante paso entre montañas para cruzar el puente sobre el río Duero. La defensa del paso desde tan imponente altura haría imposible cualquier movimiento de tropas enemigas. Un poco más adelante, el borde del acantilado donde los buitres leonados pasan muy muy cerca. Simplemente espectacular. El Castillo de Gormaz sigue controlando nuestros movimientos. No puedo desviar la vista de su imponente figura.

Andaluz
Andaluz

Tomamos la decisión de hacer noche en Berlanga de Duero, pero como aún nos queda luz, nos da tiempo a realizar una pequeña ruta circular hasta nuestro destino e intentar descubrir tesoros en los pueblos cercanos. En Valderrueda no vemos nada interesante, pero sí en Fuentepinilla donde paramos para recorrer el pueblo a pie, destacando un bonito arco medieval de entrada al pueblo y un par de casas palacio con fachadas bien conservadas. Se nota que en su día este pueblecito fue Villa, disponiendo de su propio gobierno y jurisdicción. Hoy se encuentra prácticamente vacío. No vemos a nadie durante nuestra visita. Por este pueblo también pasó Almanzor a la vuelta de su última acción militar ya mencionada.

Fuentepinilla
Fuentepinilla
Fuentepinilla

Tampoco vemos nada interesante en Valderodilla ni Tajueco, por lo que nos dirigimos con las últimas luces a Berlanga para buscar refugio donde pasar la noche.

La entrada a Berlanga de Duero es fantasmagórica. Las calles están totalmente silenciosas y no se ve a nadie por la calle. Aparcamos en la misma Plaza Mayor, donde el hostal en el que pretendíamos alojarnos está apagado y cerrado a cal y canto. En un bar de la Plaza, algunos paisanos toman la primera cerveza de la tarde. El pueblo parece estar inmerso en un largo y profundo letargo invernal.

Llamamos por teléfono al Hostal y el propietario nos abre, da las luces y nos asigna una habitación con vistas a esta maravillosa Plaza Mayor, la cual es uno de los mejores ejemplos de plazas castellanas porticadas con madera.

Paseamos por silenciosas, oscuras y frías calles. La Colegiata, el Castillo y otras callejuelas solo para nosotros. Nos cruzamos con muy poca gente, todas del pueblo, ningún turista. Me atrevería a decir y creo que estoy en lo cierto, de que somos los únicos españoles que hemos tomado la decisión de visitar esa tarde la localidad de Berlanga. Algunos bares están abiertos y tomamos algo para terminar comprando repostería del Burgo de Osma en la panadería del pueblo.

Berlanga de Duero
Berlanga de Duero

A pesar de que las reseñas en Internet sobre la cocina de nuestro hostal no son buenas, no nos queda otro remedio que intentarlo pues no dan de cenar en ningún otro local del pueblo. Pinchos de tortilla de patatas, una de ellas rellena de jamón y queso, un nutritivo y reparador torrezno y una refrescante ensalada de la casa, hace que no nos equivoquemos y cenamos así de forma honorable. Durante la cena, entablamos conversación con un cliente habitual del bar que, casualidades de la vida, vivía en Fuentepinilla, bastante majete, soltero, más o menos de mi edad y dedicado a la agricultura, por lo que, según nos dice, tiene bastante tiempo libre. En su pueblo únicamente hay ancianos y él viene a Berlanga a tomarse los cafés e imagino que para relacionarse con otros seres humanos. Aparece también otro agricultor, este ya jubilado, el cual se une a la conversación que tenemos entablada en el bar. Somos los únicos clientes junto con un anciano que cena en silencio en la mesa de al lado. No nos olvidemos que nos encontramos en la zona más despoblada de España donde la realidad rural, sobre todo en el frio y solitario mes de enero, es aún más dura, al menos desde nuestro punto de vista de urbanitas.

Berlanga de Duero

Cuando nos retiramos a dormir, parece que el sistema de aire caliente no funciona y la habitación está a doce grados. Nos facilitan un calefactor para que al respirar no salga vaho.

A la mañana siguiente, sobre las 8.30, con el bajo cero, salgo a pasear por el pueblo y realizar las habituales fotografías. Por la calle, solo me cruzo con grupos de vecinos organizando su batida de caza. La verdad que me llama la atención su sofisticada indumentaria de camuflaje. ¿Dónde ha quedado el clásico pantalón y jersey verde? Más parecen mercenarios adiestrados para matar, que simples cazadores.

Tras mi solitario y largo paseo, cuando vuelvo al hostal para desayunar, en el bar me encuentro de nuevo a nuestro nuevo amigo de Fuentepinilla tomando un café. Nos saludamos, cruzamos algunas palabras y rechazo amablemente su invitación a café. Pienso de nuevo en la vida tan distinta que podemos tener este tipo y yo y eso que ha visto mundo por lo que comenta. No se me va de la cabeza. También está en el bar el anciano que ayer cenaba en silencio. En otra esquina hay un hombre de mediana edad que no se encuentra en sus cabales porque habla solo y de forma muy rápida e ininteligible.

Desayunamos café y tostadas, mantenemos nueva conversación con el de Fuentepinilla y tomamos carretera hacia Madrid haciendo parada en Almazán donde paseamos una vez más por su espectacular Plaza Mayor, presidida por el imponente Palacio de los Mendoza y la Iglesia románica de San Miguel. Pero eso ya, amigos, eso ya es otra historia.

Velamazán
Fuentepinilla
Andaluz
Berlanga de Duero

Fez. La ciudad de los gatos. 30 noviembre 2024

Corre el año 818 en Córdoba. El emir Al Hakam I gobierna Al Ándalus con mano dura. Se le califica como déspota, poco conciliador, autoritario, violento, impulsivo, injusto y alejado de la fe musulmana. Vivía con grandes lujos y se dedicaba fundamentalmente a jugar, cazar, beber y disfrutar de todos los placeres que brinda la vida. Sin duda un personaje cruel y sanguinario que dejó 19 hijos varones y 21 hijas.

Su mandato está marcado por numerosas rebeliones internas, las cuales son aplastadas con extrema violencia. En el año 818 los habitantes del arrabal conocido como “Saqunda” y situado en la orilla sur del Guadalquivir, una vez cruzado el puente romano, se levantan en armas e intentan tomar el Alcázar, lugar de residencia del Emir. Ante lo comprometido de la situación, el emir ordena a su ejército que sorteen el cerco impuesto por los enfurecidos ciudadanos y arrasen el barrio de los rebeldes al otro lado del río.

Los soldados cumplen escrupulosamente las órdenes recibidas y entran a sangre y fuego en el arrabal de Saqunda, prendiendo fuego a las viviendas y pasando a cuchillo a los que allí se encuentran. Ancianos, mujeres y niños. No se libra nadie.

La medida adoptada consigue su efecto, pues los revolucionarios que asediaban el palacio, al darse cuenta de la maniobra del emir, acuden a su barrio para la defensa de sus familias, iniciándose así una enorme carnicería, en la que el barrio es arrasado y sus habitantes son masacrados sin piedad durante tres días. Los supervivientes, son obligados a abandonar Al Ándalus de forma inmediata y se ordena que no se vuelva a construir nada sobre las ruinas del barrio, siendo el terreno roturado y sembrado de sal. (Para quien conozca Córdoba, se trata del actual barrio de Miraflores, donde aún hoy parece que la maldición se mantiene pues hay muy poca construcción. Algunas casas y un centro de arte contemporáneo)

Cuentan las crónicas de la época, que el Emir “declaró presa lícita a las mujeres de los del Arrabal y sus secuaces, así como autorizó todo acto de muerte saqueo e incendio”

Ocho mil familias supervivientes de la masacre se instalan en la recién fundada ciudad de Fez para iniciar una nueva vida. En la actual ciudad de Fez aún quedan vestigios que recuerdan a estos refugiados, pues un importante barrio de la Medina se denomina el barrio andaluz e incluso, una de las grandes mezquitas de la ciudad es conocida también como la mezquita de los andaluces.

Ya es costumbre familiar viajar a Marruecos y esta vez hemos decidido como destino la ciudad de Fez. Un matrimonio amigo se une al viaje lo cual garantiza aún más que lo pasaremos estupendamente. Tras un rápido vuelo de poco más de hora y media y algún rebote extraño en el aterrizaje o al menos esa fue la sensación del pasaje, pisamos de nuevo tierra bereber donde la temperatura es muy cálida a pesar de estar en el último día del mes de noviembre.

Tras casi una hora de tráfico intenso llegamos a nuestro Riad donde, como es de rigor, nos reciben con mucha amabilidad y con un té hirviente esta vez acompañado de una espesa, densa y nutritiva galleta almendrada de la cual no dejamos ni rastro pues la comida de hoy la hemos hecho antes del mediodía.

No tardamos en acomodarnos en nuestras habitaciones y salimos a la calle. El Riad se encuentra en plena Medina y en una de las calles más transitadas y comerciales, Rue Talaa Kebira, arteria comercial de la ciudad, por lo que en cuestión de segundos nos vemos inmersos en plena vorágine.  No puedo evitar comparar esta Medina con la de Marrakech y ésta es algo diferente. Hay menos gente, no hay motos que sortear y los comerciantes no son tan insistentes. Nos llama mucho la atención la cantidad de gatos que hay por todos lados. Cientos de ellos deambulando por las calles y callejones, en los comercios, restaurantes incluso y algunos instalados en cómodas cajas de cartón que utilizan para descansar y dormir. Tras varias horas dando vueltas, nos tomamos una cerveza en una terraza con grandes vistas donde escuchamos, por fin, la primera llamada a la oración de este viaje. La cerveza es buena, marca Casablanca, es decir, producto local. De aperitivo, pepino natural cortado en rodajas y zanahoria fuertemente especiada.

A las 20.30 horas tenemos reservada cena en el restaurante Palais Bab Sahra, donde llegamos tras preguntar a los lugareños infinidad de veces y finalmente uno de ellos, nos acompañó amablemente hasta la misma puerta tras recorrer infinitos callejones muy muy estrechos, mal iluminados, poco cuidados e infestados de gatos. Por nuestra cuenta hubiera sido imposible llegar pues todo era laberíntico y habríamos tenido incluso cierta sensación de inseguridad, no por la gente, sino por lo oscuro, tétrico y estrecho de las callejuelas.

El restaurante, como su propio nombre indica, es un palacio ricamente adornado, de varias plantas y en su patio central hay muchísimas mesas ya ocupadas por los propios marroquíes. De un vistazo vemos que somos los únicos turistas y eso siempre es buena señal. Algo se celebra, pues actúa un grupo de folclore local, compuesto por un cantante y cuatro o cinco tambores. El público baila y acompaña la música con palmas. Las canciones son interminables, de larga, larguísima duración.

Nos acomodan en una especie de reservado en uno de los laterales donde tenemos una visión perfecta de todos lo que nos rodea y rápido nos toman nota. Ensalada marroquí y unos tajines de pollo con verduras y ternera con almendras. La ensalada nos la traen para los cuatro en varios platillos y cada uno con un misterioso ingrediente: pimientos, remolacha, berenjena, patata, zanahoria, calabaza y algún otro ingrediente difícil de identificar, pero siempre adecuado, bueno y especiado. Los tajin, buenos, pero con demasiada verdura, mucha zanahoria y mucho calabacín. Por fin, en el fondo del volcán vegetariano, el ansiado trozo de carne. Hago la promesa de no volver a tomar zanahoria durante un periodo largo. No puedo más.

Mientras tanto, la música ha parado y comienzan a servir la comida a los lugareños. Debe ser un menú ya acordado, pues en cada mesa, de unas siete u ocho personas, depositan una fuente enorme con cuatro enormes pollos asados recubiertos de una capa de almendras en su parte superior. La pinta es buenísima y su sabor imaginamos que mejor, pues los comensales se abalanzan sobre ellos, algunos con cubiertos y otros con las manos directamente. Los de la mesa de al lado, todo hombres, por cierto, al ver que preguntábamos al camarero de qué se trataba, nos ofrecen compartir el pollo lo cual desechamos. Los más mayores atacan el pollo con las manos, arrancan una porción, la engullen, se relamen los dedos para eliminar todo rastro de grasa y vuelta a desgarrar otra porción para continuar el festín. Por supuesto que no son capaces de acabarse los cuatro pollos. Ni ellos, ni ninguna de las mesas que nos rodean. Sobra más de la mitad.

Mientras tanto, a nosotros nos sirven el postre que consiste en una enorme bandeja rebosante de fruta. Plátanos, manzanas y naranjas, una pieza de cada para cada uno y que no somos capaces de finalizar. La naranja exquisita, por cierto.

Llega el segundo plato para los lugareños, consistente en unas enormes ollas de barro de Tanjia, carne de vaca asada durante horas en el horno y muy especiada, cuyo contenido vierten en una enorme fuente central y donde cada uno se sirve como quiere, ya sea con cubiertos o con las manos. De nuevo son incapaces de acabar el plato y sobran varios kilos de carne por mesa. Alguno utiliza de forma muy diestra dos trozos de pan para servirse y engullir la carne con mucha salsa.

Mientras degustamos un exquisito té con pastas, llega al resto de mesas una descomunal fuente de fruta. Plátanos, manzanas, naranjas, piña y kiwis en una cantidad imposible de determinar. Nunca habíamos visto tanta cantidad de comida. Brutal.

De nuevo comienza la música, los bailes y las palmas, lo cual aprovechamos, por indicación del responsable del local, para visitar el palacio en todos y cada uno de sus rincones. Simplemente espectacular. Debe tener unos cuatro pisos, multitud de reservados para comer, un enorme salón con una cocina totalmente equipada donde dan cursos de cocina, todo con una cuidada decoración y rematado con una terraza espectacular con vistas a la Medina.

Ya de vuelta en el hotel, antes de dormir, brindamos por nosotros mismos con unos chupitos de crema de orujo comprados en el aeropuerto de Madrid.

Seis y media de la mañana. La llamada a la oración nos despierta y nos permite estar a las 8,30 en el comedor para el desayuno. Café, pan, pastel, miel, mermelada y un huevo duro pero cascado previamente a ser cocido, nos da energía para iniciar este nuevo día. El Riad tiene sus propios gatos los cuales campan a sus anchas sin límite alguno. Además, tienen como compañera a una enorme tortuga mora que deambula lentamente por los suelos alfombrados.

A las 10 de la mañana hemos reservado un free tour por la ciudad, pero el encargado del hotel nos envía en dirección contraria. Ello provoca que, a primera hora y a buen ritmo, nos pateemos toda la calle  Talaa Kebira con sus terribles cuestas tanto de subida como de bajada. Cada vez que preguntábamos a los lugareños por la dirección en la que habíamos quedado con el guía, unos nos enviaban en dirección contraria, pero otros en cambio decían que íbamos bien. La dirección correcta era la puerta del Liceo Moulay Idrisis y la gente nos enviaba hacia el mausoleo de este señor y a otros edificios con su nombre. Hay que tener en cuenta que edificios con ese nombre debía de haber varios pues se trata de un rey de Marruecos, descendiente directo de Mahoma, fundador de una de las dinastías más importantes de Marruecos que gobernó entre los siglos VIII y X y de la propia ciudad de Fez en el año 789.

Con el cuerpo ya tembloroso por el ritmo impuesto en las cuestas durante más de una hora, llegamos a la puerta del Liceo con varios minutos de retraso y allí ya no quedaba nadie. Únicamente los buscavidas, uno de los cuales se ofreció para hacernos de guía durante la mañana. Acordamos el precio y recorremos la Medina por callejones muchos de ellos alejados de turistas y no siempre comerciales.

La Medina de Fez es la más grande del mundo. La califican también como la mayor zona peatonal del planeta. Consta de 9.000 callejones y con una extensión de unas 250 hectáreas. Es brutal. Pasear por sus callejones, muchos de ellos totalmente oscuros a plena luz del día, permite trasladarte a los orígenes de la ciudad a finales del siglo VIII. Sigue tal cual. Es alucinante. Las fuentes y las pequeñas mezquitas son innumerables, parecen multiplicarse.

Visitamos también el barrio andaluz, donde se instalaron nuestros compatriotas refugiados a comienzos del siglo IX y donde se encuentra una de las mezquitas más grandes de la ciudad, la Mezquita de los Andaluces. El minarete de esa mezquita fue financiado ni más ni menos por el propio Abderramán III, con el botín obtenido de sus correrías contra los cristianos en la península ibérica. El minarete sigue ahí y me siento muy identificado, no lo puedo remediar. Allí hay una parte importante huella de nuestros bravos antepasados.

Mi preferida se para en una tiendecita a ver unos mosaicos y el guía, con poco tacto y abusando de su condición de machito musulmán, se dirige a ella y le dice que solo puede pararse cuando él lo diga y en las tiendas que nos indique. Desconoce el guía, Abdil, que se enfrenta a una mujer curtida en mil batallas en los zocos marroquíes y que incluso hace unos años realizó un largo viaje de aventura durmiendo bajo las estrellas del desierto del Sáhara. Lejos de achantarse, esta valerosa mujer, le habla alto y claro al guía espetándole, “Me parece muy bien lo que dices, pero yo me paro dónde y cuándo me da la gana”. El vapuleado y derrotado guía se queda cortado por el ímpetu femenino y algo avergonzado pide perdón una y otra vez.

Obligada parada en una curtiduría donde se tratan las pieles de cabra, vaca y camello para convertirlas en cuero. A través de un comercio, accedemos a una terraza donde puedes ver la curtiduría en su conjunto. Dado que los primeros lavados de las pieles se realizan en grandes cubas con agua en la que se vierten ingentes cantidades de excrementos de paloma, dicen que el olor es insoportable para los visitantes. Para soportar el vomitivo olor, te dan un puñado de hojas de menta o hierbabuena y te recomiendan que te lo pongas debajo de la nariz.

Yo, que soy el más chulo de todos, antes de ponerme las hierbecitas en la nariz, quiero primero verificar que efectivamente la pestilencia es total, por lo que entro a pecho descubierto en la terraza. Sorprendentemente no detecto ningún olor, pero el problema debe ser mío dado que, al resto de visitantes, incluyendo mis compañeros de viaje, se les arruga la cara y se llevan a las narices las hierbas aromáticas. Incluso algún visitante amaga con arcadas. Yo sigo a pelo y no huelo nada. Pero nada de nada. Está claro que tengo un problema, pero no me lo voy a mirar.

Al salir de la terraza, los dueños del comercio intentan retenerte para mostrar su mercancía y sorprende ver en qué pueden convertirse esas pestilentes pieles. Chaquetas, bolsos, carteras, cinturones, etc… Cierto es que el cuero marroquí tiene un olor muy intenso y especial, lo cual elimina de raíz las ganas de comprar algo por pequeño que sea. Estoy convencido que una simple cazadora o chaqueta puede apestar totalmente cualquier domicilio europeo y provocar que tengas que tirar el resto de la ropa del armario donde intentes guardar lo adquirido. Ni con un bolso o cartera nos atrevemos. Y eso que son preciosos y de buena calidad.

Nos despedimos ya de nuestro guía, el cual, besa las manos de las mujeres y a mí, no sé por qué, me obsequia con dos húmedos besos, uno en cada mejilla. A mi otro acompañante masculino, más afortunado, le da también un beso, pero en la gorra que corona su cabeza.

Es momento de ir a un lugar con roof top y tomarse una cerveza. Cerca de nuestro Riad hay uno y el camarero, cuando nuestras mujeres se ausentan unos minutos, nos ofrece polen de hachís depositando su mercancía en la mesa e indicando que podemos fumar allí mismo. Jajajaja, ¡esto es el verdadero Marruecos! La oferta es rechazada con amabilidad.

Comemos en otra terraza, llena de gatos, por cierto, unas brochetas de carne con arroz y deambulamos el resto de la tarde por las calles de la Medina. Es momento de hacer alguna compra. Anacardos, camellitos de madera, artesanía, bolsos de imitación, ropa, lo que quieras. Todo a buen precio y sin olvidar el obligado regateo previo en lo cual somos ya expertos.

Cena en el roof top del Restaurante Mouda donde degustamos un exquisito y delicado humus libanés y una hamburguesa con la mejor carne de vaca de la zona.

Ya he comentado con anterioridad que Fez recibió a comienzos del siglo IX a miles de familias andalusíes, creando un vínculo con la península que creo que se mantiene hoy en día. El más temido general de Al Ándalus, Almanzor, dedicó también mucha atención a esta ciudad. Así, en el año 986, Fez fue elegida capital de los territorios sometidos por los Omeyas en África del Norte. Incluso se le concedió a la ciudad el privilegio de poder acuñar moneda. Esta buena relación con Fez propició incluso que muchos de sus habitantes se desplazaran a la península, recibiendo así un importante número de comerciantes, guerreros, religiosos y sabios intelectuales. En fin, que estamos como en casa.

La ciudad es tomada por bereberes rebeldes al Califato y Almanzor rápido envía a su hijo Al Malik para su reconquista, lo cual consigue en el año 998. Una vez fallecido Almanzor, su hijo cede el gobierno de la ciudad a un jefe bereber fiel al Califato de Córdoba, adoptando para la sucesión del cargo un sistema hereditario similar al de los Omeya, permitiendo así estabilidad en el gobierno hasta su conquista por los Almorávides en el año 1069. Son estos los que amurallan la ciudad y que hoy en día aún se conserva en muy buen estado.

De nuevo el Riad nos sorprende con un buen desayuno a base de café, miel, mermeladas, tortilla y diversas tortas de masa de pan. Tenemos toda la mañana por delante y qué mejor forma de pasarla que volver a pasear por la zona comercial de La Medina para traspasar los límites a los que habíamos llegado los días anteriores. Visitamos una tienda de cosméticos y especias regida por mujeres y comemos en un restaurante a pie de calle donde disfrutamos de una fresca ensalada marroquí y diverso tajín. Vuelta al Riad donde nos espera un taxi que nos lleva al aeropuerto, poniendo así fin a esta breve pero intensa aventura marroquí.

No quiero finalizar esta crónica sin recomendar la visita de la ciudad de Fez a todo aquel que tenga el privilegio de leer estas líneas. Es una ciudad milenaria, pero también tiene sus barrios modernos y que visitaremos en otra ocasión. Es el centro cultural y religioso de Marruecos. Posee una de las Universidades más antiguas del mundo fundada en el siglo IX y eso se nota. Ciudad receptora no sólo de los expulsados en el año 818 de la península ibérica, sino también de musulmanes y judíos expulsados de España por los Reyes Católicos.

Una frase que leí en mis investigaciones previas al viaje es que Fez hereda la nobleza árabe, el refinamiento andaluz, la maestría judía y la perseverancia bereber. Y yo aquí te lo he intentado describir, pero aún queda mucho por descubrir, lo cual, amigo, dará para otras muchas historias.

XIV RUTA SORIANA. 8-10 DE NOVIEMBRE DE 2024

La satisfacción es total cuando ofreces un fin de semana en el monte para disfrutar de nuestros vehículos todo terreno y nadie falta a la cita. La satisfacción incluso aumenta cuando ves que no sólo se apunta el conductor del vehículo, sino también sus cónyuges, sus hijos, incluso alguno de éstos con sus novios, siempre formales, reconocidos y aceptados, por supuesto.

Esta es la catorceava Ruta Soriana que celebramos, si bien ha habido otras muchas no oficiales con parte de los miembros más asiduos, sin preparación previa alguna y fruto de la más simple casualidad.

Así, después de tantos años, es cierto que ya se me acaban las ideas para innovar en las rutas, por lo que de vez en cuando repito alguna de ellas, al menos la zona, como ha sido el caso, pero siempre intentando introducir alguna novedad que ponga a prueba no solo a nuestros vehículos sino también la destreza de los conductores y la templanza de copilotos y demás ocupantes.

De nuevo la Sierra de Cebollera ha sido la protagonista, la cual en esta época del año es multicolor y se encuentra a rebosar de agua por la abundancia de lluvia de las últimas semanas. El otoño aquí ha entrado de lleno y los densos bosques de pinos, robles y hayas nos sorprenden con infinitas tonalidades de verdes, amarillos, rojos y naranjas.

Como siempre, instalamos nuestro cuartel general en el Hostal Lázaro donde el viernes al anochecer ya estamos acomodados todos los integrantes de esta aventura. En total trece personas y cinco vehículos, cuatro Land Rover y un Mitsubishi. Nuestros amigos valencianos no han dudado en venir de nuevo a esta fría tierra y nos ponen al día con las escalofriantes experiencias que han vivido en primera persona por el terrible temporal de la Dana que ha devastado su provincia recientemente. Liberados los nervios y tensión iniciales de tan triste tema, entre botellín y botellín y entre plato y plato, nos ponemos al día sobre nuestras vidas y viajes de los últimos meses y como siempre, sembramos la semillita para nuevas aventuras africanas en el año 2025.

El sábado amanece sin frío y arrancamos los motores a las 10 de la mañana para dirigirnos a la zona conocida como El Valle, donde se puede acceder a la Sierra por multitud de caminos. Esta vez iniciamos la ruta fuera de asfalto por un camino distinto al habitual y que comienza en la carretera que enlaza Sotillo del Rincón y el Alto del Royo. En concreto, quiero realizar de nuevo la ruta que hice hace dos semanas y en la que me vi en serios problemas debido al blando terreno de los cortafuegos consecuencia de las fuertes lluvias y nieve que caían en ese instante. Es buen momento para enfrentarme de nuevo a esa subida totalmente embarrada y con profundas zanjas que no puede superar en ese solitario día.

Pero también tengo intenciones más oscuras y malignas. Me gustaría poner en un aprieto a nuestro amigo de Alcalá, que ha venido con su familia al completo y a bordo de un Land Rover Freelander sin reductoras, pero con buenas ruedas de taco. Lo tengo difícil, pero al menos lo voy a intentar.

Rápido empieza la pendiente del cortafuegos lo que obliga a subir despacito y en primera marcha. No hay excesiva dificultad, pero no quito el ojo del retrovisor en los tramos más trialeros y embarrados para ver cómo se defiende el Freelander. El puñetero me sigue a pocos metros de distancia.

Iniciamos ya la pendiente más fuerte y en la zona que hace dos semanas fue insalvable, pasamos sin problemas, con las ruedas siempre en las partes altas dejando las zanjas en la parte central. Dado que el terreno está más endurecido, no hay resbalones que te empujan sin remedio a las zonas más rotas y profundas del camino. El Freelander me sigue a corta distancia y con mucha discreción. Seguimos cogiendo altura por el cortafuegos, hasta que de repente vemos un todo terreno parado en un lateral y al lado un cazador con ropa fluorescente, armado hasta los dientes y con cara de pocos amigos. Nos hemos metido de lleno en una montería, de eso no hay duda.

Bajo del coche y el tipo de muy malas maneras me dice que nos tenemos que ir y que si no hemos visto los carteles. Sostiene su rifle con una sola mano y me da la impresión de que no controla el movimiento que hace con el mismo. No me gusta nada la situación, le digo que no hemos visto ningún cartel pues hemos accedido por cortafuegos y sin tener otra opción damos la vuelta para desandar lo hecho hasta ahora.

Engrano reductora para ganar seguridad en la bajada y por el retrovisor observo como el Freelander sigue ahí, incansable, sin inmutarse ni dar signos de debilidad. En el segundo tramo del cortafuegos, tanto el piloto del Freelander como yo mismo, cedemos los mandos a nuestros hijos aprendices para que se desfoguen en esta dura bajada.

Tomamos la carretera en el mismo punto en el que accedimos a la Sierra y recorremos unos pocos kilómetros de asfalto hasta el Alto del Royo donde de nuevo accedemos por pista y rápido nos adentramos en los sombríos hayedos que están realmente espectaculares en este momento del año.

Parada a comer en un secreto refugio, donde la familia del Freelander cocina unas exquisitas migas al mejor estilo soriano y a las que previamente se les dio un toque de humedad en mitad de la ruta. Nada da pereza. Botella de butano tradicional, la de siempre, la naranja, esa que pesa como un muerto. Además, unos buenos soportes donde están los fuegos y una enorme sartén donde se cocinan varios kilos de migas para trece hambrientos comensales. No quiero olvidarme de otra sartén, también enorme pero menor que la anterior, donde se fríen a la vez media docena de huevos. De aperitivo, chorizo soriano, fuet y tortillas de patata. Resulta que esta semana había sido el cumpleaños del cocinero por lo que le cantamos con efusividad la típica canción y le agasajamos con un kit de productos sorianos a base de chorizo, torreznos, patatas fritas, paté de pato y un buen crianza de la zona. Para el resto de los invitados, también hubo una ristra del mejor chorizo de la tierra para así evitar envidias y cuchicheos. Uno de los miembros más jóvenes, posiblemente afectado por la buena comida y los dulces que la siguieron, coge en brazos al piloto del Ligero amarillo y calcula su peso sobre la marcha. Estas cosas solo se ven en reuniones como estas. Da gusto.

Una buena forma de finalizar la ruta es acercarse a la ermita de la Virgen del Royo, situada en un antiguo castro ibérico y donde puedes subir al campanario y disfrutar de una de las mejores vistas de la provincia de Soria. Por favor, no toques las campanas. Siempre hay alguno que no puede evitar tocarlas…. Allí estuvimos disfrutando del lugar hasta las últimas luces.

Retornamos por carretera no sin antes despedirnos de la familia del flamante Freelander que nos dejó a todos impresionados, sobre todo a mí, por sus altas capacidades fuera de asfalto.

Ya en el Hostal, entre botellín y botellín y entre plato y plato, nos recreamos con todas las anécdotas del día y regamos la semilla ayer plantada sobre la futura aventura africana para el 2025.

El desayuno del domingo nos permite descubrir la sorprendente organización de la nevera de uno de los presentes: En la parte de arriba latas de cerveza Mahou con un dispensador especial que permite coger siempre la más fría. Por supuesto, las latas perfectamente colocadas con el logo a la vista. Mahou roja, faltaría más. En la parte media, embutidos de primera clase. En la puerta de la nevera y con un cartel que reza “sólo para casos urgentes”, una lata de Mahou y algo de licor de hierbas en una petaca. El resto vacío. En la primera balda del congelador, hielos para las copas. En la segunda balda, copas para la cerveza y en la última balda, algo de carne. Remata su intervención con nostalgia, añadiendo lo que ha subido la cesta de la compra.

Otros tenemos el congelador repleto de níscalos. No se libra nadie. Cada uno con sus cosas. Desde entonces, cada vez que relleno mi nevera con la tan nombrada cerveza madrileña, me preocupo que el logo quede a la vista y en perfecta formación.

Finalizamos la jornada con la relajante actividad micológica de recoger los últimos níscalos de la temporada, pero eso ya, amigos, eso ya es otra historia.

Sin rumbo por la Sierra de Cebollera. 26 de octubre de 2024

Siempre digo lo mismo. Los mejores momentos en el monte con mi Land Rover no hay que ir a buscarlos. Surgen en cualquier inocente ruta y sin previsión alguna.

El fin de semana comienza muy tranquilo, como el de cualquier buen padre de familia. A las 10 de la mañana del sábado estoy en Soria capital pues tengo que realizar unos trámites administrativos con una arquitecta local. Como he llegado con tiempo de sobra, paro en un bar cerca de mi casa para tomarme un café y quitarme la pesadez del madrugón y del viaje a primera hora. En ese momento el bar se encuentra vacío y la camarera, de origen dominicano, está ociosa y disimula intentando quitar la mierda incrustada en diversos rincones de la barra.

“Buenos días, un cortado por favor” le digo a la amable señorita. Rápido se sitúa la caribeña ante la máquina de café y comienza a rellenarse la taza de tan preciado líquido. Mientras tanto, me hurgo en la cartera y saco un billete de 20 euros para proceder al pago. La camarera ve el billete y me dice que no tiene cambio. Le indico que no tengo billete más pequeño ni monedas y se limita a encogerse de hombros. Le insisto en que debe tener cambio pues de lo contrario no puedo pagarle. De nuevo responde con su escaso, básico y primitivo lenguaje corporal, encogiéndose de nuevo de hombros. Ningún sonido sale de su boca.

Le indico con sequedad que como no puedo pagar no quiero el café pues, como es lógico, no voy a tomarlo gratis. Esta vez la morena levanta las cejas mientras retira el café de la máquina. Me limito a despedirme con un serio “hasta luego”, me doy la vuelta y salgo del bar sin sorpresa alguna pues soy consciente de que me encuentro en Soria. Me viene a la mente mi última crónica publicada en esta página referente al patético servicio en los bares de esta capital, lo cual contribuye a su acelerado despoblamiento y más que posible extinción en no muchas décadas. También pienso que la chica debía ser algo sordomuda pues pocos sonidos emitió.

Sobre las 13 horas, arranco el Land Rover y mientras se calienta, aprovecho para recoger los escasos níscalos sanos que aún quedan por la zona. Hay otros muchos, la mayoría, que ya no son comestibles pues los gusanos y sus larvas lo utilizan como incubadora para las futuras generaciones.

Ya en carretera dirección Norte, estudio el horizonte y observo que la Sierra de Cebollera se encuentra envuelta en unas nubes negras cargadas de agua y con muy buena pinta. Decidido mi destino de hoy, me desplazo por carretera hasta Molinos de Razón donde se encuentra la pista principal de a acceso a la Sierra. No me he equivocado y una vez que entro en el Valle custodiado por esta Sierra, la lluvia torrencial hace acto de presencia.

Me incorporo a la pista, pero a los dos kilómetros me encuentro con una señal de prohibido el paso dado que se está celebrando una montería. Doy la vuelta y vuelvo al asfalto ya pensando en internarme en la Sierra a través de cualquier otro camino. Dejo atrás Sotillo del Rincón y me dirijo hacia el Alto del Royo. En mitad del trayecto y antes de lo que se viene llamando el kilómetro 17 (zona de baño para el verano en el río Razón), veo un camino y sin dudarlo me desvío inmediatamente. 

Este camino comienza en llano, pero como es de esperar, no tarda en convertirse en una divertida y empinada subida en mitad de un cortafuegos. Es un camino muy roto, con mucha piedra suelta y profundas zanjas, lo que unido al barro, obliga a meter marchas reductoras para posibilitar el avance. Sigue lloviendo sin parar.

Este cortafuegos es cortado a media ladera por la pista principal y tras cruzarla, continúa con mucha más pendiente y por el que cae un torrente de agua bastante caudaloso. Esta continuación del cortafuegos es de lo más atractiva, pero antes de atacarlo, paro en la pista principal para hacerme un bocata. Nunca me ha gustado comer dentro del coche, pero no me queda otra pues la lluvia torrencial se mantiene y en cuestión de minutos se convierte en nieve. La situación es perfecta. Me encuentro en absoluta soledad, no hay cobertura de móvil y no hay ni rastro de los cazadores. Además, el tiempo acompaña.

Con la preparación del bocadillo y los primeros mordiscos, se me llena todo de incómodas y pegajosas miguitas de pan. Mi ropa, el volante, la cajonera central, el asiento, el suelo… ¡Qué poco me gusta! Además, el que conozca el puesto del conductor del Land Rover, sabe el escaso espacio que hay y lo limitado de los movimientos posibles, por lo que opto por salir al exterior y degustar mi bocadillo al aire libre y bajo una espectacular nevada.

Ya con la tripa medio llena y con la cabeza (obviamente sin pelo) y ropas empapadas, arranco de nuevo a la bestia y ataco el cortafuegos totalmente embarrado y por el que discurre un arroyo cada vez más caudaloso. Estoy a unos 1500 metros de altitud.

A medida que tomo altitud, la nevada es más copiosa, pero aún no cuaja. Está todo muy mojado. El camino empeora. Cada vez es más empinado, con muchas zanjas imposibles de evitar y con un barro arcilloso que se pega a las ruedas que impiden un agarre normal. Aumento la potencia, pero el coche empieza a dar bandazos para caer y volver a salir, de forma bastante violenta, en un laberinto de zanjas bastante profundas y totalmente resbaladizas. La bestia intenta agarrarse al terreno, pero el barro salta por los aires y cae con fuerza y de forma ruidosa sobre el techo del Land Rover. Cuando esto ocurre es que normalmente la situación es complicada y puede convertirse en un preocupante problema en cuestión de décimas de segundo.

Quedo atrapado en una zanja y el coche ya definitivamente no sube. Resbala. Salgo del coche y bajo la intensa nevada valoro la situación. Creo que estoy a punto de colapsar y lo único bueno es que sorprendentemente tengo cobertura de móvil. Sí parece que el coche tiene salida marcha atrás, pero los laterales están muy muy blandos y con algo de inclinación. Estando todo tan resbaladizo es imposible mantener una trazada segura en la operación salida.

Intento relajarme. Doy vueltas y vueltas al coche para situarme y prever las maniobras que debo realizar para evitar caer en las zanjas o salirme del camino. Hago fotos. Paseo por el pinar y me doy cuenta de los miles de níscalos que aún quedan por esta zona, es alucinante. Sigue nevando. Estoy a 1.700 metros de altitud.

Inicio la maniobra marcha atrás y como era de esperar, caigo en la primera zanja, consigo salir y me salgo del camino donde el coche se inclina y comienza a deslizarse lateralmente por su propio peso. Se para. Me bajo del coche. Vaya susto, ahora sí. Estos deslizamientos laterales hay que tomarlos con respeto pues si coges un bache o piedra, el coche puede volcar. Las ruedas están totalmente colapsadas por el barro pegado y son difíciles de dirigir.

Mando un mensaje y fotos a mi más fiel copiloto, el cual se encuentra cómodamente dando un paseo por el Corte Inglés en Madrid.

Estoy en serio problema” le digo, acompañando una foto de la situación, “creo que puedo volcar…cogiendo fuerzas y valorando el terreno”. Al instante me responde, “No me lo puedo creer, que cabrón, qué envidia me estás dando. El caos está reinando sobre tu fin de semana. Me cogería el coche ahora mismo y me iba ahí directo

La respuesta no me ayuda mucho sino para darme cuenta del monstruo que he creado y al cual le encantan las situaciones caóticas.

Estoy nervioso”, le respondo, “a ver si me relajo y continúo. El coche se ha inclinado mucho y resbala lateralmente

Qué cabroncete” me dice, “Me debes un finde así”…. “no existe situación en las que ese coche atasque”. Los últimos mensajes de aliento son del siguiente tenor: “Cómo lo echo de menos…mas vale que siga lloviendo para el 8 de noviembre…seguro que eres un exagerado”. El monstruo crece y crece, pero realmente me intenta transmitir que debo confiar en mi experiencia o al menos eso es lo que yo interpreto. Ya, pero uno se va haciendo mayor, pienso para mis adentros.

El caso es que estos mensajes me transmiten el pleno convencimiento de mi copiloto de que saldré airoso de la situación y me animo a subir de nuevo el coche, engranar la marcha atrás, arranco y me agarro firmemente al volante para aguantar el deslizamiento lateral que aumenta pero que consigo corregir. Saco a pasear con destreza los 160 caballos ingleses para, con movimientos y trazadas bastante bruscas, volver al embarrado camino para seguir sorteando las zanjas que siguen amenazando mi estabilidad y movilidad. Una vez bien situado, consigo dar la vuelta en un cruce de caminos y todo arreglado. Ha dejado de nevar y me siento bien.

Aún me queda salir de la Sierra, pero ya sin duda alguna a través de pista más segura a pesar de haber largos tramos totalmente inundados de agua y muy resbaladizos debido al barro. En la vuelta pienso que tengo que incorporar al Land Rover un quita miedos, es decir, un inclinómetro que te avisa de los grados de inclinación y te informa del momento en el que te puedes encontrar al límite de mantener las cuatro ruedas en el suelo, es decir, 43 grados.

Con las últimas horas de luz, llego a Soria donde, qué casualidad, paso por delante del bar de esta mañana y sí, esta vez había un par de ancianos tomándose una cerveza. Espero que lleven monedas o billetes de poco valor. Le doy de plazo hasta Navidad para echar el cierre. Cena en el restaurante chino, que nunca falla y a la cama antes de que anochezca del todo y el Barça le meta cuatro golazos al Madrid en el mismísimo estadio Bernabeu. Pero eso ya, amigos, eso ya es otra historia.